Un trozo

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Lo corregiré cuando pueda

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Rompió el beso, afectado más de lo que podía reconocer en ese instante y, seguramente, había cometido un desatino con Ariadne. Mas no lo empujó, ni lo intentó hacer. Se quedaron unos breves segundos así, mirándose y bebiendo sus alientos jadeantes por el ímpetu con que la había besado, sin previo aviso. 

— Decidme una palabra y me detendré — aunque no estaba seguro de poder hacerlo, ya se estaba lamentando de haberlo dicho cuando notó un ligero toque en sus labios.

Ariadne tenía la mirada perdida en ellos. 

— ¿Quiera que siga? — hundió su cara en su cuello, oliéndola y mareándose con su aroma.

La necesitaba tanto.

— Por favor...

Su súplica le estrujo el corazón y le retorcieron las entrañas.

— Por favor, ¿qué? — lo tenía al filo del precipicio, e intentó ser paciente aunque no podía confiar en ello cuando tenía las manos tensas y quietas en el talle de su vestido.

Podía ver cómo la respiración de su esposa era tan agitada como la suya, elevando la tierna carne de sus pechos hacia arriba, queriendo ser liberada del vestido, tentándolo. Su boca fue inevitable ahí, y depositó un beso deteniéndose en su escote, siendo cierto caballero cuando realmente no se sentía así.

— Ariadne, dime — fue hacia arriba y jugueteó con el lóbulo de su oreja, sintiéndola estremecer cuando lo mordió —. No puede jugar con mis deseos.

La alzó en sus brazos, y sus piernas lo rodearon. No fue inmediatamente a la cama, sino que la apoyó en el poste, sosteniéndola entre la columna de madera y su cuerpo. 

— Quiero... — gimió en voz alta cuando él rozó sus caderas con las suyas, impactando su dureza contra su feminidad, su calor lo rodeó.

Sí, estaba caliente.

— ¿Qué quiere? — volvió a arremeter sus caderas, impelido por la necesidad y el deseo de atraparla con él.

—  A ti, dentro. 

La sangre le rugió al oírla y tuvo que hacer un gran esfuerzo de contención para no ser un bruto y entrar en sus mieles, de un solo empellón. Siguió estimulándola, besando su piel y rozándose contra su centro hasta que la notó estremecerse. Aun así, no quiso acabar tan pronto.

Aún no.

La sostuvo mientras le dio la vuelta. Le quitó el vestido, el corsé y la camisola dejándola desnuda casi por completo; las medias y las ligas seguían en su sitio. Se recreó en las vistas, no dudó en amasar la redondez de su trasero como si este se tratara una masa de pan y él, su panadero. Poco a poco, fue depositando besos en el lienzo de su espalda hasta bajar donde habían estado antes sus manos amasando.

— Highwood — su voz rota era señal que estaba sintiendo.

Quería que dijera su nombre, no por vanidad, ni por orgullo. Sino, por algo más que no pudo definir en ese momento. Le prodigó un mordisco que la hizo temblar.

— Michael — la corrigió, sobando después la carne mordida.

No se lo mencionó, pero no se lo echó en cara. Decir su nombre era demasiado íntimo y significaba estar más cerca de lo que su mujer quería.

De todas formas, iba a estar muy cerca de él. Jugueteó y la provocó, no siendo muy benevolente con ella. Su respuesta, los sonidos que emitían, echarse atrás para su encuentro lo enardecieron. Todavía no acabó hasta volver a sentirla, desmadejada en sus brazos.

No perdieron más el tiempo, la tumbó en la cama suavemente. No tardó en quitarse las ropas y cubrirla con su cuerpo. Siseó cuando fue hundiéndose dentro de su calidez ardiente y lo iba apretando como un guante. No dijo su nombre; no le importó. Ni en las siguientes embestidas lo gritó; se unió a sus demandantes movimientos con total entrega y ardor que lo subyugó.

Ojalá, lo necesitara tanto como él lo hacía con ella.

Porque no soy ella (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora