Melancolía

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Tenía un brillo especial en los ojos y un ramo de lilas en las manos. Le hice pasar y se sentó en uno de los sofás del salón. Miré mi pelo por última vez, sonreí y volví a donde él estaba. Se había acostumbrado a aparecer sin previo aviso por casa, con detalles y una gran sonrisa y a mi, todo aquello me volvía loca. 

—Hoy me toca a mi —bebí de mi taza de café—. Hoy me toca a mi llevarte a un lugar. 

Agarré las llaves de mi escarabajo, el cual le resultaba muy gracioso a Marc, y pusimos rumbo a aquel sitio que tenía en mente desde que volví. Sus preguntas absurdas inundaban la carretera y de fondo The charlatans, talking in tones. Descubrimos a The Charlatans una noche mientras husmeábamos entre los casetes de mi padre y desde entonces se volvieron la banda sonora de nuestra vida.

Al final del camino pedregoso escondido entre la naturaleza se encontraba la cabaña de madera que mis abuelos compraron cuando eran jóvenes, allí seguía, tan intacta como el primer día. Sus ojos marrones siguieron mi pasos y salió del coche atropelladamente para ponerse a mi lado. Debí darme cuenta que el tiempo no perdona y el desgaste se notaba en su estructura, las enredaderas trepaban por su tejado y el camino de piedras fue absorbido por la naturaleza, sin embargo, a Marc no le importó tener que ayudarme a limpiar y recoger algunos troncos de leña para encender aquella chimenea de ladrillos rojos tan antigua. Aquel sofá antiguo de color velvet colocado en mitad de la cabaña fue invadido por aquellos dos jóvenes tan llenos de amor y vida, quién lo diría. Preparé unas tazas con chocolate caliente y nubes que había traído y me senté de nuevo a su lado mientras el fuego crepitaba delante de nosotros.

—Se siente irreal estar aquí —soltó de repente Marc. 

—Hacía tanto tiempo que no me sentía en paz. —le miré.

—Te entiendo demasiado —bebió de su taza—. ¿No sientes que a veces todo va muy deprisa cómo si en algún momento te fueras a estrellar?

—Me siento así todo el rato —me giré para poder ver bien su rostro.

—Siempre fuiste la única que de verdad me entendía, no tienes ni idea lo que me costó superar que no fueras a volver. 

—Me daba pánico volver y enfrentarme a tantos recuerdos —suspiré—. La vida allí es muy diferente aunque a veces me disguste, pero nunca fui lo suficientemente valiente para volver o para simplemente decirte que estaba bien.  

Suspiró y giró su cabeza hacía aquella estantería llena de libros donde un tocadiscos sucio se asomaba. Se levantó ante mi atenta mirada y buscó entre los cientos de vinilos que mi abuelo había dejado olvidados allí, ya sabía de donde venía aquella obsesión que me persiguió durante todos los días de mi vida. Comenzó a sonar I Fall in Love Too Easily de Chet Baker mientras Marc agarraba mi mano y me hacía girar por todo aquel habitáculo.

Sentía una presión en el pecho que casi no me dejaba respirar. Durante todos los años de mi vida había amado a ese hombre, no importaba la distancia, el desapego, ni mucho menos las personas que habían pasado por nuestras vidas, yo sabía que lo amaba y que nada de eso había cambiado. Me aterrorizaba pensar que él no lo sentía de esa misma manera, que retomar el contacto tan solo era una distracción hasta que volviera el mundial y tras eso se alejaría como hice yo una vez. Le rodeé el cuello con mis brazos mientras Chet Baker seguía tocando aquel jazz que tanto amaba y por el cual me desvivía. Cuando el vinilo llegó a su fin y se quedó todo en silencio, me miró a los ojos como si intentara descifrar algo y se sentó de nuevo en aquel sofá, dejándome más desubicada si eso era posible. 

—Aún recuerdo como Cosme nos perseguía por toda la piscina para que no nos tirásemos en primavera. —agarró de nuevo su taza de chocolate la cual ya no estaba caliente. 

—Mi abuelo siempre fue así —me senté a su lado—. No sabía hacer otra cosa que cuidar de los suyos. 

—Ojalá volvieran aquellos tiempos.

—Sí. —volví mi mirada al fuego que nos envolvía— . Ojalá. 

La noche se fue adentrando y ambos perdimos la noción del tiempo. Hablamos hasta cansarnos, sus aventuras de piloto y mis aventuras por Italia, todo como un día pensé que sería. Cenamos unos tallarines que había preparado con conciencia aquella mañana y dejamos que el tocadiscos reprodujera una y otra vez la misma canción.  La señal de nuestros teléfonos móviles desapareció y cada vez era más recurrente el pensamiento de que algún asesino en serie aparecería en mitad de la noche y nos haría pagar por algún trauma infantil. Agarramos aquellas mantas de terciopelo que mi tía me había dejado, apagamos todas las luces pero dejamos algunas velas encendidas y nos sentamos delante de la fogata, absortos al crepitar del fuego,   sin mucho que decir pero con la mente rebosando de cosas que queríamos gritar. 

—Lo siento —soltó de repente. 

—¿Qué? —me giré hacía él—. ¿Por qué?

—Lo siento por no haberlo hecho antes y lo siento por hacerlo ahora, pero no aguanto más. 

Se incorporó y se fue acercando muy lentamente a mi, colocó detrás de mi oreja un mechón de pelo que resguardaba mi rostro y acarició mis mejillas. Sentía como la cara me ardía y la sangre recorría con fuerza y velocidad todos los vasos sanguíneos que formaban mi cuerpo. Su perfume inundó mis fosas nasales, sus manos agarraron mi cara y sus labios se unieron a los míos. Sentí, por primera vez, lo que era besar al hombre que amaba. Agarré su nuca con fuerza y lo atraje más a mi, como si no fuera suficiente, como si necesitara más. El beso terminó con ambos sobresaltados, mis mejillas sonrojadas y sus labios con ganas de más. 

—Si te vuelvo a besar creo que nunca podré parar de hacerlo. 

—Hazlo —le miré—. Nadie te lo impedirá. 

Nuestra Pasión; Marc MárquezWhere stories live. Discover now