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Mi madre dedicó su vida al estudio de la metafísica y mi padre a la filosofía. Me nombraron Aleister por el fundador de la filosofía religiosa de Thelema, aunque curiosamente nunca he tomado partido por ninguna religión. Mis intereses se vertieron más en la historia y una nula capacidad para entablar relaciones. 

De muy tempana edad, la ansiedad me convirtió en la antítesis de lo social. No puedo negar que ver a los niños jugando despertaba enormes ganas de unirme a ellos, pero supe que no pertenecía a ese lugar porqué no encajaba. Y eso despertó en mi interior una frustración incesante. Nunca me trataron mal durante la infancia y consideré que las deficiencias sociales fueron lo que me apartaron de los demás.

Al crecer, una constante en mi día era el repudio y cuestionamiento por la formalidad articulada al comunicarme con los demás. A la mayoría les resultaba agobiante escucharme, se me catalogó de pretencioso y me lo creí hasta que la conocí. 

En la escuela de finalización de Suiza le confesé la admiración que sentía por su padre, y que algún día me embarcaría en la búsqueda del espejo del humo, inspirado por él. Deseo que en años posteriores se esfumaría, ya que me apasioné por la investigación documental más que en la de campo. Por ello Lara me contrató para asistirla en investigación, ella al contrario no se limitaba a los libros, y sinceramente prefería pasar por alto lo que otros habían plasmado en papel antes, a excepción de su padre.

—¿Y que buscarás? —me preguntó ella, su emoción juvenil se expresaba en la gracia del brillo de sus ojos cuando me escuchaba hablar de eso. Me sonreía con intriga.

—El espejo del humo —confesé, quedó maravillada al escuchar la historia. Quizá más por la pasión que evoqué al hacerlo provocada por mi inspiración a su predecesor.

Los demás tipos permanecían pegados a nosotros. Yo no era la razón. Ni mis deseos de exploración. La razón era ella y su belleza. A ningún pre adulto le importaba el historial de su familia, ni siquiera un poco conocerla. Su hermosura tan irreal cautivaba las miradas de todos en contra de sus voluntades. 

Su sencillez fue lo que a mí me cautivó, chicas con físicos de ensueño había visto muchas, pero ninguna me había cautivado como ella. En la escuela era bien sabido que no tenía padres, pero nadie lo asimilaba. Quizá porque a nadie le importaba, todos tenían su atención puesta en ser su novio, como si ella fuera una cosa que pudiera conseguirse. 

Yo no. Al principio sentí envidia de que a alguien que prácticamente hablaba de intereses similares a los míos tuviera la atención únicamente porque les gustaba su físico. Pero su naturalidad y honestidad en su afabilidad me tocaron el alma como nadie lo había hecho antes.




Lara tenía tan solo veinticinco años cuando hizo la revelación al mundo entero de lo que se denominó como "Soga de Lilith". La revelación constó del artefacto robado al vaticano y fotografías de la tumba cuya ubicación reservó en su memoria. 

El suceso le acarreó una lluvia de amenazas de muerte y atentados por doquier. Luego me enteré que eso no le era novedoso. Recuerdo los primeros meses llenos de seguridad en su residencia. Tuve que aprender a entrar por caminos subterráneos de su mansión, pues no se echó únicamente a los fieles seguidores sino también a la misma institución religiosa y demás organizaciones al cuello.

Por su seguridad vivimos juntos en El Salvador. Cuando me comentó el plan consular que se ideó para custodiarla en Estados Unidos, sin pensarlo más de una vez acepté su invitación. Decidí así dejar toda mi vida a un lado para seguirla. No era un sacrificio, era un sacrilegio. Nadie sabía de nosotros porqué mantuvimos cada comunicación en privacidad.

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