CAPÍTULO SEIS

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El sol estaba metiéndose cuando Siwon se estacionó en la acera afuera de su casa. Su estómago seguía doliéndole y sus manos le temblaban por el calvario que pasó en la casa de DongHae esa mañana. Ya que eso es lo que había sido, se dijo con firmeza, una prueba dura y nada más.

Parecía insensible y mal el estar más perturbado por los acontecimientos de la mañana que por el nacimiento de un bebé muerto de esa tarde en el distrito Calitan. Sin embargo, no podía evitar la sensación de que sus propios huesos aún se sacudían por los minutos que DongHae y él habían compartido en la antigua habitación.

Había intentado olvidarlo, conduciendo hacia la clínica con la determinación de perderse en el trabajo. Había encontrado al personal frenético de preocupación por un omega que había entrado en labor mucho antes de lo esperado. Las cosas habían ido cuesta abajo tanto para este como para el bebé.

Siwon había tenido la suerte de salvar al hombre, y la triste labor de sostenerle la mano mientras este sollozaba por su hijo perdido. Nadie sabía dónde estaba el alfa que lo había preñado. No todos los omegas tenían la suerte de ser Érosgápe, o incluso estar emparejados, y no todos lo estaban con un hombre que se preocupaba por su bienestar.

Pero después de la muerte del bebé, Siwon había tratado de relajarse clasificando archivos en su oficina. No había funcionado. Entonces había tratado con algunos pacientes recién ingresados, los cuales consiguieron alejar a Donghae de su mente, pero sólo temporalmente. Finalmente se había dado por vencido cuando se dio cuenta de que estaba reproduciendo su conversación con el menor una y otra vez, en lugar poner atención a un joven omega que presentaba un continuo sangrado luego de tener un parto difícil la semana anterior. Se las había arreglado para tranquilizar al hombre, recetarle unas pastillas a base de hierbas para ayudarlo con la coagulación y cicatrización, y programar otra consulta en unos días.

Después de eso, había conducido de nuevo por la casa de DongHae, mirando hacia las ventanas y buscando una razón para tocar el timbre.

Finalmente se obligó a ir a su casa, confundido por la urgencia e insistente sensación bajo su piel.

No podía quedarse quieto ni pensar con claridad. Se mantenía recordando a DongHae como lo había visto la última vez, con el trasero al aire en el sofá cama, y el remolino de vello púbico alrededor de su hinchada entrada, usado y aun así hermoso. De alguna manera, haciéndole señas con su frunce enrojecido.

Y ahora, todavía aturdido, estaba sentado retorciéndose en su auto, mirando hacia su propia casa de ladrillos rojos desteñidos y tres pisos. La casa que había compartido con Max antes de que este muriera.

Una ráfaga de necesidad lo sacudió con fuerza, haciéndolo salir del auto con la mandíbula apretada y certeza en su andar. Max siempre le traía claridad, tanto en vida como ahora en su muerte. Sólo estar en su presencia lo calmaría y haría recuperar sus sentidos.

Se precipitó por los jardines frontales y laterales, pasando los rosales que su Érosgápe alguna vez apreció, y entró en su casa por la biblioteca.

Subió la escalera de servicio hasta el pasillo que conducía a una serie de habitaciones que se había apropiado. Dejó escapar un largo suspiro cuando logró evitar a cualquier sirviente beta, especialmente al entrometido, aunque increíblemente talentoso, cocinero Mako, quien sin duda estaría preocupado por el estado de la cena si no se aparecía pronto.

Atravesó el dormitorio, que estaba fresco y oscuro. El espacio sólo tenía una cama grande con dosel de color azul claro, que hacía juego con las cortinas y un baúl con medicamentos que guardaba para emergencias.

Celo de Amor (Libro II, Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora