CAPÍTULO 2

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11 de marzo de 1912

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11 de marzo de 1912


Diría que existen diferentes tipos de días en la vida. Algunos eran tranquilos, sin nada que acentuar de ellos. Otros eran como un cuento de hadas, demasiado perfectos para ser realidad. Había otros que parecían ser un día en el infierno.

El resto eran días en el infierno disfrazados de cuentos de hadas.

Si alguien me preguntase cómo eran mis días, respondería que eran una mezcla de días en el infierno disfrazados de cuentos o simplemente un día terrible en el infierno. No creía haber tenido un día de cuentos de hadas en mucho tiempo.

A pesar de que mis días deberían ser muy monótonos —eso era lo normal en una casa como la que vivía y también por el trabajo que tenía— no lo eran, no lo han sido hace mucho. Pero eran las personas para las que trabajaba las que hacían que cada día fuera una aventura. No necesariamente en el buen sentido.

Era una aventura en el infierno.

A veces solamente esperaba que el día terminara para que pudiera descansar, no por cansancio per se, si no de los hijos mayores del Conde. No los aguantaba más.

La campanilla de la cocina había sonado, específicamente la que provenía del dormitorio de lady Claudette. Aunque yo no estaba en ese momento en la cocina, Lily, una mucama como yo, fue a buscarme para que atendiera a milady y es que ella era tan especial que no quería que cualquier persona se ocupara de sus necesidades. Eso no significaba que yo fuera de su agrado, diría, tal vez, que me consideraba un mal menor.

Cuando llegué a su habitación, toqué a la puerta y luego entré. Me encontré con una situación algo particular. Lady Claudette estaba frente a su tocador con el rostro rojo y el cabello pegado a este, parecía sudada. Emily, la doncella de las hijas del Conde, estaba arreglando ese desperfecto. Pero esa imagen era normal, lo que me desconcertó fue ver el desorden de la habitación. Hace unas horas Lily y yo lo habíamos dejado impecable.

—Anna, recoge las prendas y lávalas —ordenó lady Claudette, quien apenas había girado para ver quién acudió a su llamado.

—Sí, milady.

No había mucho que pudiera hacer al respecto. No tenía idea de cómo había terminado la mayoría de la ropa en el suelo. Había tanta que cuando lady Claudette salió del cuarto yo todavía seguía acomodándola para poder bajarla a la lavandería.

—Lamento esto, Anna —me dijo Emily—. Lady Claudette me pidió hace una semana que le diera una lista de la ropa que llevaría a América y, no le gustó nada de lo que escogí —su tono de voz denotaba cierto desagrado, por no decir rencor.

Emily me contó que lady Claudette empezó a sacar vestidos, faldas, blusas, corsés, entre otros de su ropero buscando un vestido en específico que quería que fuera alistado para su viaje. Aparentemente nunca le dijo a su doncella qué era lo que buscaba, sino, esta le hubiera respondido que lo llevaba puesto.

Nuestra Constelación en el Cielo | SampleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora