六 "corazón"

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»Muchas veces, las intenciones que nacían dentro del corazón y la mente se preferían mantener en secreto. Escondidas, más bien. Sobre todo, si estas eran oscuras.

Nunca había sido buena desglosando las intenciones de los que me rodeaban por muy débil y peligroso que esto sonara, pero estaba muy segura de las mías que, ennegrecidas y perversas, las decidía llamar un pecado consciente, siendo éste una total decepción para quienes tanto temían de cometer el mismo.

Y es que mientras más leía su nombre, impreso en letras coreanas debajo de un número telefónico al cual le había dado demasiadas vueltas para llamar, más crecía en mis entrañas el esmero de inquietar su ágil lengua, como si jurara conocerme más de lo que yo conocía mi propia curiosidad. Tampoco había mentido, pero su seguridad en el tono de su habla había encendido alguna molestia disfrazada de intranquilidad a qué más había en su cabeza cuando se trataba de pensar en mí.

Me preguntaba si lo hacía de la enfermiza manera en que yo concebía su imagen en mi cerebro.

Sacudiendo el papel, un poco duro, en plan de juego y aprovechando el mínimo viento que creaba para procurar calmar el calor que incomodaba mi cuerpo, tracé con mis dedos el elástico de mi ropa interior, moviéndolos horizontalmente antes de sentir el creciente vello en mi monte de Venus cuando me descendí con picardía al encuentro de mi clítoris.

Era cierto que no estaba en mi objetivo, cuando entré a aquel estudio, el formar parte del drástico y tabú arte que él se había atrevido a crear, mucho menos, cuando me había ideado su persona como un hombre común con el cual me había encaprichado. Pero no quería calumniar en contra de mi propia existencia diciendo que su autoría en un tema tan impedido por la sociedad y la iglesia no había sido de incentivo para querer acercarme más a él.

Mordí mi labio inferior elevando mi barbilla con el propósito de impedir que un gemido se escapara de mis labios y me atreví a acelerar el movimiento circular sobre mi sexo, invitando a mi respiración a hacer lo mismo.

Decir unas cuantas falacias ya no era nuevo y venía convirtiéndose en algo inapetente. En todo su esplendor, ya me era costumbre, y mientras más pensaba en aquel peculiar hombre llamado Jung Ho Seok, más incrementaba mi apetito en una fruta de apariencia distinta, pero con el mismo sabor, por no decir veneno.

Así, mi segundo pecado se desató con el orgasmo que alcancé, sin querer, a su nombre.

Con el pelo apegado a mi cuello por el sudor y una conocida calidez viajando desde mi vientre hacia mi rostro, dejé salir un sonoro suspiro en compás con la relajación de mis músculos y sintiéndome la garganta un poco seca, lamí mis labios acomodándome en la cama con el propósito de encontrar mi teléfono celular.

No me detuve a pensarlo demasiado, de nuevo, con la irritante duda golpeteando la confianza en mi mente y, tal vez, un nerviosismo causado por el antiguo éxtasis y el hecho de haber pensado en su persona en el último instante de éste. A cualquiera le pareciera una vergüenza, una ignominia, mucho más, si se trataba de una mujer.

Sin embargo, por más coraje que junté en marcar los primeros tres números, no fue la vacilación lo que me detuvo de continuar; unos toques bruscos y ruidosos en la puerta de mi habitación, se encargaron de, no sólo interrumpir, pero exaltarme grandemente. Empero, de inmediato rodeé los ojos cuando caí en cuenta de que la única persona que se atrevería a molestarme tan impertinentemente era mi hermano mayor.

-¿Qué quieres? -devolviéndole el susto, puesto que cuando abrí la puerta súbitamente sus flacuchos hombros se sacudieron, cuestioné.

Yoon Gi no era el hombre más expresivo que conocía, ya sea por elección o por el simple hecho de que no salían de él más que gestos amargados que ponían en ridículo a cualquiera. Y era por esto mismo que cuando se tomó su tiempo para mirarme, luego de dejarme observar su mirada vacilante en el suelo, con la postura encorvada y las manos en los bolsillos, supe que había algo más en su persona aquel día. Esto lo confirmé cuando, finalmente, encontró mis pupilas y no hizo más nada que apoyar su lengua en el interior de su mejilla, en vez de quejarse de la poca ropa que llevaba puesta o del sudor que me empapaba.

DESOBEDIENCIA | JUNG HO  SEOK/PARK JI MIN.Where stories live. Discover now