Despedidas

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(I wanna be yours- Arctic Monkeys)

—Ay, aparta —Balbuceé intentando ocupar toda la cama. Dormir en un colchón minúsculo con semejante chico era imposible. Y mira que yo era enana. De repente sentí mucho espacio, sentí toda mi cama a mi disposición. A pesar de estar adormilada, me giré de repente y lo agarré de la sudadera. —No... —Gimoteé. —Pero quédate.

Soltó una carcajada mientras vi que se estaba quitando la sudadera de vete tú a saber qué exnovio de Rachel era el propietario. Le quedaba como un guante ese pantalón gris.

—Eres incomprensible, ¿Lo sabías?

—Y lo que te gusta... —Dije aún con los ojos entrecerrados y estirándome en la cama.

—Y tanto —Suspiró, como si fuese una tragedia.

—¿Qué hora es? —Jadeé.

—Las nueve. Tengo que estar en una hora en el aeropuerto —Lo miré ojiplática y salí de la cama de un salto.

—Eh... ¿Quieres ducharte? ¿Qué quieres de desayuno? —Pareció dudar de aquella proposición, que finalmente aceptó. —Tengo huevos, huevos... y huevos. Y pan para tostar.

—Vaya menú más variado.

—Lo siento, ricachón, pero es lo que hay. O lo tomas, o lo dejas —Dije desapareciendo de mi habitación.

—Lo tomo, lo tomo —Me di media vuelta y esbocé una sonrisa angelical. —¿Qué hago con la ropa de... este?

—Ah, puedes quedártela —Me miró como si fuese una perturbada. —¿Qué? Dudo que la eche de menos, lleva aquí mínimo un año.

—Vaya ligona, Mads. Yo vendría a por la ropa aunque fuese un año más tarde, así te veía —Las cosas que me decía me parecían una cursilada, pero conseguían ruborizarme.

—Pues no te dejes nada y así todos felices —Vacilé, y se fue hacia el baño semidesnudo con una sonrisa de idiota.

Cómo le gustaba fardar de tío bueno.

Fui a la cocina y lo primero que hice fue ahogar un grito al ver mi reflejo en el microondas. ¿¡Tan fea estaba!? Dios mío.

Me lavé la cara en el lavabo intentando mejorarla, pero el resultado no fue el que me esperaba. Ahora parecía un tomate.

En fin, abrí las ventanas para ventilar un poco el piso, cuando me encontré a uno de los gatos de mi vecina en el vierteaguas. Era un cachorro, a penas tendría dos meses recién cumplidos a juzgar por su estatura.

Fui corriendo intentando no asustarlo, cuando en realidad la asustada era yo. Como se cayese, me daba un infarto.

Se me ocurrió la brillante idea de coger una toalla pequeña y una lata de atún. Coloqué un trozo de atún en el bordillo de la ventana, y el gatito se acercó.

Ay, era tan adorable... era gris con los ojos verdes esmeralda. Era precioso. Maullaba sin parar, se notaba que tenía hambre y posiblemente frío ahí fuera.

El siguiente trocito lo dejé en la mesa, que estaba prácticamente pegada a la ventana. Dudó en entrar o no, pero finalmente lo hizo. Me sentía toda una adiestradora de gatos.

¡QUÉ MONO ERA! Iba a llorar de emoción.

Abrí la lata entera y dejé que se la comiese mientras colocaba la toalla por debajo y rodeaba parte de su cuerpo. Cerré la ventana y lo dejé ahí, comiendo, mientras preparaba huevos revueltos para medio vecindario y bastantes tostadas. Intuí que Hunter tendría el apetito de un ñu.

ARDENT © [#1] Onde histórias criam vida. Descubra agora