𝕮apítulo 1: Invitación

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Hilary se hallaba acostada boca arriba, jadeando como si hubiera estado corriendo

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Hilary se hallaba acostada boca arriba, jadeando como si hubiera estado
corriendo. Brinco al sentir un brazo moverse en su cintura, pero suspiro aliviada al girarse y encontrarse a Harry abrazándola.

Acababa de despertarse de un sueño muy vívido y tenía las manos sobre la cara. La antigua cicatriz con forma de rayo (ubicada del lado izquierdo) le ardía bajo los dedos como si alguien le hubiera aplicado un hierro al rojo vivo.

Volvió a tocarse la cicatriz. Aún le dolía. Hilary intentó recordar lo que soñaba antes de despertarse. Había sido tan real... Aparecían cuatro personas, una de ellas era Leyla, otra una pelirroja, dos hombres: un rubio y un pelinegro. Más un bebé rubio muy bonito. Se
concentró todo lo que pudo, frunciendo el entrecejo, tratando de recordar...

Encendió la lámpara que tenía a su lado y se levantó de la cama; Hilary apartó las manos de la cara y vio el desastre que tenían ambos en la habitación: a los pies de la cama había unos baúles grandes de madera, uno de ellos abierto, y dentro del suyo había un caldero, una escoba, una túnica negra y diversos libros de embrujos; los rollos de pergamino cubrían la parte de la mesa que dejaba libre la jaula grande y vacía en la que normalmente descansaba Asterix, su lechuza blanca con café; en el suelo, junto a la cama, había un libro abierto.

Lo había estado leyendo por la noche antes de dormirse. Francés para Principiantes. Todas las fotos y dibujos del libro se movían, le señalaban acciones y sus frases para contestar. A veces Hilary dormida hablaba en francés fluido y Harry se asustaba al escucharla.

Se dirigió a recoger el desastre del lugar, guardo sus libros, sus túnicas y su ropa se usó cotidiano.

Se fue al otro extremo del dormitorio y retiró las cortinas de la ventana para observar la calle.

El aspecto de Privet Drive era exactamente el de una respetable calle de las afueras en la madrugada de un domingo. Todas las ventanas tenían las cortinas corridas. Por lo que Hilary distinguía en la oscuridad, no había un alma en la calle, ni siquiera un gato.

Se sentó en el pequeño escritorio y dejo a un lado su diario, era más seguido en el que Hilary escribía todas las visiones que se le venían a la mente y estaba asustada. Había tenido en esas vacaciones al menos quince visiones de Leyla, de ella o de una guerra.

𝕳ilary 𝕻otter 𝖄 𝕰l 𝕮alíz 𝕯e 𝕱uegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora