CAPÍTULO IX: DÍA II - LA RECOLECTA

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Se aloja en mí esa sensación, emoción o como se le diga a eso que viene acompañado de un palpitar acelerado del corazón, temblor en las manos y secuencias mentales de posibles eventos que tienen como fin un resultado trágico.

Miedo.

Sí, eso.

Y yo debería estar dentro de casa.

La recolecta debería ser mañana, en el amanecer, con los protocolos que rigen la espera de la debutante en la entrada de su hogar bajo dos custodias llamadas nanas. Ellas apoyarían a la debutante en su salida al exterior y la cubrirían con una capa larga con capucha de color café que representa el suelo que deja atrás. La debutante iría bajo el resguardo de las nanas hasta llegar a la nave donde esperan dos protectores, quienes son los que portan armas con el fin de utilizarlas a los civiles que se interpongan en la recolecta.

Pero...

Yo estoy aquí afuera.

La recolecta es en este momento.

Y quienes, —sin mayor cuidado—, optan por derrumbar el cerco de mi hogar y acercarse a la puerta son solo los protectores. Ellos están completamente cubiertos por un traje oscuro que parece metal.

No lo sé.

No me importa.

Detenerme a analizar todo no está en mis planes.

—¡Esperen! —grito, limpiando seguido mi rostro con las mangas para apartar el agua que me cubre, aunque sea en vano, y así poder visualizar mejor el panorama.

Solo tengo que correr un poco para alcanzar la enorme nave de color gris en forma triangular con la punta en mi dirección que proyecta luces celestes.

La cual rodeo con dificultad.

—¡Esperen! —repito, deteniéndome en lo que sería la entrada de la nave que se encuentra toda expuesta.

Justo ahí, dentro, hay dos debutantes sentadas sobre lo que sería una base metálica. Ellas están cubiertas por la capa larga con capucha café, —la prenda es tal como me lo describía mi madre—, manteniendo sus cabezas cabizbajas. No puedo saber qué apariencia tienen. Avanzo un poco más, y me percato de dos protectores más, sentados en lado opuesto, apuntando sus armas hacia ellas.

No, esto no debería de ser así.

—Apártate, sucia. —Una voz grave interviene detrás de mí.

—¿Sucia? —musito.

—Apártate —ordena. Estoy a punto de girar cuando dice: —De seguro, la clase de enfermedad que portas es hacia una falla neuronal.

—¿falla neuronal? —cuestiono en voz baja, volteando y quedando a unos centímetros con un protector.

No puedo ver su rostro, pero lo que sí resalta es su altura que sobrepasa a la mía. Estoy por debajo de sus hombros. Su traje intimida, haciéndome notar que la lluvia no lo moja como si tuviera alguna protección invisible extra.

—Apártate, o me veré obligado a dispararte, porque te estás interponiendo en una recolecta. —Apunta su arma hacia mí, dejando expuesta una línea de luz celeste en el centro de esta.

—Espera... —Miro hacia la puerta de mi casa donde está solo un protector apuntando también en mi dirección. ¿Tan peligrosa soy? Regreso mi mirada hacia el protector que tengo en frente resolviendo que este es un de los que vi derribar el cerco—. Soy una debutante —digo finalmente.

—Apártate —repite.

—Soy una debutante —insisto, esperando que baje su arma.

No lo hace.

El miedo me abraza a un más.

Tengo una pizca de esperanza de ser testigo de la recogida de Afrodita para que, al llegar aquí, me vea y pueda aseverar que soy una debutante. Solo debo esperar.

—La debutante está en camino —escucho una voz diferente que sale del protector.

—Apártate —ordena, esta vez, con una imponencia que me hace retroceder unos pasos.

El protector se empieza a mover y dirigirse hacia el cerco, mientras me apunta. Intuyo que sé lo que ocurre. Es Afrodita, ella está por salir. El protector cubre mi visión. No puedo ver hacia la puerta.

Solo escucho pisadas hasta que veo que el protector se hace a un costado. Ahí está ella. Está empapada. Veo su vestido apegarse a su cuerpo y descubrir el contorno de su figura. Ella no lleva la capa.

—¡Afrodita! —grito, alzando mis brazos para llamar su atención.

Lo logro.

Pero no solo es su atención la que capto, sino la de los protectores quienes bloquean enseguida a Afrodita y apuntan sus armas en mi dirección.

—Afrodita, diles que soy una debutante —hablo lo más alto que puedo para que escuche a través de todo el ruido.

Pero eso me sale caro.

En un parpadeo caigo al suelo de rodillas.

Cubro mi vientre.

Un dolor indescriptible me pulveriza y, a su vez, distingo que el dolor no es natural. Ese dolor fue causado. Un protector está a mis pies y ni siquiera me di cuenta de sus movimientos. Alzo mi vista.

No puedo hablar.

El dolor me consume.

—Retirada —dice.

El motor de la nave se enciende.

El protector se aleja de mí. Lo veo ir hacia el que escolta a Afrodita en su costado ocultándola de mi visión. Van a ingresar a la nave y no se me ocurre qué más hacer que solo gritar su nombre.

—¡Afrodita!

—¡Esperen! —escucho gritar a Afrodita.

Suspiro.

El protector que la escolta se hace a un lado y, ahora no solo la veo, ella me ve. Nos miramos fijamente.

Diles, Afrodita.

Diles que también soy una debutante.

—¿La conoces? —interroga el protector a Afrodita.

Diles que sí.

Asiento mi cabeza para que sepa que estoy de acuerdo.

—No —articula, llevando su atención hacia dentro de la nave.

Avanza.

Ellos avanzan.

Y yo me quedo atrás.

¿No?

¿Por qué dijiste eso?

—¡Afrodita! —grito.

La nave sella su entrada y despegan.

Debutante ©Where stories live. Discover now