XIII 🎀 Vals de los Enamorados

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Después de ir a limpiar la sangre que Yor dejó en las escaleras pieza por pieza, Anya se había quitado todas y cada una de las piezas de joyería que le habían dado para usar esa noche. Se quitó también las zapatillas y el vestido, además de dejarse el cabello suelto. Cuando se vio en el espejo solo con ropa interior, se fue por su pijama, un vestido blanco corto que tenía unos tirantes.

Cuando estuvo contenta con su imagen, subió a la habitación de Damian. Ya era muy noche, más aún podía escuchar la gran cantidad de pensamientos de Damian preocupado por ella, como si fuese el fin del mundo.

Y, cuando entró a la habitación sin tocar, lo vio caminando en círculos.

—Ehem... —llamó al ver que no notó su presencia.

Damian se detuvo al escucharla y se giró a la puerta. Ahí estaba ella, usando una bata blanca medio transparente, igual de radiante como la última vez que la vio.

—Anya...

Caminó lo más rápido que pudo hasta estar frente a ella. La miró, la miró y por más que la miró no podía evitar pensar en lo mucho que le gustaba tenerla a su lado además de lo mucho que le dolería que se fuera.

Quería llorar al pensar que tal vez ella lo dejaría, pero también porque estaba con él. No lo pensó dos veces y se inclinó para besarla, más se sorprendió al sentir que ella puso su mano para impedirlo.

Se sentía confundido, consternado; no la creía capaz.

—Principitooo —llamó Anya con una sonrisa en el rostro—. ¿No hay algo que deberíamos hacer antes?

—¿... Antes? —repitió confundido—. ¿... Hablar sobre lo que pasó?

Anya suspiró.

—Yo no beso a mis amigos.

Entonces la mente de Damian hizo clic.

Recordó que nunca le pidió ser pareja, diablos, nunca le dijo ni cómo se sentía, lo único que había hecho fue besarla y luego pedirle matrimonio. ¿Le faltaba sentido común? Probablemente.

Más ya era muy tarde para un simple "me gustas", tenía que ser algo más elaborado, tenía que ser una manera en que representara cómo se sentía de verdad, porque él no quería a Anya Forger, no, él la amaba con cada célula de su ser.

Pero pensarlo era más fácil que decirlo.

—Anya —llamó de forma cortés—. Déjate de tonterías y permíteme besarte.

Más ella se echó a reír ante sus palabras.

Sabía muy bien qué estaba pasando por su mente, por eso le parecía gracioso. Esas contradicciones entre su pensar y su actuar nunca le dejaban de sorprender.

—Si es tu forma de pedirme que seamos novios, entonces acepto, principito.

Damian se puso feliz. No lo dijo, ni siquiera se atrevió, pero funcionó. Anya correspondía su sentir, fue ella quien decidió dar el paso pese a que él lo dudaba, fue ella quien inició eso, fue ella quien lo aceptó, fue ella quien regresó a él.

Ahora sí, se inclinó y la besó con fuerza. Anya se sentía avergonzada por esa demostración de amor con ferocidad, más se dejó llevar, era Damian después de todo, su Damian.

Sus dedos agarraron su cabello con fuerza, tirando con fuerza de ella hasta que gruñó. Sus labios se tocaban una y otra vez mientras sus lenguas bailaban como si siempre hubieran estado juntas, como si encajaran a la perfección.

Anya soltó un gemido antes de alejarse un poco para tomar aire. Tanta ferocidad, tanta pasión, tanto amor. Nunca creyó a Damian capaz de ninguna de esas.

Más no tardó en volver a unir sus labios con los de él, repitiendo lo que estaban haciendo un momento atrás, y Anya tampoco tardó mucho en sentir la cálida mano de Damian introducirse bajo su vestido.

Ante eso, ella se alejó de inmediato, un poco asustada.

—¡¿Qué haces, pervertido?!

Damian se confundió.

—Es que tu ropa... yo...

La ropa de Anya le había dado a entender que no iba solo a hablar.

—¡Es mi pijama!

—Pero se te ve...

Anya sabía cómo se veía.

—¡Era para que durmiéramos juntos!

Damian se sintió tan avergonzado al escuchar eso. Verla así, tan vulnerable, con una prenda que no dejaba nada a la imaginación, le hizo malentender las cosas. Nunca había visto una mujer en pijama.

—Yo... —No tenía forma de justificarse—. Lo siento...

Anya lo miró, apenada igual que él. Lo miró sonrojarse y voltear a otro lado lleno de vergüenza, también miró el bulto que él tenía entre las piernas. Sabía que ella había causado, más no podía pensar, no podía considerar, no podía hacer nada más que desear no haberlo detenido.

Por eso, solo por eso, habló.

—Pero... si tantas ganas tienes... —murmuró, sonrojada—, entonces... tú y yo podemos...

Anya era una novata en el amor. No sabía cómo llevarlo, no sabía cómo mantener una relación, no sabía cómo demostrar su afecto, solo sabía que Damian la hacía sentir cosas que nunca antes había experimentado y con intensidad, sobre todo esa extraña sensación de calor que nacía en su bajo vientre en ese preciso instante. Por eso no se opuso, no se opuso a cuando él la llamó, no se opuso cuando le dio un beso lascivo, no se opuso cuando él volvió a meter su mano debajo de su vestido.

Sentía la humedad de su lengua, de sus labios, podía sentir aún el sabor del vino que Damian tomó en el banquete. Anya jadeó, rendida, dispuesta a entregarse por completo a él y que él la recorriera por completo, incluso en los lugares que nunca daba el sol.

Damian lo disfrutó, disfrutó cada segundo, cada roce, cada sensación. Disfrutó cuando usó la mano que tenía debajo del vestido de Anya para meterla debajo de sus bragas y agarrar con fuerza una de sus nalgas, disfrutó cuando ella ahogó un jadeo y, sobre todo, disfrutó cuando la empujó contra su erección, haciéndola gemir, haciéndolo sentir como si estuviera en el paraíso.

Operación NémesisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora