Ruinas

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Lo primero de lo que Minato tomó nota al recuperar la consciencia fue de el profundo mutismo, el sosiego que envolvía el ambiente. El silencio podía ser un indicio tangible sobre una situación pero nunca revelaba su naturaleza a primera vista. Podía ser, indistintamente, un augurio positivo —la falta de enemigos inmediatos, la resoluta serenidad de un trabajo cumplido, el llegar al hogar luego de un agotador día— o negativo —como la calma que precede a la tormenta, esos minutos antes de un enfrentamiento que se arrastraban en infinitos—, y dependía enteramente del contexto, de las situaciones que se tejían en él.

Minato estaba seguro que no era una buena señal.

Rōran era una ciudad ruidosa. Esplendorosa, desde luego, pero ruidosa. Había nacido como un oasis en el desierto, una perla perdida en el amarillo de colinas arenosas y tormentas de polvo. No había sido jamás una ciudad destinada a la quietud, a pasar desapercibida y su estancia corta en los alrededores de la ciudad no hacía más que fortalecer la sensación incómoda que le daba un ligero cosquilleo en la nuca.

Un muro de silencio en un mundo estridente generalmente no auspiciaba buenas noticias.

El frío de la piedra contra su mejilla fue lo siguiente de lo que tomó consciencia. La sala a la que los había guiado la reina era era de piedra, se recordó. Una sala vacía, a excepción de un puente que unía uno de los extremos con el punto central, que estaba adornada con columnas y arcos en toda su extensión.

Decidió que podía echar un vistazo para asegurarse si lo habían movido del sitio. No recordaba ningún ataque efectivo, pero hizo un rápido mapeo con su chakra en los alrededores para cerciorarse de que no había enemigos en la espera.

Notó la efervescencia familiar del chakra de Kakashi y una ola de alivio envolvente en respuesta. Él había insistido en que Kakashi fuese aceptado en la misión, a pesar de su corta edad, y había tratado de mantenerlo lo más alejado posible del escenario principal de las misiones de más alto rango. Era un chūnin, al menos en todos los sentidos importantes, pero seguía siendo muy joven. La mayoría de los ninjas aún estaba en la Academia a su edad.

Un ramalazo de dolor que le atravesaba la cabeza le obligó a cerrar los ojos tras el tentativo intento de abrirlos.

Una contusión, probablemente.

La presencia de Kakashi, cándida como la luz de la luna en una noche despejada, era similar a la de su padre —algo que Minato tenía cuidado de no mencionar— y siempre le había resultado fácilmente identificable. Fue un bálsamo de consuelo en medio de la confusión. No parecían encontrarse bajo ningún genjutsu, el flujo de energía era firme y constante, pero Minato se aferró al mango de su kunai, consolándose con la familiaridad que significaba. Abrió un ojo para estudiar los alrededores sin moverse bruscamente y advirtió que estaban en la fuente del Ryūmyaku.

Estaban en el sitio exacto en el que debían estar, pero la habitación ya no era lo que se suponía que debía ser.

Las paredes de piedra estaban agrietadas, pobladas de numerosas fisuras, y el puente que llevaba a la salida estaba igualmente arruinado. La energía del Ryūmyaku no fluía debajo de ellos, pero tampoco había huellas de por qué eso no estaba ocurriendo. Minato no había terminado el Fuinjutsu para sellarlo.

—¿Estás despierto, Sensei? —La voz de Kakashi fue tan dócil que Minato tardó un segundo en concentrarse en ella. Le zumbaban los oídos.

Dejó que sus ojos vagasen un poco más por el lugar, buscando alguna respuesta, antes de volverse hacia su estudiante.

—Estoy bien, Kakashi —contestó muy lentamente. Se masajeó la nuca, donde un punzante dolor le hizo dar una mueca y detener el movimiento—. Tengo una contusión, posiblemente. ¿Estás herido?

Kintsukuroi - PreludioWhere stories live. Discover now