Capítulo veintidós - Verónica

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Esa misma noche, luego de que Alexandra regresara a casa con una sorpresa en brazos, Verónica decidió salir a dar unas vueltas por la ciudad, con la excusa de querer despejar su mente y tomar algo de aire.

El taxi la dejó frente a un edificio con apartamentos, donde se quedaban la mayoría de becados del Instituto al que asistía. Pensó unos cuantos segundos si era buena idea lo que tenía en mente. «Lo que sea por Alexandra», se dió ánimos entrando en lugar.

Caminó por los pasillos blancos del tercer piso hasta la última puerta. Respiró profundo, enderezó los hombros y levantó el mentón antes de tocar. Espero unos segundos, siendo recibida por Bruno. El chico tenía las ojeras marcadas, el cabello despeinado y estaba en pijama. Rascó su nuca al ver a la chica parada frente a él.

–¿Has estado bebiendo o algo? –preguntó despectivamente la pelirroja observándolo, antes de que él pudiera saludarla o preguntar qué hacía allí a aquellas horas.

–¿No? –respondió no muy convencido–. ¿Ocurrió algo? Digo, nunca me hubiera esperado verte aquí –comentó sincero.

–No lo sé, Bruno –dijo ella con ironía y una sonrisa falsa–. ¿Por qué no me lo dices tú?

El castaño tragó nervioso. La pelirroja lo movió a un costado y sin más entró en el pequeño departamento. Bruno la siguió rápidamente, mientras ella analizaba con detalle el lugar girándose hasta quedar cara a cara nuevamente con el chico. «Hombres», pensó ella poniendo los ojos en blanco al ver el desorden del lugar.

–No actúes como si no supieras porqué estoy aquí –dijo la chica con molestia. El chico movió un pie nervioso, sabiendo que ella estaba allí probablemente por Alexandra. Habían grandes probabilidades de que él terminara con un ojo morado por eso–. Escucha, Bruno... creo que eres un chico genial –comentó con sinceridad–. Pero lastimaste a mi amiga –su voz era seria–. Mira, eras un diez –colocó una mano por encima de su cabeza–, pero ahora eres un menos veinte –agregó bajando la mano casi hasta el suelo.

Bruno estaba aterrado, cerraba los ojos cada vez que ella elevaba la voz, aunque intentaba disimularlo. Verónica lo asustaba cuando estaba de buen humor... ahora que estaba enojada, comenzaba a rezar para no terminar en un hospital. Aunque ella nunca había sido violenta, no dudaba en que podría darle la paliza de su vida. La chica dió unos pasos al frente, quedando cerca del castaño.

–No voy a golpearte... aunque me gustaría, no lo haré –declaró la chica, provocando que el alma del contrario regresara a su cuerpo–. Pero quiero que sepas –se acercó un poco más y apuntó a su rostro con el dedo índice–, que si Alexandra vuelve a sentirse triste y es por tu culpa... mi puño terminará en tu lindo rostro... y no seré tan educada como para tocar la puerta –lo amenazó con una gran sonrisa cínica en el rostro. Palmeó su mejilla, antes de tomar una manzana de encima de la mesa y dirigirse a la puerta. El joven observaba cada movimiento de la pelirroja, sintiéndose más aliviado con cada paso que ella daba–. Por cierto, duerme algo... pareces un zombie –comentó con desagrado antes de sonreír y salir del lugar mordiendo la manzana.

«¿Qué diablos acaba de pasar?», se preguntó Bruno pestañeando varias veces. Pasó una mano por su cabello despeinado y pateó el sillón con molestia. Agradeció estar solo en aquel momento, porqué si Aidan hubiera escuchado algo, las cosas terminarían peor que mal. «Dos amenazas en menos de un mes... que locura».

Se dirigió con pesadez a su habitación. Al sentarse en la cama con la cabeza entre las manos, se puso a pensar si lo que estaba haciendo realmente era lo correcto. Le dolía saber que estaba lastimado a la chica que amaba, pero... ¿qué podía hacer al respecto? No tenía idea de cómo, pero Aidan parecía saber cada movimiento de él y de Alexandra, por lo que hasta pensar en ella parecía ser peligroso.

Necesitaba despejar su mente y aclarar las ideas, salir de su agobiante departamento y tomar aire fresco. Se vistió rápidamente, tomó sus llaves, su celular y salió del edificio en busca de su auto... no sabía a dónde iría en realidad, pero quería escapar un rato de todo, de todos, hasta de él mismo, aunque esto último era más complicado de lo que pensaba.

Súper fuerte | Bruno CarrelliDonde viven las historias. Descúbrelo ahora