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Me retoco por última vez frente al espejo de mi habitación cuando escucho que la puerta del apartamento se abre y Saywer -mi guardaespaldas- habla con alguien. Cojo de encima de la cama una cajita y me pongo una pulsera muy cara. Empresas intentando hacer amistad... Me subo en los sofisticados tacones y camino profesionalmente hacia la entrada evitando a toda costa que no se me enredara la falda del vestido entre las piernas. Me encuentro a mi padre vestido de traje de chaqueta hecho a medida colocándose bien las mangas.

Paro en seco y doy una vueltecita para que pueda apreciar el vestido.

- Estás preciosa -dice y puedo notar que sonríe mientras me abraza.

- Lo mismo digo, papá -digo sin poder evitar sonreír también.

Se le ve realmente emocionado por la cena de empresa, aunque siempre son más de lo mismo. Señores ricachones con sus señoras esposas relatando lo maravillosas que son sus vidas. La utilidad de eso es fácil: "la empresa" son los únicos que los escuchan, y como nadie lo hace, al hacerlo nosotros piensan que somos sus amigos.

Negocio.

- Estás lista? -pregunta dirigiéndose a la puerta.

- Claro, espera que coja las llaves del coche -digo moviendome rápidamente por la sala buscandolas.

- Pero, que dices? -dice incrédulo.- Te estás viendo? Eres toda una dama, asi no conduciras.

Y es la forma en la que coloca las palabras haciendo que suene como una orden la que hace que necesite contradecirlo. Soy independiente, no necesito la ayuda de nadie.

- Creo que una dama también es capaz de conducir su propio coche.

- Y de pisarse la falda de su flamante vestido, también -sonríe victorioso.- Saywer?

- Le sigo, señor.

[...]

Llevo una hora ya en el Bright Point esperando al resto de invitados cuando el reloj marca las siete. Como si de una nube de humo saliera, aparece un hombre joven, de espalda ancha y caderas estrechas, vestido con impoluto traje de chaqueta gris perfectamente ajustado a su figura, camisa blanca y corbata azul marino brillante. Esa clase de azul que resaltaba sus ojos. Me quedo embobada como una tonta con una copa de champán sin probar en la mano. Las siete. Ni un minuto más, ni un minuto menos.

Busca a alguien con la mirada, pero no demasiado agobiado, sino de forma bastante natural sin llamar la atención. Y le envidio por ser capaz de hacer eso. Nuestras miradas se juntan y noto un consquilleo en las puntas de los dedos al acerelararse mi corazón. Camina ligeramente hacia mi posición con una sonrisa poco decente, pero me doy cuenta de que incluso así irradia elegancia. Es francés... Recuerdo.

Dejo rápidamente la copa en la primera bandeja que pasa y limpiandome los restos de los labios me dirijo con seguridad hacia nuestro último cliente.

- Señor Blair, es un honor que haya venido -sonrio amablemente.

- Nunca incumpliría mi palabra -dice con acento.

Sonrio y le guio hacia su mesa, desde donde se ve a mi padre subirse a un escenario con un micro en la mano, con todo el mundo aplaudiendo y mi madre sonriendo embelesada desde su mesa. Me siento a la izquierda del francés junto a otras dos sillas vacías. Porque están vacías?
Al momento llegan dos camareros y se las llevan, pero antes de que se vallab agarró a uno por el brazo y se lo pregunto.

- El señor ha enfermado y su esposa se ha quedado para cuidarle, señora Grey.

Le dejo ir y al girar la cabeza me encuentro al inversor relajado sonriendome, y le devuelvo la sonrisa amablemente. Me ha tocado estar a solas con el.
Es atractivo, nadie puedo negarlo. El traje de chaqueta deja ver una espalda ancha y unas caderas estrechas trabajadas. Sus ojos son cálidos y le salen unas arrugitas adorables cuando sonríe, como si fuera un niño pequeño. Y el acento es un añadido.

PHOEBE GREYWhere stories live. Discover now