Un poema

474 56 64
                                    

Cuando eres un niño de ocho años, es muy normal sentirte aterrado por la muerte, muchas veces te niegas a pensar que en algún momento tu corazón pueda simplemente detenerse y llevarte a un destino tan cruel como el de no despertar más. Taehyun, había vivido pocos funerales en ese entonces, pero habían sido tan agobiantes que esperaba nunca tener uno propio, porque no quería imaginarse a la gente sufrir, porque muchas veces llegó a escuchar que su madre le decía que el alma de la persona velada aún permanecía en ese lugar, aún cuando ya no había vida en ella y eso lo aterraba. Le aterraba pensar que si moría, su alma aún podría estar presente, en ese momento en el que todos lloraban y que él se sentiría impotente de no poder consolarlos.

Cuando creció un poco más, tuvo su primera intervención, esa que lo hizo pensar que todo había acabado, que tendría que soportar verse a si mismo en un ataúd en medio de la sala de una funeraria, porque creía en la trascendencia y creía que de verdad tendría la oportunidad de verse así y definitivamente, era algo que no sé atrevería a soportar, pues siquiera de imaginarlo, su pecho se estrujaba en un dolor indescriptible y sus ojos se sentían aguados, y a él no le gustaba llorar, de hecho, odiaba llorar.

Había sido una simple infección y un simple diagnóstico, pero para alguien de diez años, se había sentido como estar a punto de conocer al creador. Desde que era niño y tuvo uso de conciencia, supo que no era como los demás, que ninguno de sus compañeros de clase cargaba con el peso de no volver y aunque se aterraba al pensar en eso, nunca admitió que su peor miedo era morir, nunca lo admitiría, nunca...

Para Taehyun de trece años, su única certeza, era su mayor terror, y tuvo que aprender —a la mala— que no podía hacer nada para cambiarlo. Si quería vivir, tenía que seguir una extensa lista de reglas estrictas, y, sí, él estaba muy dispuesto a cumplir con cada uno de esos innumerables requisitos, porque amaba la vida, amaba respirar, amaba ir a la escuela, amaba a sus padres y sobre todo, amaba sentir que cada segundo que pasaba en la Tierra valía la pena.

Desde entonces, se enfocó en valorar más sus días, los aprovechaba al máximo, porque no sabía cuál sería su última noche. Cuando se dio cuenta que en cualquier momento podía irse para siempre, empezó a esforzarse más, en todo, tenía que vivir rápido, tenía que apresurarse si no quería que el tiempo le jugara una mala pasada. Aprendió a disfrutar de cada amanecer de una forma tan exquisita que sin quererlo, se convirtió en el mejor amante Sol y el peor enemigo de la Luna.

Entendió el significado de muchas de las frases que usaban los adolescentes en Tumblr, y las hizo suyas, el carpe diem ya no se sentía como una simple línea de una película, y el festina lente de repente era algo más que una simple locución contrariada.

Aunque estaba controlado y su cuerpo solía responder bien al tratamiento, no podía evitar sentir miedo cada que visitaba el consultorio médico, cuando su manita temblorosas se aferraba a la de su madre buscando sentirse protegido, no podía evitar sentir ese terror creciente en sus entrañas que lo atacaba sin piedad, turbando sus pensamientos y convirtiéndolos en un pantano de desenlaces fatales.

Y uno de esos días de malas noticias llegó.

A sus quince años, lo azotó una enorme tristeza, cuando supo que debía visitar el quirófano, cuando supo que su padre le donaría un riñón para que pudiera seguir haciendo lo que más amaba: vivir.

Estuvo nervioso todos los días antes de la cirugía, trataba de autoregular sus emociones pensando que todo estaría bien, y cuando nadie lo veía, se arrodillaba al pie de su cama, con las manos juntas y miraba al cielo a través de su ventana, sólo para hablar en voz baja, para rogar en voz baja.

- Por favor.... Por favor. - Imploraba, con los ojitos cerrados y desbordados en agua salada. - Por favor, si lo decides, por favor, un día más.

ALBA | taegyu TXTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora