Hanagaki Takemichi es el dueño de un Hotel bastante particular regido por la luz de la luna.
Sano Manjiro es el comandante de una pandilla que comienza a dominar Tokyo y quién carga con un oscuro secreto a cuestas.
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El rumor de su llegada resuena a lo largo y ancho del pasillo de hotel. Con un eco lo suficientemente sonoro, basta con un par de pisadas para delatar la serenidad de la noche. Su diestra se dirige al principio de su corbata, sujetándola por el nudo para sacudirla suavemente y, con un par de breves jalones, revelar la piel de sus clavículas.
Cada uno de sus ademanes está imbuido de intención. Tan así resulta, que aquel gesto es una vista tan llamativa y sensual como absolutamente premeditada. Un par de pantalones oscuros se acoplan a su cadera y se pierden sobre el cinturón de marca Dior.
Por supuesto, cada paso que da es motivo de una elegancia orgullosa, y sus zapatos no pueden quedarse atrás: finalizando con broche de oro, un calzado de finísima gama reluciente.
Intachable e irrepetible. Allá donde sea que vaya, esos son los adjetivos que deben rebosar en las bocas de los demás.
El pasillo iluminado por la escasa luz de luna deja entrever una nueva silueta. Cabello largo y albino, el recorte de los mechones dirigidos hacia un costado de su frente develan una mirada oscura, rasgada.
— ¿Saldrás hoy?
La silueta se revela, dejando a la vista a Hajime Kokonoi, uno de sus amigos cercanos y subordinado, quien se encarga de toda la gestión interna del hotel. Exudando igualmente elegancia, se le considera a la par con la gracia de Takemichi.
Cada uno con un aire único que le otorga su propia individualidad.
—No tardaré —Responde a la pregunta, caminando en dirección a su subordinado y adelantándose con rapidez.
Durante esos instantes, Kokonoi se voltea ligeramente para seguirlo con la mirada. Cuestión que no logra llevar a cabo, ya que Takemichi desaparece entre partículas frente a sus ojos en un destello azul fosforescente.
—Apresúrate y no hagas que Inupi se preocupe —Comenta al aire, muy a pesar de que sus palabras ya no pueden ser escuchadas.
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—¡Él es! ¡Te digo que él es quien se robó a mi esposa y confabuló contra mí para quedarse con la empresa!
Un hombre de mediana edad, ligeramente calvo en la zona posterior de la cabeza, portador de una tez amoratada y azulina insiste al señalar con el dedo a un hombre muy bien vestido bajando de un automóvil de lujo acompañado de un par de guardaespaldas, un nuevo empresario afortunado que heredó de la noche a la mañana una compañía de seguros absolutamente establecida y poderosa en el país nipón.
