Seis

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El timbre seguía sonando, pero no tenía ninguna intención de abrir la puerta. Solo quería tumbarme en mi cama, sujetando el móvil entre mis manos, esperando la llamada que me salvase de este infierno en el que me encontraba desde hacía casi un mes.

-¡Wendy, sé que estás ahí, así que ya estás tardando en abrirnos la puerta!

-¡Vamos, déjanos entrar y así terminamos con esto de una vez!

La primera voz era claramente de Bell. Hacía semanas que no la veía porque la boda estaba ocupando todo su tiempo. Al principio quiso atrasarla hasta que tuviésemos noticias de Peter, pero yo no la dejé. No quería que los demás sufrieran tanto como yo. No, este es mi problema y yo lo solucionaré sola.

La segunda voz se había convertido en algo familiar para mí. Ojos perfilados con lápiz negro e insultos al final de cada frase, Jane me había acompañado durante toda esta larga espera en la que me encontraba. Al principio era bastante incómodo estar juntas, pero poco a poco vimos que teníamos más en común de lo que pensábamos. Entendí por qué Peter se había fijado en ella: era misteriosa, con un pasado tan oscuro como su pelo lacio. Ambas nos consolamos en las noches difíciles. Ahora la consideraba mi amiga.

Me levanté despacio. Al principio me costó mantener el equilibrio. Cuando pude, busqué entre las montañas de ropa sin lavar algo que fuera relativamente decente. No me preocupé de mi pelo sucio ni de las ojeras que surcaban mis ojos. Abrí la puerta y por un momento, no pude creer lo que veían mis ojos.

—¿Johnny? ¿Qué haces tú aquí?
—Yo... —titubeó un poco— he vuelto a casa.
—¡Sorpresa! —gritó Bell con entusiasmo—.

Johnny se acercó a mí y me rodeó con sus brazos. Había cambiado tanto. Ya no era el muchacho que había dejado en casa cuando huí. Se había convertido en un hombre. Medía dos palmos más que yo y el cuerpo escuchimizado que tenía con diecisiete había desaparecido tras una figura atlética. Lo único que seguía como siempre era su preciosa sonrisa y su hoyuelo en la mejilla izquierda. Tenerle ahí, tan cerca, hizo que se me saltaran las lágrimas. Era mi hermano, el chico que me había defendido en el colegio y el que me robaba las galletas en la merienda. Era él. Y ahora estaba con nosotros.
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—¿Dónde has estado todo este tiempo?
Alcé la voz  más de lo necesario. Esa había sido la primera pregunta que le hice a Johnny tras un largo abrazo. Tenía la intención de saber todo lo que había ocurrido durante los trece años en los que había estado desaparecido. No era como aquellas noches en las que nos quedábamos a dormir en casas de extraños y nuestros padres preguntaban a la mañana siguiente dónde estábamos; eran trece años, lo suficiente para formar una familia o conseguir trabajo.
Todos nos habíamos reunido en mi sofá. A mi lado estaba Jane, que no había hablado desde que entró. Johnny miraba al suelo justo enfrente mientras Bell llamaba a M para que se uniera a nosotros. El silencio se hacía evidente tras mi pregunta. ¿Por qué no quería responder? ¿Qué ocultaba en ese pasado?
—Y tú, ¿dónde has estado?
—Vamos, Johnny, —dije entre resoplidos— llevas desaparecido trece años. Durante ese tiempo he vuelto a casa en tres ocasiones. Además, seguía hablando con ellos por carta. Tú jamás mandaste nada. Por años pensé que estabas muerto.
—Esa vida que llevaba era como estar muerto, hermanita —dijo mientras sacaba un cigarro—. Ahora he vuelto, ¿tanto importa el pasado?
—-¡Pues claro que sí! —exclamé mientras me levantaba del asiento— Tenías diecisite años, Johnny. Has pasado la mitad de tu vida alejado de tu familia. ¿Nunca pensaste en volver?
—Cuando tú te marchaste apenas tenías catorce. ¿Qué hiciste tú, sin comida y sin casa? Jamás debiste irte.
—¡No es lo mismo! Nuestra madre me odiaba con todo su ser. No podía aguantar más allí.
—¿Y qué te hace pensar que a nosotros nos trataba diferente? —explotó Johnny—. Siempre te has sentido la única víctima, pero en esa casa lo fuimos todos. ¿Viste alguna vez cómo pegaba a M, viste sus moretones tapados con maquillaje? ¿Viste cómo me insultaba, cómo me menospreciaba y me hacía sentir miserable? —soltó él, dejándome sin palabras—. No, nunca lo hiciste. Sólo te preocupabas de lo dura que era contigo. Fuiste una cobarde y huiste sin nosotros. Nos dejaste en ese infierno, Wendy.

Después de eso, no pude hacer más que llorar. Había sido una cobarde, ellos tenían razón. Siempre me fijaba en mis penas, pero no en los horrores que pasaban mis hermanos. Al final, tras minutos llorando sobre el hombro de Jane, fui capaz de hablar.
—Lo siento, Johnny. No sabes cuánto.

Dicho esto, cogí un abrigo y salí a la calle, intentando ordenar mis pensamientos. Afuera hacía demasiado frío para ir en calcetines, pero no quería volver a casa. Di vueltas y más vueltas, viendo cómo algunas parejas salían a cenar y algunos padres cansados salían de trabajar. La gente iba y venía, tan ajetreada que no se paraba a pensar qué hacía aquella chica en un banco, sin más compañía que la del viento. 

—¿Te acuerdas cuando salimos del hospital después de que ingresara papá? —me giré hacia esa conocida voz y vi a M sentado a mi lado—. Vinimos los dos aquí. Compraste chucherías y nos sentamos en este mismo banco. Yo no quería hablar, pero tú lo conseguiste. Charlamos, reímos y nos  olvidamos de la tragedia que acabábamos de vivir. Ese es mi mejor recuerdo contigo, Wendy. Eres una buena hermana y Johnny también. Ambos escapasteis por motivos diferentes, pero ambos lo hicisteis porque os lo dijo el corazón. Lo entiendo, de verdad. No te sientas culpable al dejarme allí. No te reprocho nada. Eres mi hermana. Te quiero.

—Yo también te quiero, M —dije mientras lo abrazaba como debía haberlo hecho hace mucho tiempo—.



PeterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora