十六 "intención"

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II
"Sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído, y cebado."
Santiago 1:14



     El malhumor que había procedido a arruinar mi tarde se intensificó cuando Ji Min no asistió a su turno en la biblioteca desde la mañana, como habíamos prometido.

      A pesar de que había encontrado dentro de mi endurecido y pecaminoso corazón el perdonar la intensidad con que había expuesto mis puntos débiles ante Ho Seok, no conseguía encontrar la voluntad de quedarme en paz con su persona; aún cuando mi mejor amigo siempre lograba calmar y —a la vez— alimentar cada uno de mis malignos atributos, sus constantes desapariciones amagaban a volverlo uno de mis enemigos. Debido a que decir la palabra "traidor" no le convenía, todavía.

—Hye, ¿podrías ayudarme acá? —no era de malinterpretarse, sin embargo: el hombre de cabellos castaños siempre cumplía con sus promesas aún cuando estas iban pasadas su fecha de caducidad. Era el hecho de que, parecía ser, el hombre se hallaba deslizándose fuera de mi control lo que ardía en mi consciencia de una forma no tan apacible. Era como si hubiese miedo de perder un discípulo, a pesar de que en mi mesa sólo había un asiento, y era el mío.

       Ji Min había llegado a trabajar hace diez minutos y, de esa misma manera, no había dirigido palabra en mi dirección. A pesar de lo defectuoso para mi orgullo que su comportamiento había sido, cupo en mi la calma que sólo un dios tendría, pues sabía que aquel hombre podía sentarse sobre mi abatimiento sin pensarlo dos veces. De manera que, cuando abandoné el cubículo que unía la biblioteca con la oficina que conservaban los registros de los libros y pude observar un gesto de culpa en el rostro de Ji Min en mí no cupo otra reacción más que apoyarme contra el estante frente al suyo, mostrando un porte estricto ante su expresión cargada de arrepentimiento.

       Sin permitirle observar la molestia en mi rostro, crucé mis brazos sobre mi pecho antes de apuntar mi barbilla en su dirección, sugiriendo que requería una respuesta a su llamado. No obstante, conseguí sentirme aun más molesta (si así podía decirle) cuando una sonrisa se esparció por sus brillantes labios, cuyo lustre, pude ver, había venido de la botella de agua que cargaba en su mano derecha: me pareció, como poco, descarado que todavía cabía en su persona el demostrar una sorna que conseguía sobrepasar la mía. Por lo tanto, no pude hacer más que fruncir el ceño cuando volvió a llevar la botella hacia sus labios donde, en un gesto que no pareció descuidado, permitió que el agua se desplazase por su barbilla hasta llegar hacia su camiseta. Y, aunque resultó ser aún más dañino para mí el verlo llevar sus dedos hacia el líquido con el obvio propósito de secar su rostro, lo que no conseguí deducir de su acción, donde sus pupilas se mostraron enfocadas en mi rostro mientras llevaba a cabo su insólito cometido, fue cuando se hizo paso hacia mi encuentro. Sin permitirme cuestionarle su cercanía, la yema del pulgar del castaño se posicionó levemente sobre mis labios y, con una sonrisa aún plasmada en los suyos, irrumpió en mi boca dejándome a entender que quería explorar mi lengua con su dedo.

—¿Sigues enojada conmigo? —o, más bien, su plan era sentar algún control sobre mí debido a que, con su dedo pulgar aún dentro de mi boca no pude darle la respuesta que quería, o alguna respuesta en lo absoluto. De modo que, viendo cómo su respiración comenzó a sonar pesada y un tanto entrecortada, volví a dejarle saber, sin palabras, el porqué éramos mejores amigos: chupando la mencionada extremidad, lo dejé ir de mi boca para dejar que mi lengua lamiera la punta del mismo. Atinando, Ji Min siseó entre dientes dejándome presenciar cómo su mandíbula se apretó una vez retiró su dedo de mi rostro—. ¿Sí?

La delicadeza en la voz del castaño fue suficiente para que en mi tenaz intención de gozarme de la debilidad de su persona cupiese el devolverle una sonrisa, que no tomó mucho para que él pudiera imitarla. Tanto a Ji Min como a mí se nos daba excelente el arte de seducir, sea el uno al otro o a los demás, y éramos testigos de qué tan cruel era nuestra manera de llevar acabo el saciar nuestras barbaridades. Sin embargo, lo que me parecía digno de rigor era la extraña manera de comportarse que aquel hombre había adquirido, sobre todo cuando de mí se trataba: parecía ser que había olvidado que ambos teníamos el mismo fin como pecadores. Por ende, a causa de curiosidad y una sed vindicta, decidí probar qué tan bien podía incitar a un hombre como Ji Min.

DESOBEDIENCIA | JUNG HO  SEOK/PARK JI MIN.Where stories live. Discover now