EL NOVIAZGO_EDITADA

Somos novios

--¡Julia, Julia! ¿Por qué tardó tanto en contestar? —Dijo don Hermes con la voz entrecortada por la emoción de los recientes acontecimientos. Hablaba desde el teléfono de la antigua "oficina" de su hija, que ahora era la suya. – ¡No se imagina lo que acabo de presenciar! ¡Es que si me lo hubieran contado, no lo hubiera creído! –-Se rió para sus adentros. --

Don Hermes había pasado del desconcierto al enojo, y de nuevo al desconcierto de un momento a otro. Las perspectivas favorables que representaba la unión entre su familia y la Mendoza estaban llenando su cabeza, pero no de la forma esperada (por las ventajas económicas que esto suponía), sino por la profunda melancolía y sorpresa que le provocaba el imaginar a su hija dejando el nido para hacer el suyo propio, al lado de un hombre que reunía muchas cualidades que él apreciaba y destacaba, pero con quien nunca se imaginó algún día emparentar.

Doña Julia estaba a la espera de que Betty llegara a casa o le llamara por teléfono. Sabía que estaba resuelta a retirarse de ECOMODA ese mismo día, pero aun así seguía guardando las esperanzas de que algo sucediese y la hiciese cambiar de opinión. Ese "algo", estaba convencida, debía ser el propio mandato de su corazón, que entre sus miedos y dolores del pasado, se hiciera escuchar. Por otro lado, Don Hermes, según Betty dispuso, se enteraría de su salida anticipada de ECOMODA esa misma noche durante la cena, cuando ya no pudiera persuadirla de quedarse.

--Hermes, ¿dónde está? Me dijo que iba a echarle aceite al carrito y que no se demoraba. –Dijo doña Julia, sospechando que él ya estaba enterado de todo. --

-Sí, Julia, y eso hice. Pero eso no me quitó mucho tiempo, así que aproveché para saludar a la niña y devolver unos documentos que me llevé de la oficina. ¡Esta mañana salió muy temprano y sin despedirse...! –Replicó don Hermes. –

--¡La pobre tiene mucho trabajo, Hermes! No vaya a molestarla por esa tontería, por favor. –Interrumpió doña Julia.--

--¡Qué fea manía de interrumpirme cuando estoy hablando! Que a Betty tampoco se le olviden los modales, así se convierta el día de mañana en presidente de la república—Dijo don Hermes, en tono ceremonioso. –

-- Ay, Hermes, ¿Por qué dice eso? La niña no tiene esas aspiraciones... Ya sabe lo mucho que le disgustan los políticos de este país... --Dijo doña Julia, atisbando un dejo divertido en el tono de voz de su marido. –Diga, ¿Qué fue eso que vio y le sorprendió tanto? –

--Resulta, Julia, que le acabo de autorizar a la niña que la pretenda...es decir, que le visite el doctor Mendoza. ¿Cómo la ve, ah? Todo esa idea de irse a Cartagena, quedó en nada... ¡Y me alegra, no crea que no! Que Betty se fuera con ese señor Francés no iba a ser posible si no se hacía por lo derecho. ¿Se ha quedado muda? ¡Ah, claro, usted ya lo sabía, por eso es que ayer el doctor llegó a la casa y pidió una audiencia en privado con usted! –Dijo don Hermes.--

-Don Armando primeramente quería hablar con Betty, y era tanta su urgencia, que decidí atenderlo yo. De verdad, Hermes, yo no sabía nada. Betty apenas soporta verlo en la oficina... Ella está desesperada por terminar su compromiso con esa gente, que siempre le han hecho la vida un infierno –Dijo doña Julia echándose una risa nerviosa. –

¿Cómo la convenció? ¿Cómo sucedió este milagro?, se preguntó doña Julia para sus adentros.

--No me pareció haber visto ningún infierno aquí. De hecho, me encontré con el doctor Mendoza y con la niña protagonizando una escenita de lo más irresponsable ¡Tenían a toda la empresa paralizada por un asunto privado, que solo concernía a ellos y a nosotros!—Don Hermes quiso sonar molesto, pero no pudo. La molestia por semejante asunto había sido superada por completo y, por el contrario, estaba emocionado y conmovido por las palabras sinceras y de amor que Armando había expresado por Betty, hacía unos cuantos minutos, así como por su enfática y respetuosa petición hacia él para pretenderla.