Algarabía

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El sol molestaba a mis cristalinos ojos mientras intentaba recomponerme. Me pasé toda la semana durmiendo, tapada con las sábanas, la casa aún olía a él y no lo soportaba. Intenté salir de la cama pero me era imposible, solo necesitaba cerrar los ojos y dejar de pensar. Nunca imaginé volver a encontrarme así, tan perdida y sola. Alejandra, que se había enterado de lo ocurrido por Àlex, tocaba la puerta de mi apartamento con fuerza, sabiendo aún sin verlo, que la cama me había absorbido. Me levanté al escuchar su voz, las piernas me temblaban y estaba más blanca de lo normal. Aquellas dos botellas de vino que me tomé aún hacían estragos en mi cuerpo. Abrí la puerta y allí estaba, sonriente y reconfortante. Me abrazó muy fuerte y entró a prepararse un café. Me puso al día, Sofía y Abel habían discutido, luego habían vuelto y luego lo habían dejado, todo en una semana. Ona había empezado algo con un chico que conoció en su viaje a Milán y Samuel se había comprado un coche con los ahorros de su vida. El mundo seguía y yo me consumía. 

-Necesitas una escapada, con nosotros, algo rústico y algo de amor. - soltó mientras dejaba la taza de café en la encimera.

-No estoy muy segura. - suspiré. 

-¡Qué si boba! ¡Ya verás como te lo pasas genial! Déjamelo todo a mi, tu solo elige el sitio. - sonrió. 

-¿Dentro o fuera de Cataluña? - sonreí también.

Alejandra comenzó a dar saltos por todo el salón, me había apuntado a un plan sin que tuviera que insistir mucho, era una victoria personal. 

-El lugar que más te guste. Algo mágico, algo como tú. 

-Finisterre. -pronuncié bajito.

Se giró, me miró y sonrió mientras comenzó a mirar alojamientos en su teléfono. 

Alejandra lo organizó todo, mandó invitaciones como si fuera una boda y compró los billetes de avión hasta A Coruña, mientras, yo me encargué de los de autobús hasta Finisterre. Finisterre me parecía uno de los lugares más mágicos de Galicia y su faro uno de los más especiales, era una necesidad ir allí. Abel y Sofía fueron los primeros en apuntarse, discutieron mientras se lo pensaban, pero luego aceptaron. Últimamente era insoportable estar cerca de ellos, discutían más que hablaban. Sofía decía que era porque él era acuario y los acuarios no se llevaban muy bien con los leo, una lucha de liderazgo lo solía llamar. Samuel se apuntó sin pensarlo, el siguiente fue Carles, que como siempre iba acompañado de Andreu, al que invitamos también. Ona tenía el finde ocupado (como siempre) y Anne se trajo a Abby y a Laia, unas amigas de la universidad. Finisterre nos recibió con lluvia, nublada, con un frío que congelaba los huesos y una hoguera dentro de casa que sanaba heridas. Todo alrededor era tan verde, los arboles que cubrían el jardín eran de un verde botella mientras que el prado que se observaba desde el balcón de mi habitación era más bien verde lima. Puse algo de música mientras colocaba la ropa en el armario, para ese momento exacto pensé que The Beach de The Neighbourhood era perfecta. 

-¿Ya tienes todo instalado? - preguntó Abel desde la puerta.

-Más o menos, creo que traje demasiado, ¿Tú con quién duermes? - dije mientras recogía la maleta. 

-Con Carles, no soporto estar un minuto más cerca de Sofía. - suspiró.

-Bueno, te quedan cinco días más, no te martirices. - le sonreí. - Vamos a dar una vuelta y ya de paso compramos algo, no creo sobrevivir cinco días a base de pan y aceite de oliva. 

Al bajar estaban todos en el salón, cerca de aquella chimenea tan mona, terminándose el pan con aceite de oliva que nos habían dejado los caseros. 

-Vamos a comprar, sino os empezaréis a comer los unos a los otros dentro de poco. - dijo Abel produciendo una risa colectiva. 

-¡Genial! - dijo Laia. - Si podéis traedme leche de avena, no puedo vivir sin ella. 

-Mejor de almendras, es más sana. - la contradijo Samuel. 

-Traeremos todas, no os preocupéis. - dije y salimos a la calle tras eso. 

El viento azotaba mi cabello, quemaba mis mejillas y dejaba un pequeño zumbido en nuestros oídos. Era tan bonito pasear por allí, tan mágico, que no me lo creía. Compramos lo esencial, algunas pizzas, las dichosas leches y tomamos rumbo a la casa rural que habíamos alquilado. Al llegar, una corriente de aire caliente inundó mi rostro, la chimenea nos esperaba, al igual que nuestros amigos. El barullo de las conversaciones retumbaban todo mi cuerpo, la calidez humana, las mejillas coloradas... me sentía en paz, con el mundo y conmigo misma. Perdí la noción del tiempo, y cuando quise darme cuenta, ya era de noche. Anne se empeñó en cocinar junto a Samuel y entre tanta algarabía, me abrumé. La playa se encontraba a escasos metros de la casa y la luna brillaba más de lo normal. Aquella brisa marina inundaba mis fosas, el olor a mar me recordaba a él, me recordaba a nosotros. Saqué un cigarrillo de aquella cajetilla tan horrenda y lo prendí. Así es como se sentía la soledad, supuse. A pesar de escuchar las pisadas detrás de mi, hice caso omiso, el mar me había hipnotizado, y aunque ya no había claridad, podía verlo todo. 

-¿Tienes otro? - susurró sentándose a mi lado. 

-Claro. - abrí la cajetilla.

Abel, Abel Middleton. Siempre fue tan gélido con los demás y tan cálido conmigo... Sus ojos negros brillaban tanto aquella noche que parecía un dibujo animado. Apoyé mi cabeza en su hombro y agarré su brazo. Tan solo llevaba una camiseta de manga corta en pleno Abril y aún así, no sentía el frío que acechaba a Finisterre. 

-Creo que es definitivo. - giró su cabeza y me miró.

-¿El qué? - le miré.

-Dejar a Sofía. - suspiró. - Siento que me está consumiendo, y no sé porqué siempre vuelvo a caer. 

-Será que la quieres. - esbocé una sonrisa. 

-No, de eso estoy seguro. Simplemente creo que me siento solo. - apartó la mirada. 

-No lo estás. Yo estoy aquí, todo el tiempo que necesites. Hasta que te canses de mi. - agarré más fuerte su brazo. 

-Nunca podría cansarme de ti, Lucía. 

Y sin pensarlo dos veces, acarició mi mejilla y me besó. Abel Middleton me besó. 

Nuestra Pasión; Marc MárquezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora