Capítulo 3 | Lo puedo explicar, lo juro

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Cuando todo va mal, puede ir peor.

Bien, eso se los puedo afirmar.

Después de pasar una noche entera siendo examinada por el médico de la familia -quien debo aclarar, dijo que me encontraba bien- mamá insistió en ir a un hospital temprano en la mañana porque no se sentía segura con los resultados.

Y así fue como pasé tres horas de tortura existencial dejando que me hicieran exámenes en todo el cuerpo. Sí, una bonita forma de pasar el fin de semana.

Cuando el resultado de los exámenes fue el mismo que el del médico de la familia, mi madre enloqueció.

-Señora, ya le dije por tercera vez que su hija se encuentra en perfecto estado de salud, no tiene más que un pequeño rasguño a un costado de la cabeza y un ligero golpe en su antebrazo. Lo más probable es que mañana ya no sienta nada.

-Bien, pero que sepas que si le pasa algo a mi hija te demandaré -hizo una pausa y miró a todo el personal en el hospital-. ¡Y a todos ustedes también! ¿Me oyen? ¡A TODOS!

Después de unos cuantos minutos más de amenazas por parte de Alicia -mi madre- hacia todo el personal médico, nos dirigimos a casa.

Ah, pero antes de irme, la vida me quiso hacer un hermoso recordatorio de que nací un viernes trece y que la mala suerte me persigue como una psicópata.

Cuando nos disponíamos a marcharnos mi vejiga no pudo ser más inoportuna, no pude aguantar más y me dirigí al baño del hospital.

Mientras caminaba rápido ocultando mi gran necesidad de encontrar el sanitario choqué con algunas personas, volteé a la izquierda del largo pasillo y me recibió una multitud de hombres haciendo fila para entrar al sanitario ¿Lo mejor? el de mujeres se encontraba justo al lado.

Casi salto de felicidad al encontrarlo y al notar que estaba vacío, casi lloro.

Entré en el cuarto y cerré la puerta detrás de mí. Corrí hacia el cubículo más cercano, cerrado, me dirigí al segundo, cerrado también.

¿Pero qué es esto?
-Mi suerte seguro.

Ninguno tenía acceso, solo me quedaba uno por revisar y recé para que este sí se abriera.

Agarré el pomo de la puerta y me dispuse abrirla. Me sobresalté cuando vi un hombre esbelto y de espalda a mí. Mis pies comenzaron a retroceder y antes de que me diera cuenta, choqué contra una pared.

Mi corazón iba a mil por hora, así que, me dispuse a marcharme antes de que me viera. Comencé a andar de puntillas hasta la puerta para que no me escuchara. Fijo que era un pervertido.

Por favor Señor encargado de mi destino, apóyame una vez en la vida y que no me mire, que no me mire.

Miré inconscientemente hacia atrás, el hombre ya había dejado de hacer lo que sea que estaba haciendo y comenzaba a girar la cabeza en mi dirección.

-¿A dónde vas? -esa impostada voz resonó por todo el baño, a lo que me detuve.

-¿Ah? esto...yo... eh -comencé a balbucear como una tonta mientras me giraba a observarlo.

Él ahora estaba apoyado en el marco de la entrada al cubículo y me quedé pasmada al ver su rostro.

Era más o menos de mi edad, solo que, con unos rasgos un poco más maduros, tenía un cuerpo esbelto, el cabello oscuro y ondulado, con algunos mechones que se posaban sobre espesas cejas. No tardé en perderme en esos ojos avellanas, ámbar, grises con unos toques color miel... -vamos que no tenía ni idea del color, pero sin dudas eran los más atrayentes que había visto- su nariz con un aire aristocrático, sus labios gruesos y muy pero muy besables. Su rostro completo reflejaba una belleza exótica y aunque me avergüence decirlo, mis ojos se abrieron demasiado y se me escapó un enorme suspiro al estar ante su presencia.

Sinónimo de mala suerteWhere stories live. Discover now