012: revelations

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TWELVE : HER DOMAIN

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TWELVE : HER DOMAIN

Aguardaron dentro del coche hasta que el frío del anochecer se enterró en sus huesos. Colándose a través de las células de su cuerpo. Alexandra miraba por la ventana, ojeando discretamente la unidad habitacional. Sola, casi sin apices de vida más que la tenue iluminación del farol delante del camaro.

Billy por su lado, mantenía la vista puesta en sus manos afianzándose al volante de cuero. Sus nudillos tornándose blancos cada vez que apretaba. En su mente, tan ennegrecida como el manto nocturno, pensó en el delicado cuello de la chica a su lado. En apretar tan fuerte que el blanco color en cada nudillo resaltase a la vista. Mirarla a los ojos y en ellos verse reflejado como un pozo infinito de miedo e incertidumbre. Estaba tocando fondo.

—Mamá no ha llegado— Alexandra rompió el silencio tras pasar la saliva más pesada de su vida.

La tensión en ese coche la estaba mutilando.

Ella lo miró. Tan perdido que regresar en si resultaba imposible.

—Billy— suspiró, cuidadosamente dejando su mano sobre la de él al volante. Los azulados ojos se llenaron de lágrimas una vez más.

Pero no era arrepentimiento lo que sentía. Ella jamás sentiría nada de eso.

Ese mortífero agarre al volante perdió fuerza en cuanto sus dedos buscaron entrelazarse con los de ella. En necesidad, en anhelo e innegable compasión. Acariciando la tersa piel antes de mirarla profundamente a los ojos. Contaba con ella para lo que estaban por hacer, pero ¿a que extremo contaría con ella para el resto?

—La mochila está atrás. Haremos esto rápido— musitó.

—¿Y después?— instigó dubitativa, esperando a que lo que fuese a decir fuera más favorable que el pronóstico en la escena del crimen que estaban por alterar.

Sin embargo, antes de que pudiese escuchar el veredicto, Billy salió del coche, arrojando la chaqueta por el asiento para estirarse ante la gélida brisa. Alexandra salió detrás de él, alcanzando la mochila negra del asiento trasero. Una última mirada y ambos estuvieron encaminándose al porche de la casa. Billy detrás, observando cualquier minúsculo movimiento en la calle, y ella abriendo la puerta con las manos sacudiéndose violentamente contra la perilla.

El aroma le golpeó la nariz, y con ello el recuerdo del óxido fresco salpicándole la cara una vez que vio al hombre tendido en el suelo sobre un charco de sangre. Billy palideció una vez que posó los ojos sobre la escena. El estómago le dio el vuelvo más agresivo de su vida, acompañándose de las arcadas e involuntarios movimientos de sus extremidades.

Era jodidamente real. Tan real que se dobló, apresurándose al lavabo de la cocina, vomitándose hasta sentir el ácido estomacal calcinándole la garganta.

—Por un momento de verdad pensé que me estabas jodiendo— escupió, abriendo la llave para lavarse la boca y disminuir así el sabor del vomito—. En serio pensé que era pura mierda, pero esto...—miró el cadaver, inerte y blanquecino—. Esto está jodido. De verdad está muerto.

Alexandra permaneció en su lugar, mirando al hombre que le había arrebatado la inocencia de la mirada. Al que se encargó de hacer que la vida perdiera el sabor por el resto de sus días.

Abrió la mochila y sacó lo necesario para limpiar lo superficial. Bolsas de basura, guantes y un par de cosas más para asegurarse que la desaparición tuviese credulidad.

Billy miraba con refreno a la muchacha buscando cloro y limpiadores a su lado. Vaciando gavetas y llenando la cubeta para limpiar su frenesí y pasar a la peor parte de su plan. Deshacerse del cadaver.

