CAPÍTULO XII: DÍA III - TERRITORIO PRICE

69 14 2
                                    


Puede ser cierto que a este punto yo no tenga idea hacia dónde nos dirigimos. Lo que sí sé es que nos estamos alejando de nuestro territorio. Lo deduzco así, porque estamos dejando atrás los asentamientos y somos recibidos a nuestro alrededor por la tierra árida que se extiende a kilómetros. Aunque como consecuencia de la tormenta y el cambio repentino a un clima extremadamente caluroso, el suelo se encuentra quebradizo y tosco. Mamá optó por envolverme los pies con doble tela y asegurarlos con unas tiras para que no se maltraten. Soy la única con esa protección. De ahí, todos llevamos sandalias que no sirven de mucho ante el rigoroso suelo en el que emprendemos la marcha.

—No te descubras el rostro, Andrómeda —ordena mamá.

Pero es inevitable.

Llevo una tela que cubre todo mi cuerpo como si esa solo cayera de mi cabeza y se desplegara por cada parte de mí para cubrirme; excepto que solo son mis ojos los libres. El pedazo que cubre mi rostro está asegurado el cual he estado intentando descubrirlo, porque me está haciendo respirar con dificultad.

—Mamá, ¿crees que así no me notarán? —pregunto un tanto dudosa.

—Sí, a donde vamos las mujeres suelen cubrirse así para que el sol no afecte su piel.

—¿Y cómo conseguiremos un buscador? —inquiero.

—Ellos nos encuentran a nosotros —menciona—. Ellos siempre tienen algo que venderte del viejo mundo. Ellos siempre andan por estas tierras.

—Pero, aquí no veo a nadie cerca... —Miro a mi alrededor, divisando detrás de mí lo lejano que se ve nuestro territorio por cada paso avanzado—. Exceptuándonos a nosotros.

—Andrómeda, no utilices vocabulario avanzado —recrimina—. Habla con palabras más básicas.

Llevo mi atención hacia ella que está a mi lado cargando al bebé en su espalda cubierto con una manta que va por delante de mamá y se entrecruza entre sus hombros, torso y cintura.

—Sí, mamá.

O mejor no hablo.

Busco con mi mirada a Kai que está a lado de mamá. La canasta improvisada que cubre su cabeza, y que se desbalancea hacia su lado derecho, me deja ver su expresión sonriente. ¿Por qué estaría sonriente en una situación así?

—¡Veo a uno! —grita Kai, apuntando con su brazo derecho y dedo índice.

Y yo sigo ese rastro.

Miro hacia el frente.

Es verdad.

Se puede divisar algo viniendo de lejos en nuestra dirección. Se acerca tan rápido. Es una especie de rueda. Nos detenemos. La rueda entre más se acerca es más fácil de diferenciar. Se ve de material metálico oxidado, tiene una especie de tiras colgantes que se conecta en su estructura y una especie de asiento con una persona ahí ocupándolo. No conozco exactamente el nombre de las partes de lo que estoy viendo, pero parece funcionar como la nave, aunque el objeto que funciona como transporte que está en frente no surca el aire, sino que barre el suelo.

Quien lo opera se detiene a una distancia prudente de nosotros.

—¿A dónde se dirigen? —suelta.

Su voz es como ronca. Esta se acopla a su enorme contextura corporal. Utiliza unos aparatos en sus ojos que lo cubren y al mismo tiempo se transparenta. Su vestimenta lo hace ver rudo o ruda. No sé. La persona que está a unos pasos lleva pantalón. Eso es un indicio para saber que podría ser varón, pero toda esa deducción se desmorona al recordar que mamá también está portando un pantalón. Es la primera vez que la veo con uno, y ahora no sé si esa prenda es un punto clave para determinar si alguien es hombre o mujer en este punto de mi vida.

Debutante ©Where stories live. Discover now