XXIX. Complicidad

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Max

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Max

-Cuéntame sobre ti -habló Jessica después de recuperar el aliento, abrazada a mi cintura, con la cabeza reposada en mi pecho. Le regalé una mirada algo extrañada y ella solamente sonrió. -¿Qué? Quiero conocerte más.

-Pues... no sé -me quedé pensativo durante unos segundos, porque la realidad era que no sabía muy bien qué decirle. No estaba muy acostumbrado a abrirme a los demás, emocionalmente hablando. Ni siquiera en mi "relación" con Kelly habíamos mantenido conversaciones de aquel tipo. -¿Qué quieres saber?

-No sé... ¿Qué cosas te gustan? -, pensé, pero me negué a verbalizarlo. Sus ojos esperaban, impacientes, una respuesta por mi parte. -¿Qué te gusta hacer cuando no estás trabajando? -estar contigo, vino a mi mente.

-Pues... cuando estoy en Mónaco me gusta ir al puerto, ir en barco, relajarme. También me gusta beber de vez en cuando, y comer helado aunque debería seguir una dieta estricta -me mira y sonríe, quizá por mi respuesta tan básica. Pero era la realidad. Mi vida era sencilla aunque estuviese rodeada de extravagancia.

-¿Helado favorito? -pregunta sin despegar la mirada de mi rostro.

-Chocolate y menta -su expresión cambia de repente y finge tener una arcada. Bueno, en realidad no se si lo finge, pero prefiero pensar que es así. -¿Qué pasa?

-Joder, es asqueroso, Max -responde riendo a carcajadas. Era de las pocas veces que la veía reírse así, y me encantó. No pude evitar unirme a sus risas. Estaba cómodo, muy cómodo. Los dos desnudos en la cama, hablando de gilipolleces sin importancia, y no necesitaba más. Aquello era todo lo que necesitaba. De pronto, me di cuenta que me estaba olvidando poco a poco de lo que me había dicho mi padre. Porque aquello era todo lo que importaba. Compartir mi tiempo y mis risas con ella, y si hacía falta también mi llanto.

-¿Cuál es el tuyo? -pregunto abrazándola por la cintura, impidiendo que se separe de mi. Quiero tenerla lo más cerca posible.

-Tarta de queso -su respuesta hace que enarque una ceja, incorporándome levemente para poder mirarla a la cara. -¿Qué? -dice mordiéndose el labio inferior mientras se le escapa una risa incontrolable.

-¿Y el raro soy yo? -ambos estallamos en carcajadas. Dios, las suyas son música para mis oídos. Podría pasarme horas en aquella cama, hablando de cualquier cosa sin importancia. De hecho, no sabría decir cuánto tiempo llevábamos en aquel lugar, pero ya era completamente de noche, y ninguno de los dos parecía tener sueño. Estábamos demasiado entretenidos en nuestro propio mundo como para estar pendientes de cualquier otra cosa.

Con una mano en mi hombro atrayéndola hacia mi, bajo la otra de su cintura hasta su barriga. Y no quiero moverla de aquel punto. Allí está bien. Siento la necesidad de dejarla allí, aunque sepa que es demasiado pronto para sentir algo. Sé que no hay nada que pueda captar, pero me niego a moverla.

Dangerous game | Max VerstappenOù les histoires vivent. Découvrez maintenant