Enero de 2008.
Apenas llegué a San Clemente, después de pasar Navidad y Año Nuevo en Buenos Aires con mis papás, fui corriendo a buscar a Iván. Toqué timbre y unos segundos después, la puerta principal se abrió y ahí estaba él, con el pelo mojado y alborotado, un short negro, una remera gris y una sonrisa en los labios.
—¿En qué puedo ayudarte, reina? — preguntó, apoyándose contra el marco de la puerta—. Está abierto, pasá.
Me mordí el labio inferior más nerviosa que en toda mi vida. Abrí la reja, la cerré y entré cuando se hizo a un costado para dejarme pasar. Y apenas cerró la puerta de madera, me tiré encima de él para besarlo en los labios. Enseguida, me alzó y lo envolví con mis piernas, se sentó en el sillón conmigo encima, sin dejar de besarme; sin dejar de pasar sus manos por mi cola y por mi espalda; sin dejar de apretar la yema de sus dedos contra mi piel. Es que, no nos veíamos hacía dos semanas, solo habíamos hablado horas por teléfono y... yo sé que había estado toda mi vida sin él, pero solo de imaginar que íbamos a estar distanciados dos semanas otra vez, se me retorcía el estómago. Así se sentía, cualquier pensamiento negativo era dramático para mí.
—¿Me extrañaste?— preguntó contra mi cuello, pero volví a besarlo en los labios.
No iba a dejar de besarlo, era una promesa. Había esperado ese momento durante catorce días. Solo deseaba eso, nada más. Le quité la remera y le bajé un poco el short hasta sacar su pene hacia afuera. Me corrí la bombacha hacia un costado y separándome de sus labios, pegué mi frente a la suya y muy despacio, lo metí en mi cuerpo.
—Ama— susurró mi nombre justo cuando comencé a subir y bajar.
Por favor, cómo me costaba respirar, me dolía el pecho, se me retorcía el estómago y...
—Te extrañé... mucho— admití y dejé de moverme.
Entonces, él me separó un poco y cuando abrí mis ojos, estaba sonriendo.
—Yo también te extrañé, reina.
—Pensé... pensé que no iba a soportarlo. ¿Cómo vamos a hacer? Vos acá, yo allá y...
Volvió a sonreír, enderezó la espalda y su pene toco lo más profundo de mí. Entonces, me acordé de que estábamos teniendo sexo. Y sonreí con vergüenza y moví mi cadera hacia adelante y atrás, hasta que mis ojos se cerraron y disfruté del momento, de él, tratando de no pensar en nada más.
—Yo también te extrañé, Ama.
—Ay— gemí tirando la cabeza hacia atrás y me apretó más contra él.
Sus manos marcaron la velocidad de mis movimientos y... sacó su pene, abrió el pequeño paquete y se puso el condón. Luego, lo volvió a meter en mi cuerpo y me besó en los labios. Una de sus manos viajó a mi ano y... cuando hacía eso, mi cuerpo enloquecía. Solo metía apenas la punta de su dedo y todos mis sentidos convulsionaban. Se disparaban hacia cualquier lado. No podía controlar nada. Terminaba unos minutos después, jadeando y gritando.
Cuando abrí mis ojos, estaba acostada sobre el sillón. Me había quedado dormida, con mi cabeza y mi mano sobre su pecho.
—¿Estás despierta?
—Ajam.
Comenzó a pasarme la punta de los dedos sobre mi espalda y la piel se me hizo de gallina.
—¿Ama?
—¿Qué?
—Estuve pensando y... creo que, durante el año, podría viajar todas las semanas o fin de semana de por medio así nos vemos... y ya no tendrías que preocuparte por eso.
ESTÁS LEYENDO
Una promesa
RomanceUna novela que podría ser tu propia vida. Una promesa de adolescentes que se cumplió y que, a pesar de los años, continúa tan intacta como aquel día. Y, aunque los protagonistas lo nieguen, el amor también prefirió suspenderse en el aire durante eso...