Diciembre de 2007.
Me desperté y traté de abrir mis ojos, pero estaba tan cansada, me dolía la cabeza y el estómago me daba vueltas. Fue una sensación horrible. No me quería sentir así. ¿Qué iba a decir mi mamá cuando bajara a desayunar?
Me incorporé y la cabeza me empezó a girar. Por eso, volví a acostarme, me puse de costado y cerré los ojos con fuerza, porque si los abría, tenía miedo de que todo empezara a girar con velocidad y desmayarme. Ya sabía lo que se sentía, lo que podía ocurrir y no quería.
—Ama.
Abrí mis ojos despacio e Iván estaba sentado a mi lado, sobre la cama.
—¿Qué hacés? Andate, mis papás se van a enojar si se enteran que estás acá...
—Es que... no puedo irme de mi casa.
—Ay, no— me tapé la cara con ambas manos, sabiendo que iba a estar castigada de por vida—. ¿Qué hora es?
—Las once de la mañana...
—Ay, Dios.
—Yo... les mandé un mensaje desde tu teléfono...
—¿A quién?— abrí mis ojos, desesperada.
—A tus papás. Les dije que Cande se sentía mal porque tomó mucho alcohol y te ibas a quedar a dormir en su casa.
Le sonreí, porque esa mentira era algo que podía haber hecho de verdad.
—¿Me puedo duchar antes de irme?
Lo pensó unos segundos, quizá porque él recién terminaba de bañarse y había dejado el baño sucio. O no lo sé.
—Antes, tomate esto... es para el dolor de cabeza.
Me tomé un paracetamol, respiré con fuerza para levantarme y caminé despacio hasta el baño. La ducha fue reparadora, no solo me sacó la arena y la sal que tenía pegada en el cuerpo por revolcarme borracha en la orilla del mar, también los mareos. Cuando terminé, me envolví en una toalla, me lavé los dientes con el cepillo de Iván , me pasé un peine por el pelo y salí. Fui a la habitación e Iván ya había sacado las sábanas y puesto otras. El vestido color beige claro estaba acomodado en los pies de la cama.
¿Vivía solo? ¿Qué hacía todo el tiempo solo en una casa tan grande? ¿Con quién iba a pasar Navidad y Año nuevo? Las fiestas eran en una semana.
Pensar en eso me hizo recordar que, al día siguiente, volvíamos a Buenos Aires porque todavía tenía que ir al último día de clases. Como no me había llevado materias, terminé de cursar en noviembre y en diciembre solo tenían que ir los chicos que no les había ido bien durante el año. Y el 20 de diciembre, era el último día de escuela.
Con mis papás íbamos a ir y venir durante todo el verano, pero creí que, lo mejor, era terminar nuestra relación ahí, en esas dos primeras semanas de diciembre. No podía creer que Iván era solo un amor de verano. Pensé que quizá iba a ser algo más grande, más importante, pero se iba a quedar ahí.
—¿Te sentís mejor?
Me di vuelta y lo miré, tenía la espalda apoyada contra la pared, el pelo mojado y... me acerqué a él muy despacio, tiré un poco la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos y me animé a acariciarle la mejilla. Sí, me estaba despidiendo, era la verdad. Había sido hermoso conocerlo, pero yo sabía lo que deseaba e Iván no era para mí. Pero quería guardarme algo para siempre.
Entonces, me puse en puntas de pie y abriendo mis labios, lo besé. Enseguida, sus manos me apretaron la cintura y la toalla se desajustó, terminó tirándola al piso y dándome la vuelta, me empujó contra la pared, mientras continuaba besándome.
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Una promesa
RomanceUna novela que podría ser tu propia vida. Una promesa de adolescentes que se cumplió y que, a pesar de los años, continúa tan intacta como aquel día. Y, aunque los protagonistas lo nieguen, el amor también prefirió suspenderse en el aire durante eso...