Enero de 2008. Casi febrero.
Lo veía raro. Distante. Frío. Pensante. Enojado. No era Iván. Ni siquiera se había metido al mar con la tabla. La mayor parte del día se la pasó durmiendo sobre una manta en la arena, vestido con una campera negra con capucha y una gorra. Por supuesto que estaba preocupada, porque estaba segura que el golpe con la moto no tenía nada que ver con su estado de ánimo. Me puse de pie cuando Candela salió del mar, así podía hablar con ella a solas.
—Cande, me parece que Iván...
—¿Qué?
Hasta me daba miedo hablar sobre eso.
—Me parece que está... drogado.
Cande miró a Iván.
—Eh, amigo— le gritó e Iván levantó la cabeza—. Pasame un pucho.
Iván se sentó, revisó la mochila de Candela, sacó un cigarrillo del paquete, un encendedor y le revoleó a Candela las dos cosas. Luego de que Cande encendió el cigarrillo, le devolvió el encendedor a Iván que lo atajó en el aire, lo puso otra vez en la mochila y se volvió a acostar.
—No, no está drogado. Pero... puede que quiera hacerlo y no lo hace por vos.
—¿Y por qué?
—La mamá todavía no se fue... está en Buenos Aires. Seguramente, habrán discutido o algo...
—Está bien.
Caminé hacia la manta y me acosté al lado de Iván, que me abrazó enseguida pasando un brazo por mi cuello, llevándome hacia su pecho. Me dio un beso en la frente y comenzó a pasarme la yema de los dedos por mi brazo que estaba encima de su estómago. Mi piel se hizo de gallina. Por eso, levanté mi cabeza y subiéndome un poco hacia arriba, quise acercar nuestros labios para besarlo. Tardó unos segundos en responder, hasta que se separó un poco para mirarme a los ojos, me tiró un mechón de pelo hacia atrás y... me tumbó boca arriba, acunó mi mejilla derecha y me besó.
Sí, lo sé, no tendría que haberlo besado porque, cuando me acerqué a él fue para que dejara de pensar en querer consumir. Quizá, yo era más importante que su adicción. Y, además, teníamos una promesa.
Lo complicado fue que el beso se convirtió en... ganas. Ganas de querer estar solos para poder hacer todo lo que quisiéramos. Por eso, cuando metió su pierna entre las mías y rozó mi vagina, mi cuerpo tembló, como siempre. Siempre temblaba cuando estaba con él.
—Iván— susurré contra sus labios, muerta de deseo. Estaba sufriendo—. Tocame...
—Acá no— susurró y se separó para mirarme a los ojos. Y cuando una sonrisa pícara apareció en sus labios, me di cuenta de que había vuelto a ser él—. Me encanta verte así...
—¿Así cómo?—le pregunté.
—Tenés las mejillas coloradas... los labios rojos por besarte tanto... te brillan los ojitos...
—Es que... te necesito— admití en voz baja.
—Lo sé... yo también.
Miró hacia todos lados y como no había nadie cerca, metió una mano entre nosotros y comenzó a pasar un dedo sobre la tela del bikini. Tiré la cabeza hacia atrás y cerré los ojos...
—No, no— susurró, dejando de tocarme—. Quiero que me mires cuando te toque...
—Me da mucha vergüenza...
—¿Vergüenza conmigo? ¿De verdad, reina?
Empezó a tocarme otra vez y no cerré mis ojos cuando su dedo separó mis labios y...
ESTÁS LEYENDO
Una promesa
RomanceUna novela que podría ser tu propia vida. Una promesa de adolescentes que se cumplió y que, a pesar de los años, continúa tan intacta como aquel día. Y, aunque los protagonistas lo nieguen, el amor también prefirió suspenderse en el aire durante eso...