Capítulo 3

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Domingo, 12 de marzo, 14:43 horas.

Era sencillamente increíble. Sin embargo, era cierto. «Y me está ocurriendo a mí.»

Hyo Rin estaba muerta. «Y yo estoy en el lado equivocado del cristal, y por primera vez en toda mi vida necesito un abogado que me defienda.» No tenía más que una opción, solo había un abogado en quien Jimin confiara lo bastante como para avisarle. Su mejor amiga, Lisa, se dedicaba al derecho civil, pero Jimin sabía que de vez en cuando realizaba trabajos voluntarios en el tribunal penal. ¿Dónde coño se habría metido? El Blue se encontraba a menos de veinte minutos de la comisaría de policía, sin embargo Jimin estaba convencido de que llevaba allí solo el doble de tiempo. Aguardaba mientras iban pasando los minutos. Aun así hizo caso omiso de la necesidad imperiosa de mirar el reloj y mantuvo la mirada fija hacia el frente.

Lo estaban observando desde el otro lado del cristal; estaba tan seguro de eso como de que el rostro que veía reflejado en el espejo era el suyo propio. Kim Namjoon y el idiota arrogante que ahora tenía por compañero, con su cara de cemento armado y sus ojos verdes de mirada fría. El no rompió el contacto visual, no apartó la mirada. «Deja que ese hijo de puta te observe, que se estruje los sesos.»

Pensaban que había sido el quien había impulsado a Min Hyo Rin a quitarse la vida; de verdad lo pensaban. La idea lo dejó hecho polvo y a la vez furioso.

Kim también lo creía así. El corazón se le encogió mientras sus ojos permanecían fijos en su propio reflejo y, por ende, en los policías que se encontraban tras el cristal. Seguro que Jeon esperaba que diera rienda suelta a la agresividad ante semejante prueba. Pero ¿y Kim Namjoon? Con solo pensar que lo creía capaz de hacer una cosa así se sentía... herido.

Eran amigos. Una falta de confianza semejante... sería irreparable. Lo sabía por propia experiencia. La confianza era un bien escaso, solo los idiotas la depositaban en alguien a ciegas. Y solo los más idiotas aún trataban de restituirla cuando se desmoronaba. Pero Park Jimin no tenía un pelo de idiota.

«Además, aún no me he desmoronado.» Miró hacia el cristal con los ojos entrecerrados mientras se imaginaba a Jeon de pie al otro lado, con los brazos cruzados sobre sus anchos pectorales. Lo estaría mirando con el entrecejo fruncido. Había sabido sacar partido a su estatura, inclinando el cuerpo hacia él y escrutándolo mientras ponía en marcha aquella puta grabadora. Jimin había supuesto que trataría de intimidarlo, y así había sido, aunque no lo había logrado.

No obstante, sí que había conseguido desconcertarlo; era capaz de admitirlo sin problemas. Eso de oír su propia voz diciendo cosas tan soeces, de saber que habían encontrado sus huellas en instrumentos que habían servido para torturar mentalmente a Hyo Rin... En el fondo, seguía sin poder creerlo. Pero la oleada de rabia superó el desconcierto y le devolvió el sentido común.

Todo aquello era obra de alguien, de la persona que había perpetrado nada más y nada menos que el asesinato de Min Hyo Rin. «Y quienquiera que haya sido me ha tendido una trampa.»

Y lo había hecho con suma destreza, eso también era capaz de admitirlo. Él no había entrado nunca en casa de Hyo Rin y no había tocado sus pertenencias. Tampoco había llegado nunca a tocar sus botes de medicamentos, ni le había enviado regalos que la abocaran a un final semejante. Sin embargo, habían encontrado sus huellas, así como un mensaje con su voz.

Jeon iba muy en serio. Creía que era el quien había hecho una cosa tan terrible y vil. No había llegado a acusarlo verbalmente, pero sus ojos decían todo lo que no había expresado con palabras.

Y, al hacerlo, había actuado en defensa de Min Hyo Rin.

El quedo suspiro de Jimin resultó atronador en la silenciosa sala. Jeon Jungkook había salido en defensa de Min Hyo Rin a pesar de haber visto su cuerpo sin vida tendido en la calle. «¿Qué clase de doctor es?», lo había increpado. La ira que había mostrado la noche anterior escondía angustia. Se preocupaba por Hyo Rin, y en cambio creía que él no lo hacía. Era un buen hombre, había dicho Kim. Y un buen policía.

No puedes huir de miDonde viven las historias. Descúbrelo ahora