PARTE 3 - ARIELLE

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Sherwood era un bar que lograba aquella sensación acogedora de los pubs ingleses. El techo de piedra con vigas de madera le daba un aspecto de cabaña y la suave iluminación estaba distribuida de tal manera que creaba la ilusión de llamas. Era un buen lugar. Un rincón que parecía detenido en el tiempo, negándose a evolucionar con letreros de neón y música alta al igual que el resto de los pubs.

Arielle ocupó su lugar detrás de la barra. Todas esas galas y eventos sociales a los que asistía desde la adolescencia le habían dado una habilidad de la cual estaba orgullosa: era excelente preparando tragos. Cuando sus padres exigían su presencia en eventos tediosos, o simplemente encontraba la noche aburrida, había hallado su propio entretenimiento socializando con el barman de turno. Varios de ellos incluso la habían participado de sus propios trucos a la hora de mezclar bebidas y hacerlas más sabrosas.

Por lo que conseguir un trabajo en la barra no fue particularmente difícil. Tras limpiar la mesada, acomodó las bebidas más solicitadas al alcance de la mano.

Los viernes siempre eran días ocupados. Lo que significaba mucho trabajo y buenas propinas.

Colocó la etiqueta con su nombre sobre la pequeña musculosa, acomodó su largo pelo negro y se miró en la pared de espejo que contenía los estantes con botellas.

El delineador resaltaba sus llamativos ojos celestes y el nuevo labial estaba aplicado de manera experta, haciendo que sus labios tuvieran la coloración de frambuesas.

—Te ves igual de bien que todas las noches —le aseguró una voz.

Sonrió, sin apartar la mirada del espejo.

—Gracias, Oli.

Cuando Jean le aseguró que podía conseguirle una habitación sobre un bar con un encargado amistoso y para nada pervertido, Arielle no le creyó. Afortunadamente, estaba tan desesperada que chequeó el lugar de todos modos y fue la mejor decisión que podía haber tomado.

El padre de Oliver, al igual que su padre antes de él, era dueño del edificio. Y dado que se sentía demasiado adulto como para mantener una vida nocturna, había puesto a su hijo de veinticuatro años a cargo del bar. Por supuesto que aparecía espontáneamente cada semana para asegurarse de que las cosas funcionaran bien, aun así, Oliver era su jefe. Un muchacho de espalda ancha, con pelo corto color arena y una mandíbula definida. Sin mencionar que tenía un carácter relajado y estaba atento a espantar a los clientes ebrios que intentaban propasarse con ella. Aunque Arielle fuera capaz de defenderse por sí misma, saber que tenía a alguien cuidando de ella le daba tranquilidad.

—Solo queda una botella de José —dijo mientras realizaba el inventario del estante más cercano—. Y media de Jägermeister. ¿Quieres que vaya por más al depósito?

—Yo puedo hacerlo —respondió Oliver.

El pub todavía estaba tranquilo. Había un par de grupos de jóvenes tomando cerveza junto a una cena de nachos y guacamole.

Si sus padres pudieran verla tras la barra con su pequeño atuendo, de seguro tendrían un infarto. De solo pensar que su padre solía regañarla por tomar cerveza, insistiendo en lo poco femenino que era, no podía evitar reír.

Jean Balfour bajó por las escaleras. Llevaba unos jeans lavados de cintura alta y un top violeta. Un abrigo con estampado de leopardo colgaba de sus hombros. Estaba acompañada por Bastiano. El joven de ondulado pelo castaño y tez olivada era otro de sus vecinos. Italiano, artista callejero, vendía sus pinturas en la rivera junto al puente de Londres. Algo en él le recordaba a un amistoso perro labrador.

—¿Qué dices de un gin de cortesía? —preguntó Jean ocupando una de las banquetas frente a la barra—. Ya sabes, para empezar bien la noche.

Arielle levantó una ceja y llevó una mano hacia la botella.

GALEN PEMBROKEWhere stories live. Discover now