ocho.

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Las dos semanas siguientes, sorprendentemente, transcurrieron sin sobresaltos, y entré en una rutina diaria. Llegaba al instituto, y Jungkook estaba esperándome. Cruzaba los detectores de metales, y Jungkook me acompañaba a clase. Intentaba encontrar algo estimulante en los trabajos que ya me sabía de primaria, y Jeon conseguía que el paseo de cinco minutos entre clase y clase resultara sobreestimulante.

Después de que Hana se hubiera deshecho en mil y una disculpas, comía con ella y sus amigas, pero mi atención seguía concentrada en Jungkook, quien en ocasiones decía mucho más con sus silencios que con sus palabras. No había vuelto a intentar besarme, pero yo notaba cuándo deseaba hacerlo, y podría decirse que a mí me apetecía a todas horas, pero por lo visto él seguía empeñado en mantener cierta distancia entre nosotros. No sabía si solo fingía de cara a la galería o si había decidido que yo encajaba más en su prototipo de amigo que de novio. Aceptaría a Jungkook como fuera con tal de seguir a su lado, aunque habría preferido la opción que me permitiera besarlo cuando me apeteciera.

Rambo se había mudado a su nuevo y definitivo hogar, y la señora Kim ya había llamado en un par de ocasiones para contarme lo bien que se adaptaba. Yo estaba encantado, tanto por el perro como por la familia, aunque mentiría si dijera que no empapé mi almohada de lágrimas la primera noche que pasé sin él. Gajes del oficio, era lo que tenía rehabilitar perros. Si bien valía la pena.

-El tiempo se ha vuelto loco -dijo Jungkook a modo de saludo, después de apartar de un codazo al estudiante que estaba sentado junto a mí en las gradas. Me miró de arriba abajo y se le agrandaron

los ojos, que desvió con brusquedad.

-Ya lo creo, ¿alguien podría decirle al tiempo que todavía es verano? -contesté, siguiéndole la corriente.

Primero había sido la lluvia, luego el viento, y a continuación la temperatura había descendido por debajo de los cinco grados. En la costa noroeste, cinco grados era como estar bajo cero. De pronto, el público rugió furioso y empezó a lanzar palomitas y vasos vacíos al campo de fútbol. Era viernes por la noche y se jugaba el partido de la fiesta de inicio de curso de Smartlight, que se celebraba el día anterior al baile, y decir que íbamos perdiendo sería un insulto para cualquier perdedor que se precie.

Nosotros aún no habíamos anotado siquiera y en el marcador del equipo visitante ya había cuarenta y dos puntos. Y eso que acababa de empezar el segundo cuarto.

-¿Esta llovizna? -dijo Jungkook, mientras me rodeaba con el brazo y me atraía hacia él. Un hormigueo cálido me recorrió la espalda-. Pero si hace un tiempo buenísimo.

Lo miré de reojo.

-Asegura el hombre que no se pone nada que no sea gris.

-¿Intentas decirme algo, Tae? -preguntó, frotándome el brazo.

-¿Quién, yo? -Agité las pestañas-. ¿Por qué gris? ¿Por qué no negro? ¿No es más tú, más... «podría mandarte a la semana que viene de una patada en el culo»?

Se mordió el labio, tratando de reprimir la risa.

-El negro absorbe el resto de los colores, los acepta y deja que lo definan. El gris es solo gris. No absorbe nada salvo a sí mismo.

Era evidente que le había dado muchas vueltas al asunto. No vestía de gris porque fuera su color preferido, vestía de gris por una razón filosófica profundamente arraigada. Como había ido
descubriendo a lo largo de las semanas, Jungkook era el tipo de hombre misterioso que atraía a las mujeres, a pesar de que nunca compartiría con ellas sus secretos. Era un enigma para el que yo deseaba encontrar respuesta.

El lado explosivo de Jeon |  KookV #1Where stories live. Discover now