10. Desmantelando nuestro amor

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Caminaba hacia la escuela

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Caminaba hacia la escuela. A pesar de sentir cierto disgusto por esas clases obligatorias, algo en mí crecía con entusiasmo y nerviosismo. 

Era la anticipación de reencontrarme con el chico de mis sueños, aquel a quien había besado con anhelo y ternura la noche anterior. Esta idea me provocaba una sonrisa tan grande que apenas me cabía en el rostro.

La escena de nuestro beso se repetía constantemente en bucle en mi cabeza sin pausas ni cortes; cada vez que me detenía a pensar en Samuel, volvía a esa noche, recordando cada detalle y cada emoción que me cosquilleaba por toda la piel.

Una vez que atravesaba las puertas de la escuela, ansiaba con cada segundo que pasaba que la vida me cruzara con Samuel en alguno de los pasillos. Aunque sentía una chispa de esperanza en mi corazón, aquel encuentro no ocurrió, ni ese día ni el siguiente. Sentía que Samuel me evitaba otra vez por alguna razón.

Solo deseaba que ese motivo no fuera que se había arrepentido de confesarme sus sentimientos y que había preferido eliminarme de su vida.

Pero fue un día en la escuela cuando aquel pensamiento se me esfumó de la cabeza. Ocurrió tarde por uno de los pasillos de la escuela, cuando todos se habían ido a casa y yo estaba recorriendo los pasillos, rogando porque Samuel se haya quedado hasta tarde en la escuela y me encontrara por mera casualidad. Mientras caminaba por el pasillo, una puerta a un lado mío se entreabrió y una mano salió de ella, agarrándome del brazo y tirando de mí hacia adentro.

Desconcertado y una vez dentro, aun tambaleándome por el tirón inesperado, el sonido de la puerta del aula cerrándose detrás mío me hizo querer recuperar la vista de inmediato y descubrir quién era la persona que me había tirado del brazo hacia dentro del aula. Cuando mi mirada dejó de dar vueltas y pudo enfocarse en aquella persona parada frente a mí, quien me había soltado con delicadeza del brazo al ver lo desconcertado que estaba, mis ojos se abrieron con gran sorpresa, ya que se trataba de Samuel.

Al verlo con claridad, intercambiábamos inconscientemente un par de sonrisas y miradas que decían más de lo que nuestras bocas expresaban.

Aunque no habíamos podido hablar durante unos cuantos días, el simple hecho de sonreírnos y mirarnos me hacía sentir cuánto me quería, sin necesidad de pronunciar ninguna palabra. Esto me generaba nerviosismo, pero al mismo tiempo, me hacía sentir como el chico más afortunado, ya que el chico que amaba correspondía con la misma intensidad con la que yo lo hacía.  

Cuando inhalé profundamente para decir algo, sus brazos se enredaron en mí, abrazándome con cariño como si nunca nos hubiéramos abrazado antes. Impactado por esa interacción, correspondí al abrazo con afecto.

Después de unos segundos abrazados, con la sensación de que mi corazón latía con fuerza por la emoción interna, Samuel se apartó de mí dando unos pasos hacia atrás. Colocó su mano en mi nuca, me acercó con cierta rapidez y me dio un beso. No sabía muy bien qué era lo que sentía tras aquel beso, ya que Samuel ni siquiera me había preguntado si quería besarlo; simplemente lo hizo.

Si te QuEdAs conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora