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Mi querida, Isabella,

Lo feliz que me hizo verte esa mañana. Déjame decirte que no fue tampoco tan difícil reconocerte. Encontrarte esperando, con aquel envase en tus manos. La única mujer que llevaba gafas de sol en un día de neblinas, y un vestido de flores rojizas que hacía juego con su cabello castaño. La única mujer que mis ojos podían observar, de hecho. La única, que para mí, fue la más hermosa.
Espero que no te incomoden mis palabras. Vengo del extranjero, sabré ya apreciar la belleza de otra mujer. Si estuviera en lo correcto, afirmaría que tú piensas igual.
Como sea, te escribo para agradecer tu compañía esta tarde. Creo que ha sido uno de los mejores inventos. Esto de las cartas, con o sin destinatario. Me tomó un tiempo en ponerle nombre, pero me alegra poner el tuyo ahora; aparte de que es encantador, me satisface saber que lo leerás, no importa qué harás después. Aunque desearía que las colecciones y hagas de ellas tu libro favorito porque estaré hablando páginas y páginas sobre ti. De nuestra amistad.
Esperando desde ya volver a coincidir contigo. Si es así, en el transcurso de dos semanas estaré escribiéndote de vuelta, sabré si quieres volver a vernos o no.

Con cariño, Fran.

Dejé la carta en su puesto, me tomé el té de golpe y el cansancio invadió todos mis músculos obligándome a echarme en la cama sin ganas de lavarme la cara.

Cada carta se vuelve más confusa, más contradictoria y me siento en pena al querer hacer preguntas a fantasmas. La culpa ya no me carcome tanto al estar leyéndolas; no tienen nada que ver conmigo, sino con mi abuela y su entonces Romeo. Así que acaricio la pequeña nota que sí tiene mi nombre.

Cartas. El tal Fran le escribía cartas, evidentemente. ¿Por qué no se me ha ocurrido antes?

Cartas sin destinatario... Una verdad a secas, muy lejos de ser real. Quizá escribirlas sea más fácil que componer poemas. Gran avance no he hecho tampoco.

La tarde que viene me encuentro tomando asiento, verifico la hora. Diez minutos antes. ¿Entonces por qué no hay nadie esperando? No puede ser que sea la única.

Suspiro. Poco ajetreada por los pensamientos, no tienen mucha cabida últimamente. Tampoco añoraba que lo ocurrido hace dos días se repita. No quería que ella entre y esperase conmigo ni que haya un espacio, un tiempo que no iba acorde a ninguna, incapaz de agruparnos en un solo instante.

Simplemente, no quería estar a solas con Beatriz. Me hace sentir que no soy yo y que las direcciones han estado en sentido contrario, diferente a lo que estoy acostumbrada y claro está que no aprecio de las cosas que no están bajo mi dominio. Aparte... Ella... Todo su ser fue un invento ideológico de mi cabeza.

Sin resultar paranoica, saco el celular y me distraigo con los mensajes que llevaba días sin responder. Me reprendo al ver que incluso a mis dos amigos los he puesto a un lado.

Marcelo y Jon. Viejos amigos, pero no tan amigos para que ninguno nos molestásemos cuando nos dejamos de hablar. Creo que es la única amistad que aprecio.

"¿Estarás ocupada este sábado?" pregunta Jon.

"¿Jon te ha dicho lo de este sábado?" pregunta Marcelo.

"No," les contesto a ambos.

Salgo de la aplicación y voy hacia Instagram. Reparo en que tengo un perfil muy vacío. Tal vez es porque en realidad soy de esa forma, razón suficiente para estar complacida. Tres fotos. Una de mi cara (porque obviamente al menos una debe haber) con la de mi hermano. La segunda es de una paloma que se puso en las piernas de Marcelo. La última es de la universidad porque la verdad sí me pone contenta estudiar por fin algo que me gusta.

MULIERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora