-9- Vida

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—Bueno, Tomioka-san... ¿Podría explicarme otra vez cómo se rompió el yeso? – su médico estaba retirando los restos de la escayola mientras fruncía visiblemente el ceño. —Aunque puedo darme una idea más allá de sólo ese "me caí" que acaba de decir. – lo primero que le había dicho era un escueto: Me caí. Evidentemente, los moretones en el rostro y los raspones en otras partes de su cuerpo gritaban más bien una experiencia violenta, posiblemente entre uno o más hombres contra él.

Tomioka no lo sabía, creía que era el dolor típico del cansancio, en realidad tenía costillas rotas. No recordaba si ya se le habían roto en el primer accidente, pero si era así, los golpes y patadas que los mafiosos le dieron, debieron terminar de lesionarlas. Su brazo, por otra parte, se había roto de nuevo. Ya estaba desarrollando callo en el periostio y con el esfuerzo terminó por romperlo nuevamente. Con razón le estaba doliendo tanto. La zona era altamente sensible, aunque en ese momento no sintió nada que no fuera la euforia por golpear a su enemigo.

Tampoco quería pensar en cómo resultaron las cosas para Douma. Recordar esa imagen tan fuerte le provocaba nauseas. Más porque estaba seguro que algo de su sangre lo había salpicado.

Después de quedarse dormidos al aire libre, la primera en despertar fue Tamayo. Estaba tan confundida, que emitió un grito que lo hizo levantarse. Por un momento ambos habían olvidado lo sucedido en la mansión de Muzan. Su cerebro estaba atiborrado de sensaciones y escenas cortas que carecian de sentido. Lentamente, el dolor se apoderó de sus cuerpos y la realidad los golpeó cuando percibieron el cielo estrellado.

—Estamos vivos... – murmuró Tamayo, llorando. —Estamos vivos... – tocó su cuerpo aún con las manos temblorosas. Tomioka asintió en silencio, ahora todo le dolía a montones y sentía la garganta demasiado seca como para hablar con claridad. —¿En donde estamos? – preguntó la mujer un poco desorientada.

—A las afueras de la ciudad.

—Necesitamos llevarlo a un hospital.

—No... A la casa de mis cuñados, seguro Kanae está muriendose de la angustia.- y no estaba en sus planes molestar a la embarazada, no con tantas emociones a flor de piel.

—Lo hará de verdad si te ve así, Tomioka-san. – era cierto.

—¿Cómo podremos llegar? No tenemos teléfono ni dinero para un taxi.

—Pediré aventón, ¿Estamos cerca de la carretera o sí? Diré que sufrimos un accidente o algo...

—¿Funcionará?

—Eso espero...

Y funcionó. Aunque tardó media hora, un conductor de trasporte de materiales se apiadó de ellos. Le inventaron que habían sufrido un asalto y que se llevaron su auto, por eso estaban a merced de la naturaleza y tan golpeados. El hombre fue empático y les dijo que él también había sufrido algo parecido.

Llegaron al hospital y una vez allí, les pidió que se comunicaran con Sanemi o Kanae. Afortunadamente, se sabía el número de ambos de memoria. Tamayo por su parte, estaba menos lastimada que él. Sus curaciones y atención fue rápida.

—¿Ya se va? – le sorprendió verla parada en el umbral del cuarto de curaciones, mientras el médico le fabricaba otro yeso. Estaba cubierta con algunas gasas y traía una pequeña bolsa de medicamentos consigo.

—Mi plan original era irme del país. Voy a reponer el boleto y si es posible, saldré cuanto antes.

—Entiendo. – a juzgar por su pasado, Tamayo era la que más urgencia tenía por huir. Aunque Muzan "prometió" no hacerle daño, no iba a arriesgarse a que luego se arrepintiera.

FragilidadWhere stories live. Discover now