Capítulo 21: Hiedra

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—Sí, recuerdo esta. —Piedra dio vuelta a la zafira en sus manos. Era tan grande, Hiedra casi no podía creer que era real.

Violeta y Narcisa estaban sentadas en el banco detrás de ella, envueltas en mantas ásperas y grises, aún temblando debido al largo camino de regreso a Valentía bajo la lluvia. Azalea no había querido dejarlas llevarse la zafira, pero Dedalera y Pino convinieron en que debían mostrarla a Piedra, confirmar que era un tesoro de los dragones y decidir qué hacer con ella.

Dedalera estaba de pie junta a la puerta, brazos cruzados, cambiando su peso incómoda.

—A Brezo nunca le gustó esta gema —Piedra dijo. La pasó a Hiedra, que fue sorprendida por el peso en sus manos—. Dijo que a veces, sostenerla le dijo pesadillas despiertas acerca de los dragones que quemaron nuestra aldea. Dijo que a veces lo miraron como si pudieran verlo. Si es la única cosa que lo hace sentir algo sobre el ataque, es probablemente por eso que la dejó atrás.

Había algo extraño en la zafira, pero a Hiedra no le sentía amenazante. Radiaba una vibración apagada, como si alcanzara a algo en otro nivel del universo. Hiedra la envolvió en las manos y miraron fijamente sus facetas.

—Así que si movió el tesoro, ¿dónde más podemos buscarlo? —Violeta preguntó.

Piedra se encogió de hombros—. No tengo ni idea. Lo siento.

—Bueno —Dedalera dijo mientras Violeta y Narcisa se ponían de pie—, si piensas en algo, háznoslo saber. —Violeta enrolló las mantas y las pasó a Piedra.

Con un toc-toc brusco, el Matadragones pasó por la puerta principal.

Violeta le tiró las mantas a Hiedra tan rápido que Hiedra casi no las agarró. Se desenrollaron sobre sus manos, y ella frenéticamente enterró la zafira en los pliegues de la lana. Su corazón latía con fuerza. «Ojalá no la viera».

—¿Qué es esto? —su padre dijo con una sonrisa agradable—. ¿Una fiesta de Vigiladragones? ¿En la casa de mi hermano? ¿Por qué no invitaron a mí?

—Hola, papá —ella dijo, apretando las mantas contra el pecho—. Estábamos visitando a Tío Piedra.

Los ojos de Brezo viajaron por la cara inocente de Violeta, los ojos muy abiertos de Narcisa y la expresión vacía de Dedalera—. ¿Oh? —dijo—. ¿Por qué están tan... mojados?

—Hace lluvia —Violeta respondió.

—Una tormenta nos sorprendió cuando estábamos mirando el cielo —Dedalera le informó—. Nos dirigimos a la entrada más cercana. Hiedra mencionó que su tío vivía cerca y que podríamos secarnos aquí.

Brezo le levantó las cejas—. No te has secado mucho —observó.

—Estaba más preocupada por las reclutas jóvenes —Dedalera dijo—. La lluvia me ha sorprendido antes. Estaré bien.

—Eres Acebo, ¿verdad? —dijo él, señalándole.

—Dedalera, señor —dijo, tan cortés como siempre.

—Hmmm —dijo él—. Hiedra, usa una de esas mantas en tu pelo. Estás chorreando agua en el piso de tu tío. Entonces vete a casa; necesito hablar con mi hermano.

Hielo dio un paso nervioso hacia la puerta. Piedra tenía las manos metidas en los bolsillos, con una expresión resignada a una conversación con Brezo. Parecía demasiado deprimido como para decir nada útil.

—Lavaremos estas y se las traeremos de vuelta, señor tío de Hiedra —Narcisa dijo, dando una palmada al montón de mantas en los brazos de Hiedra—. ¡Muchas gracias!

Alas de Fuego Leyendas #2: MatadragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora