Prólogo.

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Era una fría noche de Halloween cuando ocurrió su primer encuentro.

Un pequeño peliverde de mirada esmeralda caminaba alegre al lado de sus amigos a los 4 años, pidiendo dulces en las casas del vecindario. Era un lindo fantasma con un sombrero y un moño en su cuello.

Quería que su disfraz diese terror al verlo como todo niño en noche de Halloween, y por más que lo intentó, falló enormemente.

Más que sustos y gritos, recibía apretujones en sus mejillas regordetas, junto a comentarios de los adultos repitiendo una y otra vez lo tierno que se veía con sus enormes ojos esmeralda y pequeñas pecas en su rostro, que resaltaban aún más por su atuendo.

Y aunque no dio ni la más pequeña pizca de horror, el resultado fue mejor que el planeado, pues los adultos le daban muchos más dulces debido a su "ternura".

—¡Izuku, Izuku! —le llamaba alegre su pequeña amiga brujita. —¡Date prisa!, ¡Son las últimas casas, los dulces se acaban!

—¡Espérame Ochako! —le respondió el pequeño quien se quedó atrás cuando su amiga comenzó a correr, emocionada por llegar a la siguiente casa.

Iba a comenzar a correr también, pero antes de dar un paso, notó que las agujetas de sus tenis rojos se habían soltado. Se dispuso a atarlas y cuando ya hubo terminado de hacerlo, vio como su amiga había terminado de pedir dulces en esa casa, y se encaminaba a regresar con él.

Una idea se pasó por su cabeza, quería asustar a alguien al menos una vez, quizá podría hacerlo con su amiga.

Miró un lado y miró al otro, corrió hacia unos arbustos y se escondió tras ellos.

Esperaba pacientemente que su amiga pasará por ahí para darle un muy buen susto, así que se preparó y estaba listo. Pero un gruñido a sus espaldas le detuvo.

El pequeño dio vuelta encontrándose con un gran perro rabioso, le miraba con furia y le amenazaba con sus temibles colmillos, grande y con deseo de devorar aquello que invadió su territorio.

Gruñidos cada vez más fuertes iba escuchando mientras comenzaba a acercarse lentamente. El fantasmita comenzó a llorar de miedo, haciéndose para atrás, dando un mal paso y cayendo, los dulces de su canasta de calabaza se esparcieron en el suelo, y a aquel gran perro le molestó en sobremanera.

No tenía escapatoria y del miedo, estaba sin habla. Se cubrió lo más que pudo pensando que le atacaría.

Pero el ataque nunca llegó.

Con temor, abrió los ojos y levantó su rostro, ahí fue cuando lo vio.

Un chico, claramente mayor que él, piel pálida y cabellos cenizos, había calmado al perro. Le acariciaba, y le hablaba por lo bajo, todo eso hasta que el perro terminó echándose y jadeando alegre por las caricias.

El chico se puso de pie dirigiéndose al pequeño, le tomó de su pequeño y débil tórax ayudándole a ponerse de pie. Recogió todos y cada uno de sus dulces poniéndolos nuevamente en su cesta, todo esto ante la mirada asombrada y curiosa del pequeño peliverde.

—¡¿Cómo logró tranquilizar a ese perrote?! —Estaba maravillado. —¡Muchas gracias por ayudarme!, Pensé que me atacaría y mordería muy feo. Debe ser alguien muy genial para no temerle a un perro con esos colmillos tan grandotes, ¡Es usted alguien muy genial!

Le decía el pequeño Izuku bastante emocionado mientras que el contrario le entregaba su canasta en sus pequeñas manos.

—Hablas demasiado. —Fue lo que aquel chico le dijo acomodando el disfraz del niño.

Luna Sangrienta |Bakudeku-Katsudeku|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora