Capítulo veintiuno - Cambio de look

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La mañana siguiente, Alexandra despertó mucho antes que sus amigas, que dormían plácidamente a su lado. Estiró sus brazos sintiéndose más aliviada. Luego de aceptar las cosas como eran y hablarlas con Alison y Verónica, parecía que se había sacado un gran peso de encima.

Salió de la cama con cuidado. Su estómago rugía de hambre por lo que se dirigió a la cocina. Al abrir la heladera no encontró nada que le gustara, así que prefirió comer una manzana y tomar agua. Se sentó a esperar que el tiempo pasara, manteniendo la vista en un punto fijo. Tenía la mente y el corazón en paz ahora que no se culpaba por la decisión de Bruno de ignorarla. Parecía que su cuerpo era más liviano y su mente estaba despejada... aunque sabía que era una herida que no sanaría de la noche a la mañana.

Escuchó como sus amigas bajaban las escaleras. Ambas estaban con sus pijamas, el cabello despeinado y Verónica descalza como siempre. Bostezaban mientras se acercaban a Alexandra que seguía comiendo la manzana.

–¿Hace cuanto estás aquí? Es muy temprano –se quejó Alison refregando sus ojos acercándose a servirse un vaso con agua.

–¿Quince minutos? Más o menos... Y no es temprano, son las dos de la tarde –comentó la castaña mordiendo la manzana.

–Es sábado –alardeó la pelirroja. Se sentó frente a Alexandra y dejó caer el peso de su cabeza en su mano mientras cerraba los ojos.

–Por cierto, ¿qué te hiciste en el cabello? ¿Y cuándo? –preguntó Alison sentándose a la mesa con un pedazo de pizza congelada en las manos.

La rubia mordió de su "desayuno" mientras miraba expectante a su amiga. Verónica levantó la mirada, para entender a qué se refería exactamente Alison. Abrió los ojos sorprendida, no entendiendo cómo no había notado el cambio de look de Alexandra.

–¿De-de qué hablas? –cuestionó la castaña confundida. Tomó las puntas de su cabello, notando como su pelo ahora era de un color verde manzana–. Ah, si-si, esto... me-me había olvidado –respondió intentando actuar normal, sin comprender cómo podía tener el cabello de aquel color–. ¿No-no les gusta?

–A mi me parece genial –dijo Alison con una sonrisa y la boca llena–. Solo es algo raro... inesperado mejor dicho.

–¿Te levantaste de madrugada solo para hacerte eso? –quiso saber Verónica, intentando descifrar lo que pasaba por la cabeza de Alexandra.

–Ustedes hablan cuando duermen ¿saben?... –sonrió nerviosa–. Creí que era una buena idea, ya saben para ¿cerrar el ciclo? –sonrió inocente la menor. «¿Cerrar ciclos? Que estupidez...», pensó.

Las otras dos chicas se miraron no muy convencidas, pero luego elevaron los hombros y siguieron en lo suyo. Alexandra terminó de comer su manzana y tomar el agua. Sin decir nada, se levantó de la mesa para ir al baño sintiendo las miradas curiosas de sus amigas siguiéndola.

Entró al pequeño cuarto cerrando la puerta detrás de ella, donde se apoyó quedando así por unos minutos. Se acercó al espejo, notando cómo las raíces de su cabello se mantenían castañas, pero de medios a puntas estaba todo verde.

–¿Qué carajos...? –preguntó en voz alta, desenredando el pelo con sus manos.

¿Qué estaba pasando? ¿En qué momento había ocurrido semejante cosa? Probablemente era sonámbula y no lo sabía... aunque eso sonaba muy estúpido. Podría simplemente haber eliminado de su mente el recuerdo de haberse teñido el cabello, pero en la cabeza de Alexandra eso tampoco tenía mucho sentido. Ahora, parecía no tener más opción que acostumbrarse y descubrir qué era lo que realmente estaba pasando.

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Caminaba tranquilamente por el parque a pocas cuadras de su casa, solo ella y la música en sus audífonos. Lista para regresar a casa con el sol casi ocultándose, la voz de alguien llamó su atención. Se quitó los audífonos y miró a su alrededor, notando que no había nadie cerca que pudiera estar hablando. Creyó que estaba loca hasta que la escuchó de nuevo. Comenzó a buscar de dónde provenía la voz.

–Ayuda, ayuda.

Escuchaba aquel pedido de auxilio cada vez más cerca, hasta que quedó debajo de un gran árbol. Miró hacia arriba, viendo un pequeño gatito blanco que intentaba bajar de una de las ramas más bajas.

–Por favor, ayuda.

Alexandra tragó grueso al notar que quien pedía ayuda era el pequeño animal. Observó a su alrededor nuevamente, asegurándose de no haber perdido la cabeza. «Esto tiene que ser una broma», pensó suspirando.

–Aquí gatito, gatito –la chica intentó llamar la atención del gato–. Ven, salta... no te dejaré caer –dijo dulcemente estirando los brazos hacia arriba.

–Está muy alto –respondió el gato. Alexandra ignoró el hecho de que estaba enloqueciendo.

–No dejaré que caigas... solo salta.

El felino esperó unos segundos para saltar, cayendo justo en las manos de la castaña. Ella lo dejó en el suelo, sintiéndose importante al salvar al pequeño animal.

–Gracias, gracias –decía el mismo ronroneando mientras refregaba su cabeza en las piernas de la chica. Ella se puso en cuclillas para acariciarlo. Al levantarse con la intención de irse a su casa, el gato la detuvo–. ¿Por qué te vas?

Ella intentó ignorarlo, pensando seriamente en consultar a un psicólogo, pero él seguía detrás de ella. Parecía un perro en vez de un gato. La chica se quejó con un largo "agh".

–¿Qué quieres? –se giró–. Ya te ayudé, ahora vete a casa –exigió señalando detrás del gato.

–No tengo una casa... Quiero adoptarte –«Definitivamente estoy loca», pensó Alexandra.

–¿Qué? –preguntó confundida. Recordó entonces haber leído un artículo en el que decía que el gato es quien "adopta" a su dueño... o algo así–. Bien, amm... ¿cómo te llamas? –preguntó sintiendo que había perdido la cabeza como él sombrerero loco.

–No tengo nombre – respondió él, la muchacha puso los ojos en blanco y levantó al minino–. ¿Qué haces?

–Te llevo a mi casa... acabas de "adoptarme" ¿no? –respondió ella frustrada, aunque enseguida sonrió comenzando a caminar. El gato ronroneaba en sus brazos–. Supongo que tendré que... ponerte un nombre –meditó unos segundos–. ¿Qué te parece Bucky? Creo que es un lindo nombre –dijo sincera, recordando al mejor amigo del antiguo Capitán América.

–Si, me gusta –respondió el minino.

–Genial, espero que te guste tanto como tu nuevo hogar –comentó la chica acariciando la cabeza del gatito.

Súper fuerte | Bruno CarrelliDonde viven las historias. Descúbrelo ahora