Mi sol matutino.

124 13 10
                                    

*No olviden escuchar la canción de este capítulo *

"¡Tráeme entonces la planta que apunta a esas lucecitas brillantes que se arremolinan desde la tierra, y la vida misma exhalando ese aliento central! Tráeme el girasol enloquecido por el amor a la luz

Ops! Esta imagem não segue nossas diretrizes de conteúdo. Para continuar a publicação, tente removê-la ou carregar outra.

"¡Tráeme entonces la planta que apunta a esas lucecitas brillantes que se arremolinan desde la tierra, y la vida misma exhalando ese aliento central! Tráeme el girasol enloquecido por el amor a la luz."
—Eugenio Montale🌻

Mi ropa está perfectamente doblada en el maletín de cuero y me colocó el grande sombrero de sastre que controla el ondulado cabello rubio que poco a poco crece de la raíz. De hecho, si me detengo a analizar los detalles, aún veo un rastro del color chocolate que me forzaban a usar en el Colibrí.


—Pensandolo bien, no está tan mal ser castaña. —dije, disipando la idea de inmediato. 

Unas botas de largas agujetas y los lentes empañados por mi respiración son los que me acompañarán en este viaje solitario. Y no lo niego, estoy emocionada.

Volveré a Kentucky.

A ese pequeño pueblo en él prácticamente conoces a todo aquel que vaya paseando. Viviré de nuevo con ese aroma a pan recién hecho, a café por las mañanas y el sonido de las vacas cantando durante la brisa matutina.

Me observo en el espejo de la habitación, deseando fervientemente creer que no estoy en uno de mis sueños en el sótano: mis mejillas volvieron a ser regordetas y rojizas, tenía esas pecas que manchaban la piel blanca de mamá y una que otra arruga en las comisuras. Ya no había moretones o heridas y la sonrisa honesta me marcaba los hoyuelos de papá.

Era Elizabeth Colvin.

La niña que llegó a la ciudad buscando la modernización que satanizaba mamá y que ahora volvería a la tranquilidad de un campo abierto.

Sigo viva.

Sobreviví a Francesco Juliano.

Sobreviví a Charlotte Harris.

Sobreviví al terrible destino que muchas mujeres tuvieron en ese sótano.

Sobreviví a mis propios deseos de quitarme la vida.

Sobreviví. Simplemente.

Y ahora debía vivir esa vida que me habían regalado.

Con la esperanza de un futuro alentador sujeté mi equipaje y me despedí de lo que fue mi refugio por tanto tiempo. Era triste despedirme de cada pared o rincón en la mansión lujosa.

Me despedí de las mujeres del servicio que me saludaban cada mañana, de los hombres de la guardia que batallaron con mi terquedad y de la riqueza que no tendría en esa granja de madera y clavos saltones.

—Se acabó la vida de princesa, señorita. —murmure, dando un último vistazo al corredor y bajando por las escaleras.

Mi dolor de cabeza estaba en el descanso de las escalinatas: Mellea, hermosa como era usual con su cabellera negra de cuervo, esperaba paciente a que alguna rompiera el silencio.

Quimera [Vittorio Puzo/Elizabeth Colvin]Onde histórias criam vida. Descubra agora