Ambos usaron de todo producto para desaparecer algún rastro violento, o en su defecto, el homicidio por completo. Incluso el cargar el cuerpo y recostarlo sobre una cama de bolsas de basura, poder envolverlo después en sábanas y pasar al segundo plan de Alexandra para que nadie la buscara. Lo que involucraba tomar ropa de él, una maleta y meter todo lo que un viajante fuese a necesitar solamente. Quería disimular una partida después de la pelea en la mañana.

Sabía que su madre volvería, siempre lo hacia, pero su marido se habría ido para siempre.

—Lleva las bolsas al coche. Lo subiré al maletero— el enrulado se hecho el bulto sobre el hombro.

Ya no había vuelta atrás.

Ella obedeció, llevándose la basura hacia la parte trasera del coche, echando también la maleta. Una vez cerró la puerta del camaro, miró la casa por encima del hombro. Como si nada hubiese pasado ahí. Llevándose los recuerdos mientras se subía con Billy, y esa pintoresca casa se perdía en el horizonte.

Él condujo, siguiendo los boscosos caminos de Hawkins. Saliéndose de la carretera en dirección al corazón del bosque, apenas ayudándose de los faros y su limitada iluminación hacia delante. Así, pisó el freno abruptamente, deteniéndose al borde del "lago de los enamorados." Un gran cuerpo de agua en el que resultaría perfecto deshacerse de un cuerpo.

—Llena las bolsas de piedras, se hundirán más rápido— dijo, apagando el motor y saliéndose así del coche, determinado a terminar con todo eso antes del primer rayo solar.

Hicieron lo inimaginable esa noche. Llenando todo de piedras y arrojándolo al lago, arrojando al final el cuerpo envuelto esta vez con piedras grandes, mirándolo hundirse con todo y la culpabilidad de por medio. El agua se lo tragó por completo sin dejar rastro, volviendo a serenarse pasados sólo un par de minutos en la penumbra.

—¿Ahora qué?— preguntó ella, girándose a mirar al cobrizo cubierto de luz lunar.

—Te llevo a casa y lavo mi coche, ah, y olvidamos que nos conocimos— bufó, permitiéndose mirarla también.

Su silueta peligrosa de pie bajo la sombra del árbol. El sudor pegando sus cabellos a la frente y esos labios que ya había probado, invitándolo a apagar el subidón de adrenalina que tenía.

Ella pareció leer su mente, atreviéndose a tomarlo de la mano para jalarlo levemente hacia ella, quemándolo como el sol en su máximo punto.

—Ya hicimos esto juntos. No te vayas— susurró, acercando la otra mano por la rizada nuca—. Billy, por favor confía en mi. Confía en lo que te digo, él iba a volver a lastimarme.

Guió la venosa mano a su pecho, permitiéndole tocarle por encima de la camisa, apretando su seno sin pudor alguno.

—Eres una puta loca— vociferó, tomándola bruscamente del cabello, obligándola a mirarlo directamente a los ojos, zarandeándola a su gusto—. Una puta enferma. Yo no voy a solucionar tus malditos problemas, muñeca.

—Te gusta que sea un problema.

—Cierra la boca. Tú no sabes que es lo que me gusta— la acercó a su rostro, teniendo que verla pararse de puntillas.

—Sé que te gusta, Billy— acarició su entrepierna con la mano, jugueteando con la bragueta—. Amor, sé muy bien lo que gusta. Olvídate de lo qué pasó, Billy— susurró—. Olvídalo todo y hazme el amor.

—¿Y después?— ahora fue él quien preguntó.

De verdad lo estaba considerando. Tenía la mente enmarañada.

—Eso lo vemos luego.

En cuanto Billy quiso contestar, sus labios se encontraron en un tóxico vaivén de vicios. Sus lenguas arremetiendo una contra la otra, gimiendo y gruñendo una vez la empujó violentamente contra el árbol que les prestaba su sombra.

No sabía qué estaba haciendo, solo que había caído ante el control de Alexandra mucho antes de esa noche. Le pertenecía.

N/A
Se los ruego, ustedes no sean tóxicos por favor. No sean estos dos.

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⏰ Last updated: Jul 22, 2022 ⏰

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