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MY STRIPPER

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MY STRIPPER

"Salió a la disco a bailar una diva virtual..."

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Esa mordida de labio me tenía mal.

Cómo los humedecía con su lengua...

Cómo los castigaba entre sus dientes hasta el punto de volverlos jodidamente rosados y voluptuosos. 

Me encantaba su boca y sabía que a ella le gustaba la mía. 

Y no podía esperar a enseñarle todo lo que era capaz de hacer con ella.

No podía resistirme a probar con mi boca tan maravilloso paraje de su cuerpo, pagándole con una buena sesión de sexo oral. Y sabía que debía esforzarme mucho en ello para dejarla sin habla, pues lo debía haber experimentado tantas veces y con tantas bocas diferentes, que sería muy difícil sorprender a la infame Jolene.

A lo largo de aquel trayecto que se estaba sintiendo jodidamente interminable, mantuve constantemente mi mano izquierda sobre su muslo derecho, intentando no desconcentrarla y que perdiese su atención sobre la carretera. Sin embargo, eso no me privó de acariciar su pierna desnuda desde la rodilla hasta el inicio de su cadera en un claro movimiento ascendente. 

Apretando sus carnes, hincando las puntas de mis dedos, rasguñando la dulce piel con mis uñas, colando mis dedos por debajo de su minifalda hasta poder tocar la ropa interior blanca y suave como el algodón. 

Su cuerpo vibraba de forma inevitable por cada roce, sobre todo, cuando deslizaba los dedos de arriba a abajo sobre su feminidad. Sobre esa raya perfecta. Presionando su clítoris con cuidado, acariciándolo simplemente, pinzándolo entre mis dedos índice y corazón sin poder evitarlo. Hasta que Jolene me forzaba a detenerme, apretando las piernas en torno a mi mano. Castigándome, provocando entre mis labios una sonrisa cómplice que me mataba.

- Basta, Billy... - susurró con maldad y lujuria a partes iguales, completamente caliente para mí. - No querrás que estrelle tu precioso Camaro, ¿verdad?

Y sin esperar una mínima respuesta por mi parte, cogió mi muñeca entre sus finos dedos y retiró mi mano de su entrepierna con cierta brutalidad salvaje. Dejando sobre mis labios nada más que una sonrisa diabólica que contagié a los suyos propios. Volviendo a concentrarse en la intensa conducción por las enrevesadas carreteras curvas de Hawkins.

Los minutos pasaron y cuando quise darme cuenta, totalmente embelesado en su forma de conducir, ya habíamos llegado a los pies de la residencia Hargrove. Completamente desierta, sola para nosotros dos.

Bajamos del coche como si nada, con total normalidad tras dejar que mi hermosa Jolene aparcase en el porche principal. Y aunque nuestro caminar fue de lo más común, sin apenas dirigirnos la palabra ante la posibilidad de que alguna mirada curiosa nos acechase, más allá de un par de sonrisas necesitadas y sedientas; todo dio un giro muy diferente y espectacular en cuanto abrimos y cerramos tras nosotros la puerta principal de la casa.

STARBOY; Billy HargroveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora