II

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—Edward, ¿dónde te habías metido? Ya estabas preocupándome, hijo —dijo su tío al verlo llegar—. Ven, siéntate y bebe un poco de este vino, te calentará la sangre. No sé cómo has tardado tanto. ¿Ha pasado algo ahí fuera?

—No ocurrió nada, tío, solo quise asegurarme que los caballos estuvieran bien atendidos —contestó, sentándose junto a él y a sus hombres, que bebían entre risotadas y bromas en una de las mesas del salón. Le llegó el calor que desprendía la gran chimenea y agradeció estar cerca de ella.

—Sí, Edward, tómate una de estas jarras, quiero ver cómo te haces un hombre —soltó Miles, que solo era cinco años mayor que él. Era un tipo grande y muy fuerte y, por descontado, le encantaba provocarlo aprovechando esa ventaja.

Era un grupo curtido por los años de esfuerzo entrenando con armas, guerreros de confianza de su tío Williams McEwen. Miles era un grano en el culo y, aunque no era un mal tipo, conseguía sacarlo de sus casillas. Lo miró con enfado, pero ignoró el comentario, cogiendo la jarra que le ofrecía. Lo que le apetecía era comer. Estaba hambriento y cansado. Tantos días a caballo bajo las inclemencias del tiempo y durmiendo al raso lo habían agotado en exceso. A los dieciséis años era decidido y tenaz, pero no estaba acostumbrado a viajar ni a dormir a la intemperie durante tantos días. Todo para él era nuevo y se encontraba desubicado e inseguro con cada paso que daba. Eso no quería decir que no estuviera a gusto con esos hombres ni que desconfiara de ellos; eran la mejor compañía que se podía desear en esas tierras inhóspitas llenas de forajidos, y sus cuellos dormían seguros por las noches. Solo bromeaban a su costa, para su pesar, sobre todo Miles, hijo de Robert Allan, que también los acompañaba en ese viaje. Robert era un hombre grande, como su hijo, e igualmente dado a hacer bromas, aunque este no se ensañaba con él por respeto a su señor Williams, al que veneraba como si fuera un dios.

Luego estaban los hermanos Luis y Thomas Furgerson, soldados leales y que siempre estaban alerta ante cualquier peligro. Gracias a ellos habían salido airosos esa tarde, cuando unos bandidos los habían asaltado. Si no fuera porque Thomas había dado la voz de alarma, todo habría terminado de forma diferente y no habrían salido vivos de allí.

El grupo que los había atacado era más numeroso. Tuvieron que luchar con fiereza para doblegarlos. Incluso Edward había participado en la lucha, a pesar de su inexperiencia. Nunca había matado a nadie, pero el miedo a la muerte lo había poseído en esos momentos de pánico y había actuado como un despiadado guerrero más, acabando con la vida, no de uno, sino de dos bandidos. Cuando todo hubo terminado, su tío lo había abrazado para demostrarle lo orgulloso que estaba de la hazaña. Los demás también lo habían felicitado. Hasta Miles parecía respetarlo un poco más después de aquello.

Una vez en la posada quiso tener un poco de intimidad para pensar en lo que había sucedido. Se sentía mal por arrebatarles la vida a esos hombres, aunque no fueran nada más que escoria. Decidió llevar los caballos al establo y buscar al mozo para entregárselos. Así podría perderse un rato de la vista de todos. Pero no pudo hacerlo, pues la pequeña mocosa lo había abordado nada más llegar.

Se había agachado a socorrer su cuerpo menudo en el suelo. Al coger el rostro entre las manos, no se había dado cuenta de que era una chica, tal era su inquietud, pero cuando había abierto los párpados no tuvo lugar a dudas. Se había quedado impactado al descubrirlo. Sus ojos eran muy grandes, lo miraban fijos y perdidos y su color… Nunca había visto unos iguales, dorados como la miel, no parecían humanos. Cuando por fin salió del trance, reparó en sus facciones al completo. El pelo oscuro y corto enmarcaban un rostro que, aunque manchado por la suciedad, dejaba entrever una piel muy blanca. Sumando esas pupilas doradas, la tez pálida y sus labios llenos y rojos como las manzanas maduras, le había parecido bastante agradable, solo que oculto entre tanta porquería.

La Flor DoradaWhere stories live. Discover now