capitulo 4

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No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús (Filipenses 4:6-7)

Cuando llegó la tarde, estaba ansiosa por la llegada de mi hija.  Dudé en ir a buscarla a la escuela o esperar a que volviera a casa, pero debajo de mis propias preocupaciones la entendía de todas las formas posibles.

Un corazón roto, una nueva grieta y el comienzo de muchas lágrimas perdidas. ¿Cómo se suponía que debía comenzar este tema?  Probablemente me va a dejar fuera o suplicar que no me meta, pero no podía dejar que soportara el dolor sola.  Sabía las consecuencias, las viví y fue algo que nunca le deseé a nadie.  Todo tenía sentido, su comportamiento raro, su mirada perdida y la vez que la vi leyendo el pecado de David en la biblia.  Me sentí tan mal por no haberme dado cuenta antes, mi pobre niña estaba tan desesperada por ayuda y recién ahora me di cuenta.

Me decidí y me dispuse a hablar de la infidelidad de su novio.  Una vez fui joven como ella y mi corazón se rompió tantas veces que no debería preocuparme de qué decirle. Recordé ese sentimiento y mi piel burbujeó con la sensación familiar de piel de gallina.  Fue como si hubiera desbloqueado un recuerdo en mi cabeza. En mi mente de repente todo volvió a mí. Todos esos recuerdos de desesperación y frustración de amor roto y una fe inútil en una persona sin voluntad de cambiar. La ves que la relación estaba por los suelos y solo un milagro de Dios podría reparar todo el daño. Me sentí lista para contárselo todo para que pudiera darse cuenta de que no era la única.

El sonido de un par de llaves interrumpió mis pensamientos y la puerta principal se abrió. Aylen entró y colgó su mochila en un gancho que colgaba en la pared junto a ella. Al principio no se dio cuenta de mi presencia en la sala, mis ojos estaban puestos en ella con la esperanza de que me viera. 

No me vio.

Solo subió las escaleras con una postura terriblemente cansada.  Me pregunté qué tan malo había sido su día en la escuela, nunca llegaba a casa así. Cuando escuché la puerta de su dormitorio cerrar, me puse de pie y la seguí. Probablemente no era el mejor momento para tener esta conversación, pero tenía que aprovechar la oportunidad de tener la casa sola.

La privacidad era oro en este momento.

Mientras estaba de pie frente a su habitación, respiré hondo y toque su puerta suavemente. No hubo respuesta de ella.  Lo intenté de nuevo pero un poco más fuerte y de nuevo no hubo respuesta.  Mi última opción era llamarla por su nombre y lo hice.

-Aylen, hija?-

-Mandé mamá-

La voz de Aylen era tan frágil que apenas logré entender lo que decía.  Estaba tan triste y deprimida que ya no podía soportar verla así.  Abrí su puerta y la encontré sentada en el borde de su ventana, abrazando una almohada.  Su mirada estaba puesta en la vista de su ventana, solo un viejo árbol de mango y nuestro patio trasero era su vista. Entré, cerré la puerta detrás de mí y me acerqué a ella.  Me senté a su lado y puse una mano en su pierna, haciendo que me mirara. Tenía los ojos llorosos y era como si se esforzara tanto por contener las ganas de llorar. 

Me rompió por dentro.

-Aylen, no estás bien- le dije, -por favor, háblame-.

Una lágrima escapó de su agarre y rodó por su mejilla.  Suspiró y colocó una mano sobre la mía, en señal de aceptación.

-Estoy tan avergonzada de que sepas lo que Dylan hizo mamá- me dijo.

-No es tu trabajo estar avergonzado. Es el de él por ser un idiota- Le dije, fruncí el ceño al ver que ella sentía culpa.

Eclesiastés 4:12Donde viven las historias. Descúbrelo ahora