Capítulo 32

1.7K 303 17
                                    

Hasta el más ciego puede equivocarse.

— No es mi amante.

No tuvo que alzar la voz para reafirmar sus palabras. Aun así, no pudo resquebrajar la dureza de su mirada; no lo creyó, aún sosteniendo la prueba de su delito. Ni siquiera se pudo imaginar el descaro de Anne de enviarle uno de sus cuadros. Sí, le gustaba pintar, y alguna vez fue testigo de ello, en el pasado; pero ahora lo encontró como una burda burla al ver que aquello estaba fuera de lugar y su esposa no le había alegrado conocer dicho detalle. 

— ¿Ah, no? ¿Manda un obsequio para quién, para los dos o para usted, así tiene algo con que recordarla estando lejos?

Se aproximó con el acelero de su corazón y de su sangre, mas ella no se lo permitió, dando pasos hacia atrás.

— No le pedí ningún obsequio — dijo masticando cada palabra —. ¿Quién me iba a decir que iba a tener la desfachatez de enviarnos una de sus pinturas?

Ariadne cabeceó y él pudo observar, impotente, sus lágrimas anegando sus ojos.

— No lo sé. No la conozco como usted.

— Ariadne — ignorando su anterior demanda —. Insisto en que esto no tenía ningún conocimiento, ni se lo pedí. Si lo hubiera sabido, le habría dicho que no lo hiciera.

— Díselo a ella, que quiere mantener lo que supuestamente cree que os unen aún.

Sus labios se torcieron en una mueca y se llevó los puños a los costados; notó cada vez más las distancias de su esposa con él. ¿Cómo podía ser que un dichoso cuadro lo hubiera echado todo a perder?

— ¿No cree que terminé mi relación con ella antes de ir a Londres y tomar mis esponsales? Desde ningún momento hasta ahora, le he sido desleal.

— Lo fue antes de venir a verme — le espetó con dolor y resquemor —. Su madre lo intentó ocultar, sabe. Pero una de sus conversaciones con mi tía desveló su preocupación porque su hijo no sabía mantener los calzones en su sitio, creyendo que sería capaz de no cumplir con su palabra y hacía lo posible para que viniera a visitarme. 

Escuchárselo decir que su madre hablara de ello, a su espalda, no le gustó; alguna vez, se había figurado que su progenitora había mandado que lo espiaran. Ya por fin lo había descubierto. Inesperado por esa traición, aunque se lo merecía por no haber actuado bien.

— ¿Cómo me hacía sentir al ver que no llegaba, que no quería verme, pero sí... lo hacía con la esposa de su primo? 

— Reconozco que no estuvo bien y podía haber hecho mejor las cosas. ¿No puedo llegar a arrepentirme?

La dama no dijo nada, castigándolo con su silencio. No pudo más, acortó las distancias aunque sentía que ella lo iba a odiar más cada paso que dio hacia su figura inmóvil. Se acercó e inclinó su rostro.

— ¿No puede perdonarme?

La vio apretar sus mullidos labios, que a él le dio el impulso de querer derribar su frialdad. Pero se quedó en dónde estaba, con la hiel en la garganta.

— ¿Yo si tengo que perdonar su desliz con Elwes? — no evitó que su voz destilara cierto resquemor.

Sus miradas chocaron con las aguas revueltas golpeándolos. 

— ¡No es lo mismo! Elwes fue el consuelo de su ausencia y de su traición; él, me supo dar apoyo moral y me supo valorar, cosa que no hizo usted, tachándome de lo peor. 

Su ataque merecido le dolió. Le hizo sangrar, herido. 

Atacó.

— Si tan perfecto era, haberse escapado otra vez, con él — replicó con desdén.

— No pude — lágrimas amargas le destrozaron aún más, antes que le respondiera, supo la respuesta. Fue él mismo.  —. ¿O no se acuerda cómo me chantajeó parando cualquier oportunidad que hubiera tenido con él?

— ¿Por eso tocó la otra noche en el salón de música? ¿Para recordarlo? ¿No es lo mismo que me está reprochando ahora?

Ariadne negó con la cabeza, antes de percibirlo, se dio cuenta de que lo había echado todo a perder.

— ¿Lo ve?  Sigue pensando mal de mí. Haga lo que haga, tendrá una mala opinión de mí.

— Lo mismo puedo decir de su persona— le señaló con la mano el cuadro —. No ha dudado que sigo manteniendo contacto con la señora Dabney.

Habían llegado a un punto sin retorno, lo que más dolía era que percibía que la había perdido. 

— Ya no me importa, ¡cómo si quiere ir a verla esta noche! — fue cuando se giró, con la clara intención de marcharse.  

— ¿A dónde va? ¡Ariadne!

No regresó, a él le entró el helor de la culpabilidad. Ignoró el cuadro cuando realmente quería hacerlo pedazos, y fue tras ella.

Temió lo peor. 

Porque no soy ella (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora