- Vástago -

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El hijo de ambos

Llegué a esta tierra con ocho años de la mano de un hombre que de la nada se convirtió en mi padre. Mi madre, una empleada de hotel, tuvo incontables romances con marinos de paso de todos los continentes, según las historias que recuerdo de esa época. Por eso, no entendí que cuando el Vástago volvió a tocar tierra, ella pasara una semana completa haciendo guardia en la pasarela y preguntando por el almirante Jeon.

No estuve presente cuando lo abordó para contarle que tenía un hijo de ocho años. Por eso me tuve que conformar con la versión que me dio mi padre años después cuando al hacerme un hombre, quise otra vez saber sobre esa mujer y qué motivos la impulsaron a abandonarme.

Nunca un hijo estará mejor en otro lado que cerca de su madre, por eso deseché todas las excusas que dio el día que juntó mi mano con la del almirante y se alejó del puerto. Aún así, por voluntad, elegí creer que sucedió lo que era mejor para mi. Por ese motivo soy hoy un hombre feliz y libre de resentimientos.


Jimin, sin embargo. Recuerdo sus ojos tristes cuando me miró por primera vez. Supe entoces que era un hombre amoroso y comprensivo, porque otro en su lugar me habría mirado con odio. Yo era el bastardo fruto de una traición, de las tantas que pudo haber cometido mi padre en su contra, en sus incontables viajes por el mundo.

La mano de mi padre que sostenía la mía, temblaba mientras cruzábamos el pueblo desde el puerto hasta la taberna.

Estuvimos detenidos frente al establecimiento durante casi media hora. Mi padre lo miraba sonreír a los clientes y servir bebidas. A la vez que escurría con discreción una que otra lágrima escapada de sus ojos cuando nadie estaba mirando. Fue así como descubrí que se podía reír y llorar a la vez. Ser camarero de su propio lugar fue el sueño de toda su vida y mi padre no pudo negarse al contraer matrimonio con Jimin.

¿Cómo se le cuenta a un esposo desde hace diez años que te acompaña tu hijo de ocho?

Mi padre le adelantó sobre mi existencia, aunque lo escuché únicamente decir que iría acompañado. Nada sobre la edad del acompañante y supongo que en eso radicaba su nerviosismo.

En esa época mi padre gozaba de popularidad en la rama marítima, pues el Vástago era de los buques más rápidos de la época, dieciocho nudos por hora. ¡Una barbaridad! Incluso en esta época para una nave de su tamaño y envergadura. Había librado al país de dos guerras y tal hazaña le permitió elegir a un hombre pobre como esposo, a pesar de que la sociedad se mostraba reacia a aceptar.

La campanilla de la puerta delató nuestra presencia y todos los ojos fueron dirigidos a nosotros. A mi padre, que no demoró en devolver algunas miradas y un que otro gesto de cordialidad hacia los conocidos.

Jimin me miraba a mí.
A mi figura andrajosa y enferma después de más de dos meses en el mar.

Él se refugió detrás de la barra al vernos entrar, como buscando protección de la tormenta que se avecinaba. Mi padre y yo nos acercamos y pude sentir una corriente helada rodearlos a ambos. Pude oler la tristeza de Jimin. La traición que hizo audible en cuántos pedazos se partió su corazón al verme. Escuché además las disculpas de mi padre, aunque ninguno de los dos abrió la boca en todo el tiempo que permanecimos de pie. Comprendí que había una conexión inigualable entre ellos y que no hacían falta las palabras.

Jimin volvió a escurrirse los ojos y a sonreír y mi padre le acarició la mejilla con el dorso de la mano. Supuse que la conversación entre ellos había acabado y que mi padre le estaba agradeciendo en silencio, como todo lo que de verdadera importancia sucedía entre ellos.

—¿Cómo te llamas? —preguntó él poniéndose a mi altura y sostuvo mi mano libre.

No respondí por miedo a ser descubierto. Me habían dicho muchas veces que espiar los sentimientos ajenos no estaba bien, aunque gusta algo involuntario.





Pongo un pie en tierra por primera vez en ocho meses y me cuesta ordenar mis pasos sin el balanceo del barco. Es la primera vez que he pasado tanto tiempo en el mar. Hemos debido atracar en la playa y usar los botes salvavidas para llegar a la orilla por problemas administrativos en el puerto. Recién nos enteramos de que cumplidos los dos meses el registro de naves es desechado, y hay que hacer el papeleo otra vez. Viene siendo como un control de aduana que excluye de aranceles a las embarcaciones menores, con destinos cercanos.


Mi traje de almirante mal lavado y peor planchado, se nota ahora cubierto de una capa blancuzca en la superficie, que dice del tiempo que no ha sido atendido por manos hábiles. Ha muerto mi padre mientras estábamos anclados en medio de una tormenta. Sin embargo, la noticia no me ha tomado por sorpresa. Era algo que se esperaba en su condición. Heredé el puesto de Almirante hace siete años cuando enfermó de gravedad y jamás volvió a levantarse.

Toda mi vida radica en el mar, a excepción de Jimin. Esa pequeño y sonriente hombrecito, que aún no se cansa de esperarme en la orilla con una botella de vino y un parasol, cada vez que regreso sano a tierra.

Mi otro padre, el más amoroso de los dos.

𝙳𝙴𝚂𝚃𝙸𝙽𝙾 ••𝗄𝗈𝗈𝗄𝗆𝗂𝗇••Where stories live. Discover now