Mi lady y mi esbirro

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Intensos rayos de luz entraban por la ventana, provocando desvelarme y entreabrir los ojos. Empecé a gimotear y balbucear palabras probablemente inexistentes, necesitaba dormir siete horas más e ingerir doce litros de agua. Al girarme, me salió solo el comprobar si Hunter seguía aquí, pero no estaba.

Eso fue lo que hizo desvelarme por completo. Me levanté algo aturdida y mareada frotándome los ojos y abriendo la ventana para ventilar.

Dios mío. Veía las estrellas.

Salí de su habitación confusa. ¿Y ahora dónde se había metido?

Fui directa al salón cuando, me encontré una bolita (por no decir bolaza) envuelta en un par de mantas. Contuve una risita al ver a Hunter dormido de la manera más incómoda del mundo.

Me acerqué y cogí uno de los cojines que quedaban libres o que no había tirado durante la noche al suelo.

Vi que en la mesita de al lado había un móvil encendido, a uno de los dos nos estaban llamando. Intrigada, miré por si se trataba del mío, pero no. Era el de Hunter, y creo que lo llamaba su entrenador. Se llamaba Chris, ¿No?

En cuanto colgó, fui a apartar la mirada, pero la barra de notificaciones estaba llena. Llena no, a rebosar. Y todas ellas eran llamadas perdidas de Chris. Comencé a deslizar el dedo por la pantalla, y las veces que lo había llamado eran infinitas.

Mierda, ¿Tenía entrenamiento y se había quedado dormido por mi culpa? ¿Quién diablos tiene un entrenamiento y el día anterior sale de fiesta?

Pues obviamente, Hunter Scott.

—Hunter —Lo llamé, pero ni se inmutó. —Hunter —Repetí con algo más de ímpetu. Era un saco de patatas tirado en el sofá. —¡HUNTER! —Grité, y el tío seguía durmiendo. ¿¡Qué clase de brujería era esa!?

O se le daba muy bien ignorarme o estaba muerto.

Le tiré uno de los cojines, dándole en la cara sin querer, y se movió un poco.

—Bueno, pues te despertarás por las malas —Lo advertí.

Fui directa a la cocina y empecé a abrir todos los armarios en busca de una única cosa: Un vaso. Después, directa al congelador y cogí tres hielos. Llené el vaso de agua hasta arriba y, con todo el cuidado del mundo para no manchar nada, me acerqué al sofá con el vaso en la mano.

—Que conste que te he advertido. Si a la de tres no te despiertas, lo harás igualmente por las malas. ¿Me has escuchado?

Nada. Ni un solo movimiento. Lo empujé un poco y pronto comenzó a gimotear y a quejarse, acurrucándose aún más hacia el sofá y dándome la espalda. Llevaba el pelo despeinado y... me fijé en su tatuaje. No sabía que también tenía uno.

Era el número nueve con la caligrafía de los números de hockey. En mal día decidí que el nueve sería mi número favorito.

—Vale, tú lo has querido.

Me sentía tremendamente mal por mojar su sofá y sus mantas, pero a la vez me importaba una mierda. ¡Su entrenador lo necesitaba urgentemente y no lo cogía por mi culpa!

Admite que te apetecía joderlo.

No me escondo.

Y enfadarlo.

Un poquito.

Y verlo mojado.

¡YA VALE!

Sin escrúpulos, comencé a inclinar el vaso de agua con hielos haciendo caer las primeras gotas en su espalda, y, le causaron unos escalofríos. Mi sonrisa de diablo demostraba que estaba disfrutando bastante, pero como él no iba a verla, me daba igual sonreír.

ARDENT © [#1] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora