03. La rueda de las emociones

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El sol me golpeaba directamente en la cara, ya que se colaba por los pequeños espacios que la cortina no podía cubrir de la ventana de mi habitación, podía escuchar los regaños de mi madre a mi hermano por no recoger los juguetes esparcidos en el ...

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El sol me golpeaba directamente en la cara, ya que se colaba por los pequeños espacios que la cortina no podía cubrir de la ventana de mi habitación, podía escuchar los regaños de mi madre a mi hermano por no recoger los juguetes esparcidos en el suelo mientras sentía una pesadez en el cuerpo que no me permitía levantarme, mi cama absorbía mis deseos de despertar un día más.

Todo me estaba consumiendo y solo podía sentir el deseo de llorar, aunque no tuviera una razón concreta para hacerlo y por más mal que pudiera sentirme, no me gustaba hablarlo ni con Sarah, ni con Arlen y mucho menos con Samuel. No quería, ni me gustaba que nadie preguntara que me estaba pasando, ni siquiera quería que alguien supiera que me sentía mal de nuevo y menos que se dieran cuenta que todo era provocado por mis sentimientos tontos hacia Samuel, los cuales me torturaban diariamente.

La única persona que empezaba a sospechar ante mi ligero cambio de actitud era Arlen, ya que era una de las pocas personas que podría decir que me conocían a la perfección y sabía cuándo algo me estaba sucediendo sin que yo tuviera que contárselo; era casi como si pudiera leerme el pensamiento, y eso me ponía la piel de gallina. Ella intentaba preguntarme discretamente si algo me sucedía después de encontrar una nota algo extraña que hablaba sobre lo mal que me sentía por amar a alguien que no correspondía a ese amor, entre las hojas de una de mis libretas, por suerte Arlen no tenía idea para quien era la nota, y cuando pregunto que era aquella nota simplemente le dije que había sido una tarea que me habían pedido para mi clase de literatura el año pasado, ingenuamente, ella me creyó y no decidió hacer más preguntas. Tal vez porque ya sabía que algo me estaba sucediendo o temía que volviera a recaer si profundizaba en el tema y descubría todo aquello que yo no quería mencionar.  

Estaba luchando con mis ganas de no levantarme de la cama y los diez mil pensamientos diarios sobre Samuel y lo mucho que me gustaba, cuando tres mensajes llegaron a mi teléfono:


Iré en la tarde a la plaza. 

Sarah dijo que pusieron una rueda de la fortuna, y sin duda quiero subirme. 

Compra los boletos y nos vemos allá.

Arlen

Hacía tiempo que no salía debido a la falta de ganas de hacer cosas, pero Arlen sabía que amaba subirme a las ruedas de la fortuna desde la secundaria, así que no pude decir que no ante tal fascinación por saber cómo sería aquella rueda de la fortuna.

Luché contra los pensamientos que perturbaban mi mente y me levanté de la cama con gran esfuerzo, mi cabello estaba completamente desordenado, y mi madre empezaba a gritar para que bajara a tomar el desayuno a lo cual, atendí a su llamado. La tarde llegó relativamente pronto y, cuando menos lo esperé, ya estaba sentado en una de las bancas del parque tratando de esperar pacientemente a Arlen, pues había transcurrido una hora desde que compré los boletos para la rueda de la fortuna, y Arlen no daba señales de vida, lo cual hacía que mi pierna derecha empezara a temblar de nervios, ya que no me gusta estar solo en lugares públicos. Sentía como si todas las personas en la plaza me estuvieran criticando, aunque estoy seguro de que ni siquiera se percataban de mi presencia en aquel lugar tan grande.  

Si te QuEdAs conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora