Los ojos de plata

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Charlie y John fueron los últimos en llegar al centro comercial. Cuandopararon, los demás formaban un pequeño círculo de aspecto conspirativodelante del coche de Marla.—Venga —dijo Marla antes de que hubieran alcanzado el grupo. Botabasobre los dedos de los pies como si estuviera lista para correr hacia la puertadel edificio abandonado.Todos salvo Charlie y John se habían cambiado de ropa: ahora llevabanvaqueros y camisetas, más apropiados para explorar, y ella tuvo la breveimpresión de estar fuera de lugar.«Por lo menos no me he puesto un vestido», pensó.—Vamos —dijo.La impaciencia de Marla parecía contagiosa, o simplemente le daba aCharlie una excusa para dejar aflorar sus auténticos sentimientos. Queríapresumir de Freddy's ante los demás.—Un momento —dijo John. Miró a Jessica—. ¿Se lo has explicado todo?—Les he hablado del guarda nocturno. ¿Qué más tenía que decirles?El chico pareció pensarlo un instante.—Supongo que nada más.—He traído más luz —dijo Carlton sujetando tres linternas de distintostamaños.Le lanzó a Jason una linterna pequeña atada a una cinta elástica. Jason laencendió, se la puso en la cabeza y empezó a moverla en círculos conentusiasmo para que la luz bailara.—Shhh —dijo Charlie, a pesar de que no estaba haciendo ruido.—Jason, apágala —susurró Marla—. No debemos llamar la atención,¿recuerdas?Jason las ignoró con alegría y siguió girando por el aparcamiento comouna peonza.—Le he dicho que si no se porta bien tendrá que esperar en el coche —ledijo Marla a Charlie en voz baja—. Pero ahora que estamos aquí, no estoysegura de qué sitio da más miedo.Dirigió la mirada hacia las ramas desnudas que se zarandeaban al vientoamenazando con extenderse hasta ellos y atraparlos.—O podemos dejar que Foxy se lo coma. —Charlie le guiñó un ojo.Fue a su maletero y sacó la linterna policial, pero no la encendió. Carltonactivó dos de las más pequeñas y le dio una a Jessica. Fueron hacia elcentro comercial. Ahora que sabían adónde iban y qué les esperaba allí,Charlie, John, Jessica y Carlton se movían por los espacios vacíos condeterminación, pero los demás se detenían constantemente para mirar a sualrededor.—Venga —dijo Jessica impaciente cuando Lamar se paró a contemplar lacúpula del atrio.—Se puede ver la luna —dijo señalando.Marla asintió junto a él, en la misma postura.—Es precioso —dijo, a pesar de que no la veía en ese momento.Oyeron el eco de pasos en la distancia.—¡Eh, eh, por aquí! —siseó John, y se movieron lo más silenciosamenteque pudieron.No querían correr por miedo a hacer ruido, así que caminaron con rapidezpero con cautela y apretándose contra las paredes. Entraron en el agujerooscuro de la tienda y se arrastraron por la pared hasta llegar a la grieta. Johnsujetó el plástico que tapaba la entrada mientras los demás se deslizaban porentre los andamios. Jason iba lento, así que Charlie le puso una mano en elhombro para meterle prisa. Mientras lo dirigía hacia la entrada, un intensohaz de luz barrió la sala y repasó las paredes de arriba abajo. Se metieronpor la abertura del plástico y corrieron por el pasillo hasta donde los demásestaban agachados contra la pared.—¡Nos ha visto! —susurró Jason, asustado, y fue directamente hacia suhermana.—Shh —dijo Marla.Esperaron. Esta vez Charlie estaba junto a John. Después del momentoque habían compartido junto al árbol, era muy consciente de su presencia,casi hasta resultarle incómoda. En realidad, no se estaban tocando, perotenía la sensación de saber exactamente dónde estaba él, un embarazososexto sentido. Le echó un vistazo, pero el chico tenía los ojos clavados en laabertura del pasillo. Ahora oían claramente cada uno de los pasos delguarda en el espacio vacío. Se movía despacio, adrede. Charlie cerró losojos y aguzó el oído. Creyó poder saber dónde estaba por el ruido quehacía, se acercó, después se alejó, y recorrió toda la sala como en busca dealgo. Los pasos se acercaron justo hasta la entrada del pasillo y sedetuvieron. Todos contuvieron el aliento.«Lo sabe», pensó Charlie. Pero los pasos se reanudaron, y ella abrió losojos y vio que la luz retrocedía. Se estaba marchando.Esperaron inmóviles hasta que ya no oyeron el golpeteo de sus zapatos desuela dura. Tanto Charlie como John tropezaron al levantarse, y ella se diocuenta de que habían estado apoyados el uno en el otro sin querer. En lugarde mirarlo, se puso a trabajar quitando las cosas más pesadas de laestantería de madera.—¿Por qué necesito esto? —preguntó Lamar cuando Charlie le pasó uncubo del que sobresalía una sierra.—Tenemos que mover la estantería —explicó Jessica—. Vamos.Jessica, Charlie, Carlton y John volvieron a ocupar sus puestos yempujaron. Lamar intentó encontrar un hueco para ayudar, pero lo cierto esque no había demasiado sitio. Marla se limitó a esperar.—Se me da mejor supervisar —dijo cuando Charlie le dirigió una miradaburlona.Esta vez el chirrido del metal no fue tan fuerte, no protestó con tantavehemencia por que entraran. De todas formas, Marla y Jason se taparon losoídos.—¿De verdad creéis que eso no va a atraer al guarda? —siseó Marla.Charlie se encogió de hombros.—La otra vez no pasó nada.—Estoy seguro de que nos ha visto —insistió Jason. Los demás loignoraron—. La luz de la linterna me ha pasado por encima.—De verdad que no pasa nada, Jason —dijo Jessica—. Tambiénpensábamos que nos había visto anoche, pero todo salió bien.Jason no parecía muy seguro. Lamar se agachó para ponerse a la altura desus ojos:—Eh, Jason, ¿qué crees que haría el guarda si nos viera?—¿Dispararnos? —gimoteó Jason mirando temeroso a Lamar.—Peor —respondió el chico con gravedad—. Servicios comunitarios.Jason no estaba seguro de a qué se refería, pero abrió los ojos como sifuera algo terrible.—Déjalo en paz —susurró Marla, divertida.—No nos ha visto —se reafirmó Jason, aunque era evidente que no estabaconvencido.Charlie encendió la linterna grande e iluminó el pasillo.—¡Dios mío! —exclamó Marla con la voz entrecortada cuando el primerhaz de luz cruzó el interior de la pizzería. De pronto era real, y el asombro yel miedo la pusieron colorada.Entraron de uno en uno. La temperatura parecía muy inferior dentro de lasala. Charlie sintió un escalofrío, pero estar allí no le resultaba incómodo.Ahora sabía dónde estaban y qué se encontrarían. Cuando llegaron alcomedor, Carlton extendió los brazos y se puso a dar vueltas.—Bienvenidos... ¡a Freddy Fazbear's Pizza! —dijo con voz deanunciante.Jessica se echó a reír, pero lo cierto es que el melodrama no estabacompletamente fuera de lugar. Marla y Lamar admiraron la salaboquiabiertos. Charlie dejó la linterna grande en el suelo con el haz de luzapuntando hacia arriba, que iluminó la estancia de forma tenue y fantasmal.—Mola —dijo Jason. Su mirada recayó en el tiovivo, corrió hacia allí yse subió de un salto a un poni antes de que nadie pudiera detenerlo. Erademasiado grande para la atracción, y las zapatillas le colgaban hasta elsuelo. Charlie sonrió—. ¿Cómo lo pongo en marcha?—Lo siento, amigo —dijo John.Jason se bajó, decepcionado.—¡Los recreativos están por aquí! —los llamó Carlton haciendo un gestoa quien quisiera seguirlo.Marla lo acompañó mientras Jason toqueteaba esperanzado la caja demandos del carrusel. Lamar se había acercado al escenario y, paralizado,miraba fijamente los animales. Charlie se puso a su lado.—No puedo creer que sigan aquí —dijo cuando la vio.—Ya.—Se me había olvidado que este sitio era real. —Lamar sonrió.Charlie reconoció por primera vez al niño que había sido; le devolvió lasonrisa.Aquel lugar tenía un aire surrealista; desde luego no les había hablado deél a sus amigos del instituto. Tampoco habría sabido por dónde empezar, opeor aún, dónde acabar. Jessica asomó la cabeza por detrás del telón delescenario principal y los dos se quedaron atónitos.—¿Qué haces? —le preguntó Lamar.—¡Explorar! —contestó—. Pero aquí atrás no hay más que un puñado decables.Volvió a desaparecer detrás de la tela. Un momento después oyeron elgolpe que hizo al saltar al suelo, y finalmente se acercó a ellos.—¿Funcionan? —preguntó Lamar señalando los animales.—No lo sé. No parece que falte nada, así que deberían funcionar —respondió Charlie a regañadientes, aunque en silencio cuestionara la idea deintentar encenderlos. La verdad es que no tenía ni idea de cómo seaccionaban. Siempre habían estado allí, y despertaban a la vida de formaintermitente gracias a la alquimia que su padre obraba en el taller.—¡Eh! —exclamó Jessica. Estaba arrodillada junto a la escalera delescenario—. ¡Venid todos!Charlie se acercó y Lamar la siguió.—¿Qué pasa?—Mirad —dijo Jessica apuntando con la pequeña linterna. A pesar deestar bien escondida entre las marcas de la madera, había una puertaincrustada en la pared del escenario.—¿Cómo no lo habíamos visto? —se preguntó Charlie.—Tampoco lo buscábamos —dijo John clavando los ojos en la puertecita.Todo el grupo se había reunido y Jessica los miró con una sonrisa, puso lamano en el pequeño picaporte y tiró de él.Mágicamente se abrió. La puerta descubrió una sala pequeña a ras desuelo. Jessica la recorrió con la linterna: estaba llena de equipamiento, yuna de las paredes estaba cubierta de pantallas de televisión.—Debe de ser el circuito de vigilancia —dijo Lamar.—Vamos. —Jessica le dio la linterna a Charlie y pasó las piernas por lapuerta. Un profundo escalón permitía bajar a la estancia, que no era mayorque una nevera grande colocada de lado.—Es un poco estrecho para mí, seguiré echando un vistazo —se excusóJohn, y se volvió como para hacer guardia.—Es como el coche de los payasos —comentó Marla apretándose contraCharlie.Era demasiado pequeño para todos ellos, pero se amontonaron; Jason sesentó en el escalón, ya que se sentía más cómodo junto a la salida. En lapared había ocho pantallas de televisión, cada una de ellas con su pequeñocuadro de botones y palancas, y debajo de ellas había un panel cubierto deinterruptores que casi parecía una mesa. Los botones eran grandes y negros,no tenían leyenda, y el espacio entre ellos era irregular. La otra pared estabavacía a excepción de un gran interruptor junto a la puerta.—¿Para qué es esto? —dijo Jason poniendo la mano encima. Esperó eltiempo justo para que alguien lo detuviera, y después lo accionó.Se encendieron las luces.—¿Cómo? —Carlton miró a los demás, muy nervioso.Todos se miraron unos a otros en silencio y confundidos. Jason se subióal escalón y asomó la cabeza hacia la sala principal.—También se han encendido aquí fuera, al menos algunas de ellas —dijodemasiado alto.—¿Por qué hay corriente? —susurró Jessica tirando de Jason para quevolviera a cerrar la puerta.—¿Cómo es posible? —se preguntó Charlie—. Este sitio lleva diez añoscerrado.—Mola. —Marla se inclinó hacia delante y observó los monitores comosi esperara que apareciera alguna respuesta.—Enciende las teles, que yo no llego —dijo de pronto Jason.Jessica encendió la primera y la electricidad estática crepitó por lapantalla.—¿Nada? —preguntó Charlie, impaciente.—Un segundo.La chica giró un dial de un lado a otro hasta que apareció una imagen. Erael escenario, y la cámara apuntaba a Bonnie; no se veía a los demásanimales. Jessica encendió los otros televisores y los ajustó hasta que todaslas imágenes se vieron claras, aunque la mayoría no estaban lo bastanteiluminadas.—Todavía funcionan —dijo Charlie casi sin aliento.—Puede que sí —dijo Jessica—. Eh, que alguien salga para ver si es endirecto.—Vale —aceptó Marla después de dudar un instante, y se abrió pasohacia la salida para escalar por encima de Jason. Enseguida apareció en lacámara del escenario junto a Bonnie y saludó. Las luces la iluminaban entonos morados, verdes y amarillos desde varios ángulos.—¿Me veis?—Sí —gritó Carlton.Lamar miraba fijamente los botones.—¿Para qué servirá todo esto? —preguntó con una sonrisa malvada, ypulsó uno.Marla gritó.—Marla, ¿estás bien? —gritó Charlie—. ¿Qué ha pasado?La chica seguía en el escenario, pero se había apartado de Bonnie y lomiraba como si fuera a morder.—¡Se ha movido! —chilló—. ¡Bonnie se ha movido! ¿Qué habéis hecho?—¡No pasa nada! —gritó Jessica entre risas—. ¡Hemos apretado unbotón!Lamar volvió a pulsarlo y esta vez todos miraron la pantalla.Efectivamente, Bonnie viró hacia un lado con un gesto algo envarado.Volvió a pulsarlo y el conejo giró de nuevo hasta mirar al público ausente.—Prueba otro —dijo Carlton.—Hazlo tú mismo —dijo Lamar, y salió del cuartito para unirse a Marlaen el escenario. Se agachó para inspeccionar los pies de Bonnie—. Estánfijados a un panel de rotación.—¿Ah, sí? —le respondió Jessica desde dentro, pero sin escucharlorealmente.Carlton empezó a apretar botones mientras los demás miraban laspantallas. Al rato, Charlie también salió de allí.—El ambiente está muy cargado —se excusó.El perfume de Jessica y el gel para el pelo de Carlton, que olían bastantebien en un espacio abierto, comenzaban a agobiarla. Salió para observarcómo experimentaban con los animales en el escenario. La mayor parte delcomedor seguía a oscuras, pero había tres focos de colores colgados deltecho, que proyectaban haces morados, amarillos y verdes hacia elescenario. Ahora los animales presentaban colores artificiales. El polvosuspendido brillaba como estrellitas a la luz de los focos, tantas queresultaba difícil ver a través de ellas. El suelo bajo las mesas estaba cubiertode purpurina que había caído de los gorros de fiesta. Al mirar a su alrededorvolvió a ver los dibujos que decoraban las paredes a la altura de los ojos delos niños.Siempre habían estado allí. Charlie se preguntó de dónde habría sacado supadre los primeros cuando abrió el restaurante. ¿Habría usado los garabatosde su hija o los habría falsificado él mismo para animar a los niños aexponer sus obras de arte? La imagen de su padre inclinado sobre su mesade trabajo con una pintura en esa mano más acostumbrada a manipularmicrochips le dio ganas de echarse a reír. Vio que la linterna seguía en elcentro de la estancia y fue a apagarla. «No malgastes las pilas», se dijomentalmente, al mismo tiempo con la voz de la tía Jen.Volvió a fijarse en el escenario. Al parecer, los otros habían conseguidoque Chica y Bonnie llevaran a cabo una serie de pequeños movimientos.Los dos muñecos podían rotar el cuerpo entero y mover las manos, los piesy la cabeza en varias direcciones, pero cada gesto era independiente.Regresó a la sala de control y asomó la cabeza.—¿Podéis hacer que bailen? —preguntó.—No sé cómo —dijo Carlton apartándose de los monitores—. Todo estodebía de usarse para programar los bailes, no creo que alguien lo controlaratodo manualmente desde aquí durante los espectáculos. Habría sidoimposible.—Ajá —contestó Charlie.—Silencio todo el mundo —avisó Marla, y el grupo enmudeció.No se oyó nada en un buen rato, y finalmente Lamar dijo:—¿Qué pasa?Marla frunció el ceño, ladeó la cabeza y aguzó el oído.—Pensaba que había oído algo —dijo por fin. Apenas movía los labios—. Era como... ¿las notas de una caja de música? Pero ya no se oye.—¿Por qué Freddy no se mueve? —preguntó Charlie.—No lo sé —contestó Carlton—. No encuentro sus mandos.—Mmm —murmuró Jessica dando golpecitos en las pantallas—. En estascámaras no se ve todo el local.Charlie observó las imágenes, pero estaban mezcladas sin orden lógicoalguno. No podía hacerse una idea completa del restaurante.—Tres cámaras enfocan el escenario, una por cada animal, pero deberíahaber una que lo grabara todo —estaba diciendo Jessica—. Está la entrada ala cocina, pero no la propia cocina, y no se ven el pasillo ni la sala delescenario pequeño en la que estuvimos ayer.—¿Y si solo hay cámaras en la sala principal? —sugirió Carlton.—No, ahí fuera hay cámaras por todas partes —contestó Jessica.—¿Entonces?—¡Pues tiene que haber otra sala de control! —exclamó Jessica, triunfal—. Puede que al final del pasillo, junto al otro escenario.Charlie salió de nuevo a la sala. Se sentía inquieta, menos emocionadapor los descubrimientos que los demás, aunque no estaba segura de por qué.Observó el escenario. Carlton seguía jugando con los botones, de maneraque Bonnie y Chica realizaban movimientos breves e inconexos, mientrasque Freddy Fazbear permanecía inmóvil con los ojos medio cerrados y laboca ligeramente abierta.—Eh, Marla —dijo de pronto Lamar—. La música. Ahora sí que la oigo.Todos guardaron silencio otra vez, entonces Marla sacudió la cabeza.—Qué mal rollo —dijo, más emocionada esta vez y frotándose las manoscomo si estuvieran compartiendo historias de campamento.Lamar miró a Freddy, pensativo.—Vamos a buscar la otra sala de control —dijo Jessica con gestodecidido.—¡Vale! —Marla saltó del escenario para unirse a ellos y empezaron aregistrar el resto de la tarima en busca de una segunda puerta.—Yo me quedo aquí —gritó Jason desde el primer cuartito—. ¡Esto esguay!Chica giró de un lado a otro a gran velocidad mientras el niño pulsaba subotón repetidas veces. Lamar se unió a Jason.—Vale, me toca —dijo apoyado en la puerta.Entró sin esperar la respuesta del chico.Charlie se quedó donde estaba, mirando fijamente a Freddy, congelado enplena actuación. John se le acercó y ella sintió un arrebato de irritación; noquería que la persuadiera de que se uniera a la búsqueda. El muchacho sequedó quieto un momento mirando a Freddy, y después se inclinó hacia ellay susurró:—Voy a contar hasta cien, será mejor que te escondas.Sorprendida, lo miró un momento; la irritación desapareció. Él le hizo unguiño y después se tapó los ojos. Era absurdo, infantil, y en ese instante eralo único que quería hacer. Un poco atolondrada, Charlie se puso en marchapara buscar dónde esconderse.Jason pulsaba los botones cada vez más frustrado.—Me estoy aburriendo —anunció.—¿Cómo es posible? —preguntó Lamar con los ojos muy abiertos.—Ya no funcionan. —Jason seguía apretando los botones sin mirar a laspantallas.Lamar analizó la imagen. Bonnie tenía la cabeza levantada y girada a unlado, y parecía estar mirando a la cámara.—Bueno, pues vamos a buscar a tu hermana —le dijo al chico.—¡No necesito su permiso para aburrirme! —Jason salió del cuarto por laescalera.—Qué sensible está todo el mundo —murmuró Lamar, y de pronto se diocuenta de que se había quedado solo en la sala de control. Salió también,pero Jason ya se había ido.Jessica lideraba la expedición en dirección al pequeño escenario quehabían descubierto la noche anterior. Marla miró hacia atrás y vio a Jasonintentando alcanzarlos a saltos, justo antes de que se adentraran en el largopasillo.—¡Eh, ten cuidado! —dijo por encima del hombro cuando Jason sedesvió por su cuenta.Lamar alcanzó al grupo y los siguió hacia el pasillo. El comedor principalestaba vacío, aunque Jason oía los gritos de Charlie y John jugando en lassalas para fiestas que había junto al comedor principal. Ahora que estabasolo, Jason fue directo a la zona de los juegos recreativos.Estaba menos iluminada que el resto del local, y las máquinas, sincorriente eléctrica, parecían enormes monolitos negros de un cementerioabandonado. El aire estaba estancado. Jason se acercó al juego más cercanoy pulsó varios botones, algunos de ellos atascados por el tiempo, pero nosucedió nada.«Enchúfala, idiota.» Se agachó por detrás de las máquinas para ver, peroaunque la maraña de cables se veía enredada de forma irremediable, parecíaque estaban conectadas a la corriente. «¿Habrá un interruptor para toda lasala?» Comenzó a registrar las paredes.No parecía haber ningún interruptor a la vista, pero, mientras repasaba lasparedes, Jason se distrajo con los dibujos colgados en grupos. Erademasiado joven para recordar haber estado en Freddy's; incluso el propioHurricane no era para él más que un conjunto de imágenes difusas. Pero,por algún motivo, esos dibujos lo pusieron nostálgico. La verdad es queeran todos iguales, el tipo de garabato que había hecho él y cualquier otroniño: figuras con círculos a modo de cuerpos y palos para los brazos en unagran variedad de colores. Solo unos pocos detalles revelaban cuáles eran losanimales: el pico de Chica o las orejas de Bonnie. Parecía que los dibujosde Freddy Fazbear habían recibido algo más de atención, eran un pocomejores; los niños habían tenido un poco más de cuidado en acertar con losdetalles. Jason se sorprendió a sí mismo contemplando uno de ellos enparticular. Era como los demás, quizás un poco más elaborado; era elconejo Bonnie abrazando a un niño, y no tenía nombre. Jason lo despegó dela pared sin saber por qué le había interesado tanto ese en particular.John se precipitó en la sala con una amplia sonrisa y una respiraciónprofunda, pero, al ver que allí solo estaba Jason, recuperó rápidamente laapariencia seria.—¿Qué tal? —dijo asintiendo con la cabeza, intentando parecer tranquilo,y después salió como si nada; una vez fuera, retomó el sprint.«Jugando al escondite como bebés —pensó Jason—. Espero noenamorarme nunca.»Volvió a mirar el dibujo y entrecerró los ojos como si no lo viera bien.Ahora el niño miraba hacia el otro lado. Jason se fijó durante un buen rato.«¿Antes no estaba abrazando a Bonnie?» Se asomó a la estancia principal,pero no había rastro de Marla, que buscaba la otra sala de control. Jasondobló el dibujo con cuidado y se lo metió en el bolsillo. De pronto se diocuenta del silencio que reinaba fuera. Salió de esa habitación con cautela yoteó el comedor.—¿Chicos? —susurró, miró hacia atrás una vez y se aventuró a buscar algrupo.Jessica, Lamar, Carlton y Marla todavía estaban deslizándose despaciopor la otra mitad del edificio. Los focos del comedor no alcanzaban esazona, y únicamente acentuaban los contornos o los restos de purpurina.Jessica repasaba la pared con la linterna en busca de aberturas en el yeso.Animó a Marla a hacer lo mismo.—Tenemos que buscar una puerta oculta —le dijo.—En realidad, la otra no estaba escondida —señaló Carlton.—Ya —reconoció Jessica, pero mantuvo la luz dirigida hacia la pared,dejando claro que no estaba dispuesta a rendirse.Pasaron junto a dos baños que no habían visto la noche anterior.—¿Creéis que habrá agua corriente? —preguntó Carlton—. Tengomuchas ganas de hacer pis.—¿Qué tienes, cinco años? No quiero saber estas cosas. —Jessica pusolos ojos en blanco y aceleró.Cuando llegaron a la sala del escenario pequeño, todos se detuvieron.Marla y Lamar se acercaron a la tarima, agrupándose como sin darsecuenta. A pesar de que Carlton y Jessica habían estado allí la noche anterior,tenían la sensación de estar viéndolo por primera vez a través de los ojos delos otros dos. Carlton se dio cuenta de que no habían visto lo que habíadetrás del telón.—Me acuerdo de estos pósteres —dijo Lamar.—Yo también me acuerdo de esto —coincidió Marla señalando el cartelde FUERA DE SERVICIO que cruzaba el escenario—. Siempre me pongonerviosa cuando veo esa frase, aunque sea en una máquina de comida.Lanzó una carcajada falsa.—Ya sé a qué te refieres —dijo Lamar en voz baja, pero, antes de quepudiera continuar, Carlton lo interrumpió.—La encontré.—O eso crees —lo corrigió Jessica.Había una puerta incrustada en la pared como la de debajo del escenario;no estaba realmente escondida, pero se suponía que no debía verse. Estabapintada de negro, como los muros. Jessica giró el pomo y tiró, pero nocedió.—¿Cerrada con llave? —preguntó Lamar.—No creo.—Déjame probar —se ofreció Marla. Agarró el picaporte y dio un tirón;la puerta se abrió y ella se tambaleó hacia atrás.—¡Impresionante! —exclamó Lamar.—Bueno, es que cuidar de Jason me ha hecho fuerte. —Sonrió mientrasse arrodillaba para deslizarse por la puertita.Era casi idéntica a la otra sala: ocho pantallas y un gran panel de botonessin rotular. Carlton rebuscó el interruptor principal y extendió la mano haciaun rincón oscuro. Se encendió todo con un clic y un zumbido suave inundóla habitación. La luz intensa y extravagante de los focos rojos y azules delescenario entró por debajo de la puerta. Jessica y Carlton comenzaron aencender los televisores; giraron los diales hasta que aparecieron lasimágenes, aunque la mayoría de ellas estaban muy oscuras. Desde allípodían ver un plano general del escenario principal, como en la otra sala,pero el resto de las cámaras mostraban otros puntos del local y distintosángulos. Mientras que la primera sala de control solo tenía planos delcomedor, aquí podían ver otras zonas del restaurante: los espacios parafiestas privadas, decorados con adornos brillantes para celebraciones quejamás tendrían lugar; los pasillos; una oficina; e incluso lo que parecía unaalmacén. También veían la habitación que tenían detrás, con la cámaraenfocando el letrero de FUERA DE SERVICIO, ahora iluminado entre sombrasespectrales, y el telón. En una de las pantallas vieron a Jason agachándosedetrás de las máquinas recreativas.—Igual debería ir a buscarlo —dijo Marla, pero nadie contestó.Carlton empezó a pulsar botones. A medida que lo hacía, los focos delescenario principal se encendían y se apagaban, e iluminaban a los animalesuno tras otro y los espacios vacíos en los que podrían haberse colocadootros personajes. Entonces Lamar se echó a reír señalando una de laspantallas. Los adornos en forma de pizza de las paredes estaban girando atoda velocidad, como si estuvieran a punto de saltar y echar a rodar.—Se me había olvidado que hacían eso —dijo Lamar cuando Carlton lashizo parar lentamente.Había una rueda negra a un lado de los botones. Carlton la giró, pero novieron que sucediera nada.—Déjame probar —pidió Lamar. Apartó a Carlton con el codo y pulsóotro botón.Se oyó un chirrido muy agudo y todos dieron un bote, pero enseguida serebajó a un zumbido como de electricidad estática. Lamar volvió a apretarel botón y el sonido desapareció.—Supongo que ya sabemos cómo encender los altavoces —comentóCarlton.—Me apuesto lo que sea a que conseguimos poner música —dijo Jessica.Se echó hacia delante y pulsó otra cosa que hizo que las luces de la tarimase intensificaran mientras que la iluminación general se atenuó. De pronto,las figuras del escenario principal estaban resaltadas y reclamaban atención.Volvió a pulsarlo y las luces volvieron a la normalidad.—Me encanta —dijo Carlton.—¿El qué? —preguntó Marla.—La iluminación del escenario. Un simple interruptor y es como si tetransportaras a otro mundo.Otro botón hacía parpadear las luces de la sala que tenían detrás, mientrasque otro ponía en marcha y detenía el pequeño carrusel; el tintineo de lamúsica que lo acompañaba sonaba demasiado lento, como si la propiaatracción intentara recordar la melodía. Consiguieron volver a encender losaltavoces sin el chirrido, pero lo único que se oía era la electricidad estática.—Tengo una idea —dijo Jessica poniéndose delante de los demás.Encendió de nuevo los altavoces y después giró la rueda de un lado a otro.El zumbido bajó y aumentó en respuesta al movimiento.—Vamos avanzando —comentó Carlton.—Sigue siendo un zumbido —dijo Marla poco impresionada.Jessica bajó el volumen una vez más, pero entonces apartó la mano de larueda como si le hubiera mordido y dio un puñetazo al botón para apagarlos altavoces.—¿Qué pasa? —preguntó Marla.Jessica permaneció inmóvil con las manos en el aire.—¿Qué ha pasado? ¿Te ha dado un calambre? —quiso saber Carlton.—Sonaba como una voz —respondió Jessica.—¿Y qué decía? —preguntó Marla, que al parecer había recuperado elinterés.—No lo sé, déjame volver a intentarlo.Encendió los altavoces una vez más activando el zumbido estático, y bajóel volumen mientras todos aguzaban el oído. Cuando alcanzó un tono muygrave, justo por debajo del rango de la voz humana, todos lo oyeron:palabras lentas y entrecortadas, casi demasiado distorsionadas paraconsiderarse habla. Se miraron unos a otros.—¿Qué demonios es eso? —exclamó Marla.—Nada, no es más que electricidad estática —respondió Lamar. Extendióla mano hacia los controles y subió el volumen lentamente. Durante uninstante fugaz, se oyó otro sonido intencionado.—Sonaba como si alguien cantara —dijo Carlton.—Qué va —replicó Lamar, menos seguro esta vez.—Repítelo —pidió Marla.Lamar lo hizo, pero esta vez no hubo nada.—¿Esa es Charlie? —De pronto, Marla se concentró en una imagenborrosa que recorría el pasillo hacia ellos, pegada a la pared para pasardesapercibida.Charlie se movía a toda prisa, casi a saltos, e intentaba encontrar otroescondite. Echó un vistazo a su espalda con la ligera sospecha de que Johnpodía estar haciendo trampa. Atravesó la oscuridad en dirección al coloridobrillo del telón del escenario pequeño, que reflejaba inquietantes luces rojasy azules sobre las mesas y los gorros de fiesta. Recorrer este pasillo siemprele había parecido una excursión larga y peligrosa, algo que no se atrevía ahacer sola. Mantuvo la mirada fija detrás de sí y dejó que la pared guiarasus pasos. Sabía que John estaba cerca, seguramente aproximándose sinhacer ruido en la oscuridad. De pronto chocó de espaldas contra algo quehizo que se detuviera. Se había movido más rápido de lo que pensaba,aunque lo más probable es que el pasillo no fuera tan largo como lorecordaba.Vio la sombra del chico al final del pasillo; si giraba la cabeza, la vería.Charlie se subió sin pensarlo a la plataforma contra la que había chocado yse escondió detrás del telón, agazapada entre la pared y un elementovoluminoso de la decoración, e intentó no respirar.—¿Charlie? —la llamó John desde lejos aún—. ¡Charlie!La muchacha sintió que se le aceleraba el corazón. De vez en cuando lehabía gustado algún chico, pero esto era distinto. Quería que la encontrara,pero todavía no. Mientras esperaba, sus ojos se acostumbraron a laoscuridad y consiguió distinguir la silueta del telón y el borde de la tarima.Levantó la mirada hacia el objeto que tenía delante.«No.»Sintió un escalofrío por todo el cuerpo y después se quedó paralizada.Esa cosa se alzaba sobre ella. Era aquel amasijo del taller de su padre, esacosa deforme de brillantes ojos plateados que colgaba del rincón y quesufría convulsiones fortuitas. «¿Le duele?» Ahora estaba quieta y tenía losojos vacíos y apagados. Miraba impasible hacia delante y el brazo del garfiole colgaba inútil a un lado. Reconoció sus ojos, pero casi era peor ahora,revestido con extremidades huecas y cubierto de pelo rojo; apestaba a aceitey a pegamento. Tenía nombre, ahora lo llamaban Foxy. Pero ella sabía laverdad.Charlie se encogió hacia atrás y se apretó contra la pared. El corazón lelatía a mil por hora y su respiración era superficial, demasiado rápida. Subrazo había estado en contacto con la pierna del muñeco y ahora sentía unpicor repentino, como si se hubiera contaminado. Se frotó enérgicamente lamano contra la camiseta, presa del pánico.«Corre.»Se apartó de un salto y se dio impulso contra la pared para escapar, parahuir antes de que la viera, pero el pie se le quedó enganchado en el bordedel escenario. Tropezó hacia delante y se enredó momentáneamente en eltelón. Trataba de liberarse cuando de pronto el brazo de la cosa se levantó yel garfio le dio en el hombro. Tardó demasiado en agacharse y le hizo uncorte. El dolor la impresionó, como un cubo de agua helada. Se tambaleóhacia atrás y sintió que se caía durante unos segundos eternos, y entoncesalguien la cogió.—¿Charlie? ¿Estás bien?Era John, él la había atrapado. Intentó asentir, pero estaba temblando. Semiró el brazo. Tenía un corte de casi diez centímetros por encima del codo.Le sangraba y se lo tapó con la mano, pero se le inundaron los huecos entrelos dedos con la sangre que se filtraba.—¿Qué ha pasado? —preguntó Marla corriendo hacia ella—. Charlie, losiento mucho, debo de haber tocado un botón que lo ha accionado. ¿Teencuentras bien?Charlie asintió, algo menos temblorosa.—Estoy bien. No es para tanto. —Probó a mover el brazo—. ¿Ves? No hallegado al nervio, se me curará.Carlton, Jessica y Lamar salieron corriendo de la sala de control.—Deberíamos llevarla a Urgencias —dijo Carlton.—Estoy bien —insistió Charlie.Se levantó rechazando la ayuda de John y se concentró en el escenariodurante un instante. Oyó la voz de la tía Jen: «¿Cuánta sangre has perdido?No hace falta que vayas al hospital». Podía mover el brazo sin problemas yno se desangraría por esa herida. De todos modos, se sentía mareada.—Charlie, pareces un fantasma. Tenemos que sacarte de aquí —dijoJohn.—Vale —contestó.No podía concentrarse en sus pensamientos. Y la herida le dolía menos delo que debía. Respiró hondo para intentar centrarse mientras se dirigíanhacia la salida. John le dio un trozo de tela y ella se la puso encima del cortepara frenar la hemorragia.—Gracias —dijo mirándolo. Le faltaba algo—. ¿Eso era tu corbata?Él se encogió de hombros.—¿Te parezco el tipo de persona que lleva corbata?Ella sonrió.—Yo creo que te quedaba bien.—¡Jason! —gritó Marla cuando pasaron junto a la sala de juegos—.¡Muévete, que si no te dejamos aquí!El chico corrió para alcanzarlos.—¿Charlie está bien? —preguntó nervioso.Marla paró un segundo y lo rodeó con el brazo.—Sí —lo tranquilizó.Recorrieron a paso ligero el mismo pasillo por el que habían entrado.Mientras lo conducían afuera, Jason echó la vista atrás para contemplar losdibujos una última vez antes de perderlos de vista. Las luces de colores delescenario se desvanecían y la linterna proyectaba formas y sombras entodas partes, de manera que era difícil ver los garabatos, pero él habríajurado que las figuras de los dibujos se movían.Todos atravesaron rápidamente el edificio vacío hasta llegar alaparcamiento, ya sin preocuparse por el guarda. Cuando alcanzaron elcoche, Lamar, que había cogido la linterna grande, la encendió y la apuntóhacia el brazo de Charlie.—¿Vas a necesitar puntos? —preguntó Marla—. Lo siento mucho,Charlie.—Ninguno de nosotros estaba teniendo cuidado, no es culpa tuya —dijoCharlie.Sabía que sonaba enfadada, pero no era su intención; tenía la vozconstreñida por el dolor. La impresión se le había pasado, pero esosignificaba que había empezado a dolerle de verdad.—No pasa nada —insistió, y después de un rato los demás se rindieron aregañadientes.—Al menos deberíamos limpiarte la herida y vendarla —dijo Marla, quequería hacer algo, lo que fuera, para compensarla.—Hay una farmacia abierta veinticuatro horas justo a un lado de la calleprincipal —propuso Carlton.—Charlie, ¿por qué no vas con Marla y yo llevo tu coche de vuelta almotel? —se ofreció Jessica.—Que estoy bien —protestó Charlie no muy convencida, pero le tendiólas llaves a Jessica—. Eres buena conductora, ¿verdad?Jessica puso los ojos en blanco.—La gente de Nueva York sabe conducir, Charlie.John se quedó junto a ellas un momento mientras Charlie subía al cochede Marla.Ella le sonrió.—Estoy bien. Nos vemos mañana.El chico la miró como si quisiera decirle algo más, pero se limitó a asentiry se marchó.—Vale, ¡a la farmacia! —dijo Marla.Charlie se dio la vuelta en su asiento para mirar a Jason.—¿Te lo has pasado bien?—Los juegos no funcionaban —respondió distraído.La farmacia estaba solo a unos minutos de allí.—Quédate en el coche —le ordenó Marla a su hermano cuando sedetuvieron.—No me dejéis aquí fuera —pidió Jason.—Te he dicho que te quedes —repitió ella, algo perpleja por el miedo ensu voz.Jason no contestó, y ella y Charlie entraron en la tienda.En cuanto se fueron, Jason se sacó el dibujo del bolsillo. Lo sostuvo bajola débil luz del aparcamiento para estudiarlo. No había vuelto a cambiar: elconejo Bonnie miraba a un niño que le daba la espalda. Jason rascó laslíneas de pintura con la uña, por curiosidad. La cera se despegó fácilmentedejando marca en el papel.En cuanto entraron en la farmacia, iluminada con fluorescentes yclimatizada, Marla suspiró y se llevó las manos a las sienes.—Es un crío —dijo.—A mí me cae bien —dijo Charlie con sinceridad.Todavía llevaba la corbata de John para frenar la hemorragia. Ahora quehabía más luz, se la despegó para ver el corte. Casi había dejado de sangrar;no eran tan grave como parecía en un primer momento, aunque la corbatano tenía remedio.—Oye, ¿y por qué has traído a Jason?Marla no respondió enseguida, sino que buscó con la mirada el pasillo deprimeros auxilios y se dirigió a él.—Aquí está. ¿Qué opinas, gasas?—Vale, pero no me llames gasas. —Charlie se inclinó hacia Marla, peroesta ignoró su broma.—Antiséptico —prosiguió Marla mientras cogía los productos—. A ver,el padre de Jason y nuestra madre llevan casados desde antes de que élnaciera, evidentemente. Y es probable que se divorcien. Yo lo sé, peroJason no.—Vaya.—Discuten todo el tiempo. Él se asusta, ¿entiendes? Mi padre se marchócuando yo era pequeña, así que crecí con ello, estoy acostumbrada.Además, tuve un padrastro fantástico. Pero para él será como el fin delmundo. Y la verdad es que no se están esforzando por facilitar las cosas, sepelean delante de nosotros todo el tiempo. Así que no quería dejarlo allísolo toda una semana.—Lo siento mucho, Marla.—Ya, tranquila. De todas formas, yo me marcho dentro de un año. El queme preocupa es el mocoso ese.—Ya no es ningún mocoso —dijo Charlie.Marla sonrió.—Lo sé, es bastante genial, ¿verdad? La verdad es que me gusta tenerlo ami lado.Pagaron por los productos. El dependiente, un adolescente, ni siquieraparpadeó ante las manchas de sangre de Charlie. Una vez fuera se sentaronen el capó del coche. Marla empezó a abrir el frasco de antiséptico, peroCharlie extendió la mano.—Puedo hacerlo yo misma —dijo.Marla parecía estar a punto de replicar, pero se tragó aquello que lehubiera gustado decir y le dio a Charlie el frasco junto con un pedazo degasa. Cuando la chica se limpió la herida con torpeza, Marla sonriósocarrona.—Hablando de gente con la que nos gusta estar, ¿te estás divirtiendo conJohn?—¡Au! Cómo pica. Y no sé a qué te refieres —dijo Charlie, remilgada; depronto, centró toda su atención en lo que hacía.—Sí que lo sabes. Te sigue como un cachorrito, y te encanta.Charlie reprimió una sonrisa.—¿Y qué pasa contigo y con Lamar? —contraatacó.—¿Yo y quién? Dame. —Extendió la mano para recoger la gasaensangrentada. Charlie se la dio y después cogió una limpia—. Tendrás quedejarme pegarla.Charlie asintió y sujetó la gasa en su sitio mientras Marla sacaba elesparadrapo.—Venga, que ya he visto cómo lo miras.—¡Qué va! —Marla alisó el último pedazo de esparadrapo y volvió ameterlo todo en la bolsa.—Lo digo en serio —insistió Charlie mientras volvían al coche—. Se osve encantados cuando estáis juntos. Y vuestros nombres son anagramasentre sí. ¡Marla y Lamar! Es el destino.Después, entre risas, regresaron al motel. 

FIVE NIGHTS AT FREDDY'S Los ojos de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora