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Ángela bajó la cabeza. Entonces, Rubica vio la cinta dorada que le había atado esta mañana. Como a Ángela le gustaba corretear, la cinta fijada ligeramente con el alfiler se podia haber soltado. Pero hoy, la cinta seguía colgando de su pelo bastante bien.

'Le gusta mucho. Incluso se está conteniendo para no correr...'

De repente, Rubica pensó en lo encantadora que era Ángela. Era maleducada, pero no era culpa suya. Rubica dio unas ligeras palmaditas en su cama, en el lugar vacío que había a su lado. Ángela sonrió y se sentó a su lado. Era una chica guapa, de todos modos.

Rubica cambió de tema lo más amablemente posible.

"Es el duque Claymore".

"Lo sé, mamá se enfadó por ello, diciendo que no podía ni soñar con casarme con un hombre así. Pero dijo que podría ser presentada a un marqués después de que te conviertas en duquesa".

¿La señora Berner le había dicho esto a Ángela?

Rubica trató de evitar que su mirada se enfriara y miró a Ángela con la mayor calidez posible.

"¿Pero por qué un hombre tan grande ha pedido tu mano en matrimonio? Ni siquiera tienes dote".

"Sí, Ángela. Me gustaría saber por qué. Incluso está utilizando su propio dinero", respondió Rubica distante.

A Ángela le temblaron los labios y parecía que lloraría en cualquier momento, pero la niña le preguntó a Rubica: "¿Te vas a casar con él? ¿Vas a casarte y dejar esta mansión?".

Rubica no iba a casarse en absoluto, pero si pensaba marcharse en secreto. Rubica decidió hablar vagamente con Ángela en lugar de ser sincera.

"Probablemente me iré".

Entonces, los ojos azules empezaron a temblar. Ángela bajó rápidamente la mirada para ocultar sus lágrimas. Rubica miró con sorpresa sus hombros temblorosos. No podía entender por qué Ángela actuaba de esa manera.

"Estos, estos son tuyos".

Ángela se calmó y sacó del bolsillo algo envuelto en un pañuelo. Cuando Rubica lo desdobló, encontró unos bonitos pendientes de rubí, un anillo y unos collares. Eran los accesorios de su madre que le había regalado a Ángela hacía mucho tiempo.

"... Estos son..."

No pudo terminar la frase. Los accesorios de su madre que no había visto en la última década. Rubica recordaba a su madre llevándolos como si hubiera sido ayer.

"Los guardaba para dártelos cuando te casaras".

Rubica recordaba los días en los que Ángela lloraba como si no tuviera fin hasta que se los diera. Por eso, miró a Ángela confundida.

"Mamá siempre se lleva tus cosas y las vende".

Rubica no pudo aguantar más y abrazó a Ángela con fuerza. Se le agolparon emociones indescriptibles.

"Ángela, eres una niña muy buena".

Por culpa de sus padres, que la querían como a una muñeca pero no la enseñaban bien, era un poco maleducada e impaciente, pero al menos su corazón era más cálido que el de cualquier otra persona de la mansión.

"Por supuesto". Ángela no sabía qué hacer ante el cumplido de Rubica, así que hizo un mohín: "Te iba a guardar el anillo esta mañana para que mamá no te lo quitara".

Luego, dudó y le entregó un pequeño broche de plata a Rubica.

"Felicidades, Rubica".

Rubica se preguntó si debía decirle que no iba a casarse con el duque. Sin embargo, decidió que no era necesario hacer que la niña cargara con esas preocupaciones.

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