Capítulo 30. Christian.

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Por un par de horas podría haber jurado que todo volvió a la normalidad. Me ocupo de mis asuntos en GEH, luego de la producción de crack en el astillero y me aseguro que el envío de armas de esta semana esté listo.

Se supone que es trabajo de Elliot, pero como es usual en él, no le presta el interés necesario para mantenerlo a flote. Juro que ese maldito imbécil no maduró, solo se hizo más alto.

—¿Señor Grey? —Hugo entra a mi oficina sin llamar a la puerta y deja las muestras sobre el escritorio—. El camión está listo para salir, ¿Quiere que envíe a algunos hombres para que vigilen?

Mierda. No ha habido otro incidente con los cargamentos, pero no quiero arriesgarme. Le hago una seña para que lo haga y decido que es el momento de ir a casa.

Cuando todo está listo, Prescott, Hugo y yo subimos al auto para volver a Broadview. Estoy cansado, quiero un vaso de whisky frío y tener a Ana en mi cama. Aunque siento que mis planes podrían cambiar cuando entramos a la casona y veo el auto de Elliot estacionado.

—Es todo, pueden retirarse. —les digo a mi seguridad para que se retire.

Esta mañana di la orden de que nadie entrara a la casa, y Grant tendría qué vigilar desde la oficina a través de las cámaras. Solo eso, no quiero más jodidos ojos curiosos en mi casa.

Empujo la puerta de entrada y me quito el abrigo, mi vista moviéndose a la sala donde están Ana y Elliot, peleando como es usual en ellos ahora.

Ella está en zapatillas altas, un ajustado pantalón negro y una blusa roja como sus labios, su nueva Beretta apuntando a Elliot. El imbécil me sonríe.

—¿Quiero saber lo que está sucediendo? —pregunto con fastidio.

—No. —contestan al unísono.

—Bien.

Lanzo el abrigo sobre el sofá y voy directo a la mesita que tiene la licorera, tomo dos hielos del cubo y vierto todo en mi vaso. No escucho sus voces, pero sé que Elliot se dirige a la puerta por sus pasos.

Segundos después siento las manos de Ana sobre mis hombros, masajeando y presionando los músculos.

—¿Día difícil?

Vida difícil.

—Lo de siempre. —doy un trago largo a mi bebida—. ¿Está lista la cena?

—Si.

Ella se aparta y giro sobre mis pies para apreciarla mejor, sus ojos brillan como si fuera el reflejo de su fuego interno. Intenta alcanzar mi vaso para beber whisky, así que lo aparto de ella.

—Quiero un trago. —se queja.

—Lo sé, pero no estás tomando esta noche. —sus cejas se fruncen y hace un puchero con sus labios rojos—. Me gusta ese color.

—También a mí, pero no cambies el tema. —aquí viene, ella simplemente no puede quedarse callada—. ¿Por qué cambiaste mi desayuno? ¿Ya no puedo comer tocino?

Le doy un beso en la comisura de la boca para intentar distraerla.

—Te quiero saludable, es todo. —miento—. ¿Te parece si practicamos a tirar con tu pistola?

—¿Ahora? —sus expresivos ojos se hacen más grandes—. ¡Si!

La suelto para que espere ahí mientras voy a mi estudio por los tiros y el silenciador, me bebo el resto de mi whisky y me reúno con ella en la sala.

Pongo las balas en el cargador, ajusto el silenciador y la llevo al patio trasero. Nos situamos a unos metros de un árbol y señalo una marca en el tronco.

—Aqui tienes, nena. Nadie puede verte, nadie puede oírte y ahora puedes practicar tu puntería con ese árbol. Apunta con ambas manos y quita el seguro cuando estés lista.

Tan pronto como dejo la pistola en sus manos, su cara se torna más pálida. Se enfrenta al objetivo que señalé, pero no apunta, solo gira para mirarme.

—¿No deberías explicarme más? ¿O ayudarme? Esta cosa está cargada, no quiero volarme un dedo por accidente.

Eso me hace reír.

—No pongas tu mano delante del cañón, eso debería ser suficiente. —puedo ver el pánico en su expresión y decido acercarme—. Lo estás haciendo bien, simplemente apoya bien tus pies y sostén el arma.

Ella ha estado actuando muy bien alrededor de Elliot, apuntando sin dudar y mostrándose fuerte, aunque a solas se derrumbe de miedo.

—¿Cuánto crees que debería practicar? —pregunta, luego hace el primer tiro.

El tronco no lo recibe y es una fortuna que el grupo de árboles detrás de ese recibiera el impacto. Tal vez debí darle la pistola más pequeña.

—Hasta que pueda confiar en ti para cuidar mi espalda. —meto las manos en los bolsillos y le indico que continúe.

—Puedes confiar en mí. —dice, dispara otro tiro que sale desviado.

—¿Cómo puedes estar segura de eso? Para confiar en ti, necesito que seas capaz de defenderte a ti misma. Que no seas una carga. Y que no te paralices.

Ella baja la pistola y gira para enfrentarme, puedo ver en su rostro que mis palabras la han molestado. No pretendo lastimarla pero si endurecerla para esta vida, si quiere sobrevivir a mi lado debe aprender a mirar sobre su hombro.

—Voy a practicar todos los días, lo verás. Puedo hacerlo.

Eso espero.

Podría dejarla a solas un rato para que continúe, sobre todo en este momento que Elliot no está. Sin embargo, escucho su voz detrás de mí.

—Pero también quiero un voto de confianza, el beneficio de la duda si lo prefieres. —agrega.

—¿Qué es exactamente lo que estás pidiendo, Ana? —ahora estoy intrigado.

Ella se acerca varios pasos hasta quedar frente a mi, sus ojos azules entrecerrados.

—¿Me dejas dormir a tu lado pero no confías en mí? —una lenta sonrisa se estira en sus labios—. Quiero cocinar para ti.

¿Qué? ¿Este puto lío es por una cena? Juro que a veces me sorprende el rumbo de sus pensamientos.

—Bien, estoy de acuerdo. Una cena, mañana, solo tú y yo.

—Bien. —repite, luego regresa sobre sus pasos hasta la zona de tiro.

La veo acomodarse y levantar los brazos con seguridad, destraba el seguro un segundo antes de lanzar su tercer tiro. El impacto golpea la parte superior del tronco, por encima de la marca.

Ella definitivamente va a lograrlo, solo es cuestión de tiempo y eso solo me hace sentir orgulloso.

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Labios Rojos (Color Venganza #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora