『 15 』

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"Romeo, save me, I've been feeling so alone

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"Romeo, save me, I've been feeling so alone. I keep waiting for you, but you never come..." -Love story, Taylor Swift. 

El lunes se había vuelto su día favorito, pues era cada inicio de semana que recibía una carta nueva del Madrigal.

En dichas cartas, el mayor le contaba sobre su semana, lo que había hecho, aprendido y descubierto. Nuestra pequeña ___ disfrutaba leer las palabras de Camilo. Incluso había ocasiones en que incluía fotografías junto a las cartas, o pequeños detalles como pulseras y collares. Todas estas cartas las guardaba en una caja color morado que le había obsequiado su padre cuando cumplió diez años –que en ese entonces la caja contenía un precioso oso de peluche del mismo color–, según ella era la caja de cosas que más apreciaba.

Para cuando guardó la última carta, ya había alrededor de otras veinte guardadas. Sí, ya habían pasado cuatro meses desde que el Madrigal había comenzado sus estudios en la ciudad, y sí, dije «la última carta» porque nada es para siempre.

Al inicio creyó que era un simple retraso de la correspondencia, pues según lo que Camilo le contaba, la manera en manejaban el correo en la ciudad era más lento que en el pueblo, así que se quedó esperando unos días, y los días se volvieron semanas, y las semanas, meses, para finalmente convertirse en años.

No hubo día que no se preguntará "¿Qué pasó? "¿Es que acaso ya se habrá olvidado de mí?" "¿He hecho algo mal? ¿Algo que le haya molestado?". La última vez que supo algo de él fue cuando se festejó la boda de Isabela y Elias, el deseo de ir a preguntarle el porque dejo de mandarle cartas la invadía, quería respuestas, las necesitaba, ¿Que había pasado con la promesa? Aunque no lo haría ese día, no arruinaría el día de Isabela, ya le preguntaría al día siguiente.

Aunque esa necesidad fue sustituida por tristeza y ¿decepción? Camilo no había regresado solo. Junto con él venía un chico moreno, más alto que él, cabello oscuro –el cual llevaba atado en una pequeña coleta, al estilo samurai–, y una de sus cejas con un pequeño corte. Podía suponer que él era el famoso André del que tanto Camilo le había contado en sus cartas, pues encajaba perfectamente con la descripción que el Madrigal le había dado.

Además de André, una chica pelinegra venía con ellos, piel pálida, cabellos rizados, ojos azules, a simple vista era hermosa. Y venía tomada de la mano de Camilo. Tal vez ella era la respuesta a todas sus dudas.

No supo si eran suposiciones suyas, o realmente Camilo la había estado evitando, pero en los tres días que el mayor se quedó en el pueblo no lo vio ni un solo segundo, más que esa tarde en la boda de Isabela, y ni siquiera le había dirigido una sola mirada.

Pero de eso ya había pasado dos años, dos años donde con ayuda de Laura y Mateo, había logrado superar al Madrigal, o al menos eso se hacía creer a sí misma.

Lo que nos lleva al presente, que por cierto, en estos dos años el modernismo comenzaba a notarse cada vez más en el pueblo. Primero habían llegado nuevas prendas de vestir, nueva moda, seguido de aparatos electrónicos, y los puestos de madera comenzaban a desaparecer para dar paso a las tiendas, finalizando con la llegada del primer teléfono celular.

Nuestra querida ___ –de ahora diecisiete años de edad– esperaba a que su turno terminara. Había decidido trabajar en la única tienda de comestibles, por ahora, que había en el pueblo, con la finalidad de ayudar en los gastos de su casa y ahorrar para su universidad, pues junto con el modernismo llegó el aumento de precios.

Se encontraba escaneando unos productos cuando escuchó la campanilla sonar, indicando que alguien nuevo había entrado al local, una mueca se formó en su rostro ¿Que necesidad de llegar a comprar algo faltando cinco minutos para cerrar? aunque esa mueca fue sustituida por una sonrisa al ver al chico que había entrado.

—Que pase buena noche, señora Ana —se despidió de la mujer mientras le entregaba el cambio junto a una bolsa.

—Igualmente, mija'.

La campanilla volvió a sonar cuando la mujer abandonó el local. El chico de hace unos minutos apareció frente a ella, dándole un paquete de chocolates para que cobrara.

—¿Algo más?

—¿Está usted a la venta, señorita?

—Lamento informarle que no —contestó con una sonrisa burlona.— pero tenemos promoción: a la compra de unos chocolates se lleva un beso.

—Entonces deme otros tres.

Ambos rieron, la Montero terminó de cobrar los chocolates para finalmente cerrar el registro. Saliendo de su puesto para ir a dejar un beso en los labios del chico, el cual fue correspondido gustosamente.

—Te extrañe, princesa —dijo él, mientras abrazaba a ___ por la cintura. Ella paso sus brazos por el cuello del contrario.

—Ya te he dicho que no me gusta que me llames así, Carlos.

—Tienes razón, no eres una princesa, eres toda una reina.

Una sonrisa se formo en sus labios. Sí, el mismo Carlos que le había robado su primer beso a los quince años era ahora el dueño de ellos, ¿Que giros da la vida, no?

—¿Cómo has estado? ¿Día duro?

—He tenido días peores, ahora no ha venido tanta gente. ¿Tu que tal?

—Mejor ahora que te veo.

—Pudiste haberme enviado un mensaje, ¿Sabes?

—No es lo mismo que verte en persona, ___. ¿Irás a la fiesta?

Negó con la cabeza:— Le dije a Maty que no iría, este trabajo me está consumiendo el alma.

Tras la decepción amorosa con el Madrigal, Mateo se había vuelto su mejor amigo –junto a Laura, claro–, nunca iba a terminar de agradecerle por todo el apoyo que le había brindado, era como el hermano mayor que nunca tuvo.

—¿Quieres que hagamos algo en tu casa o en la mía?

—Oh, claro que no. Se que tenias ganas de ir a esa fiesta, no te detengas por mi.

Carlos lo dudó por unos minutos.

—¿Estás segura? podemos hacer algo, por mi no hay–

Colocó su dedo índice sobre los labios del chico.

—Estaré bien, ve y diviértete.

—Al menos déjame acompañarte a casa.

—Bien, cierro la tienda y nos vamos.

Tal cual lo dijo, firmó su salida y cerró la tienda, emprendiendo camino a su hogar. Hablaban de temas triviales durante el camino, nada interesante. Cuando finalmente llegaron, se despidieron con un corto beso en los besos, ___ entrando a su casa y Carlos tomando camino hacía el bosque. Entró a su habitación, quitando sus zapatos para poder tumbarse en la cama. El color rosa y morado de sus paredes había sido cambiado por tonos blancos y cafés, y la pequeña cama individual había pasado a ser una full. Apenas se acostó, sintió un peso en su estómago junto a un maullido.

—Será nuestro pequeño bebe, ¿Cómo lo llamarás?

—¡Mushu!

Todo le recordaba a él. "Mami también te extraño, pequeño" dijo al gato, quien por algún motivo adoraba dormir sobre ella.

Hace dos años jamás se hubiera imaginado saliendo con Carlos, pero se sentía feliz, adoraba la vibra y seguridad que él le transmitía, además, con él sentía la paz que había estado buscando. Sí, había algunas actitudes de él que le recordaban a Camilo, pero estaba en proceso de sanación, si Camilo pudo olvidarla, ¿Porque ella no?

Aparte ella sí cumplía sus promesas, y había prometido al mismísimo Camilo disfrutar su vida con o sin él, y era lo que estaba haciendo. 

Promesa; Camilo M.Where stories live. Discover now