Quarante et un

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Minho logró, sin saber como, soltarse del agarre para dar pasos apresurados hacía atrás, con la intención de alejarse.

El hombre cayó al suelo, sin lograr mantener el equilibrio. Se quedó llorando en el piso, diciendo que era un asqueroso ser humano y merecía ir al infierno.

Minho era demasiado bueno, por lo que no pudo evitar sentir lástima por él. Aunque lo hubiera lastimado. Aunque incluso lo hubiera dejado con un trauma eterno.

Chan fue a abrazarlo, sintió el corazón del menor latir acelerado, pero él estaba tratando de regular su respiración.

En un movimiento rápido, el hombre se levantó del suelo y les dio una última mirada a todos, pateó la puerta y se fue corriendo sin que Chan pudiera alcanzarlo.

Minho se sentó junto a su madre en el piso y comenzó a llorar.

—Mi amor, tu no tienes la culpa de nada. No malgastes lágrimas en alguien que no vale la pena, además yo estaré bien. Mami es fuerte y estará junto a ti mucho tiempo más, igual que Chan.

Minho poco a poco se fue calmando, la policía llegó poco después y su madre tuvo que salir a hablar con ellos por el desastre de la casa.

Chan se quedó adentro con el de cabellos violetas, le dio muchos besos por todo el rostro, limpiando los rastros de lagrimitas que había en sus mejillas.

Ambos subieron juntos a ordenar el caos de la habitación del más alto.

El menor se sentó frente a la pared que antes tenía su dibujo, y se le oprimió el corazoncito.

Su esfuerzo se desvaneció en rasguños y cortes en la pintura.

Ya no se veía nada bien.

El bajito lo levantó de allí, después de que la mujer les avisara que cerraran bien todo para que Minho pudiera descansar. Mañana tendrían que ir a declarar.

Se acostaron juntos y Chan besó los labios de Minho, una y otra vez.

Luego acarició su cabello, asegurándole que nunca había estado tan orgulloso de él y su valentía.

Pasitos de Pingüino - Minchan. ADAPTACIÓNWhere stories live. Discover now