Konohagakure

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La Aldea Oculta de la Hoja fue una visión maravillosa para sus ojos, un punto de luz en la niebla opaca.

Minato paseó su mirada por la montaña donde estaban esculpidos las caras de los Hokages por un segundo —los rostros que definieron la historia tallados en piedra— y la resolución que había construido por todo el camino tambaleó momentáneamente aún antes de atravesar la encontrada que daba a la villa. Si bien en la penumbra plateada de la noche no podía distinguir con precisión las figuras de los dirigentes de Konohagakure, era capaz de diferenciar cuatro rostros cincelados en la roca. La última vez que había visto la insignia de su aldea, justo antes de partir para la misión de Rōran, solamente había tres; Shodaime, Nidaime y Sandaime. Los mismos tres rostros que habían estado en lo alto de la villa desde que Minato tenía memoria.

La noción de que alguien reemplazase a Sarutobi Hiruzen en el papel era vaga en sus pensamientos. Lógicamente, él sabía que el mandato del Tercer Hokage no podría durar para siempre. Alguien tendría que sucederlo. Sin embargo, Sarutobi llevaba más de dos décadas en su puesto y se veía igualmente capaz, fuerte al frente de las fuerzas de Konoha, de lo que había estado durante los últimos años. Su benevolencia y amabilidad lo habían hecho popular y muy querido por todos de el pueblo. Sin mencionar el hecho que su regencia había superado unos cuantos conflictos bélicos.

Tenía que enfrentarse a la posibilidad de que habían avanzado en el tiempo más de lo que esperaban.

Más de lo que había querido imaginar. Más de lo que quería considerar.

—¿Cuánto tiempo habrá pasado? —preguntó Kakashi. Ninguno de los dos había podido estimar una cantidad durante el trayecto, debido a la falta de conocimiento. No había habido muchos cambios en los pasajes entre los países de Fuego y Viento—. No parece haber sido mucho.

Kakashi no estaba mirando la montaña Hokage. Sus ojos se habían fijado en uno de los árboles que adornaba la entrada a Konoha. Minato registró la diferencia una vez que fijó su atención en el mismo árbol de cerezo que había visto durante toda su vida. Los árboles crecían constantemente, fieles y tenaces. Eran mejores señaladores del paso del tiempo que las piedras.

—No debemos especular mucho —dijo Minato, más para sí mismo que para Kakashi—. ¿Tienes la máscara que te di?

Era una costumbre ANBU llevar máscaras con caras de animales, pero Minato había tomado la precaución de llevar algunas consigo para Rōran debido a la naturaleza de la misión. La reina de Rōran había requerido los servicios de ninjas especialistas de sellado después de todo —los maestros de Fūinjutsu escaseaban— y sabía que había enviado la petición a varias Aldeas Ocultas. Su identidad era uno de los bienes más preciosos que poseían y las máscaras servirían perfectamente para ocultarlos. Pese a que Kakashi ocultaba su rostro parcialmente todo el tiempo, su aspecto era muy distintivo para correr libremente por la aldea. Minato también era fácilmente notable en una multitud.

Ninguna de las máscaras tenía una boca. La de Kakashi era redondeada pero dejaba la impresión que estaba frunciendo el ceño debido a las líneas de color que se marcaban en la altura de la frente. La de Minato era más alargada, con un contorno triangular. y garabatos alrededor de los ojos. En Konoha todos los aldeanos estaban acostumbrados a la presencia de hombres enmascarados, a los secretos que representaban, que sabía que no llamarían la atención. Más de la mitad de los habitantes de la aldea no sabían quién era y quién no era ANBU si los cruzaban a plena luz.

—Parece que estamos en época de festival —comentó Minato, una vez que se adentraron en la villa. Había demasiada claridad en las calles de Konoha para que se tratase de un día cualquiera. El colorido ambiente, las calles adornadas y llenas de luz en la noche, señalaba a alguna festividad.

Kintsukuroi - PreludioNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