Capítulo I

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Capítulo uno

Aquella mañana de lluvia, el despertador de mi celular sonó. Normalmente hubiera caído al piso y me hubiera levantado de mal humor, sin embargo, un presentimiento en mí me hizo cambiar de estado. Tenía algo claro y era que ocurriría algún suceso inesperado. Por esa razón, me senté en mi cama y me puse a contemplar el clima por la ventana de al lado.

Como siempre ocurría en los meses de otoño en la ciudad de Anvard, el cielo estaba nublado y las nubes negras opacaban la luz del sol. Parecía de noche y eso hundía los ánimos. En esta época no debías salir sin un paraguas; siempre llovía, por las mañanas y por las tardes. Desde que vivía allí, es decir, desde que era una bebé recién nacida, nunca había visto un día que no hubiera precipitaciones. Y a todo esto le tenías que añadir que el cielo no estaba en sus mejores condiciones por la guerra.

Pensé que ya había estado empanada demasiado tiempo, por lo que me puse de pie y fui al baño privado de mi dormitorio para darme una ducha y ataviarme con el uniforme del trabajo: un pantalón blanco y una camiseta del mismo color. A pesar de que iba bastante apresurada porque llegaba tarde, dediqué unos minutos a recoger el desorden que había armado en cinco minutos. A continuación, bajé al otro piso y entré a la cocina para tomar un breve desayuno con mis padres. Ellos ya estaban esperándome en la mesa.

Juan Denson, mi padre, era un hombre de negocios, imponente y muy educado. Poseía la mayor cantidad de dinero de la ciudad, pues era el embajador de la guerra y controlaba todo el territorio. Juan amaba leer el periódico todas las mañanas junto a un café cargado de miel. Además, era un gran amante de la música clásica y el arte, de hecho, la casa estaba llena de discos y cuadros valorados en miles de Anvares, la moneda oficial de la ciudad.

Por otro lado, estaba Mary Denson, mi madre y esposa de papá. Mary era una mujer bastante tradicional y chapada a la antigua. Yo tenía muchos rasgos físicos parecidos a los de ella, por ejemplo, los ojos alargados y el pelo moreno. Ella era de Filipinas, pero vino a Anvard cuando obtuvo una propuesta de trabajo en el congreso de diputados.

Por lo que ellos demostraban, ambos se amaban mucho.

— Buenos días, hija. Ahí tienes tu desayuno.

— Hola, mamá — miré a la otra persona que había en la sala —. Buen día, papá.

Mamá ya había puesto mi tostada con tomate en el lugar que siempre me sentaba. Me senté y la comí junto a un vaso de leche caliente. Tuve que hacerlo rápido porque debía irme ya para alcanzar a coger el bus.

— Hoy también vas a ese trabajo tuyo — afirmó más que preguntó.

— Claro, mamá.

— Sabes que no necesitas tener un oficio aún — intervino papá —. Nosotros tenemos el dinero suficiente para mantenerte durante los años de estudio.

— No nos molesta pagarte las cosas, hija. Así te pueden concentrar con totalidad en la universidad y sus notas — añadió Mary.

— Y a mí no me gusta ser mantenida por vosotros. Ya hemos tenido antes esta conversación; quiero ser independiente, al menos, con los pagos. Gracias por lo que hacéis por mí, pero no quiero que os metáis más con el trabajo. Seguiré trabajando y, por si os preocupa más de la cuenta, no afecta en mi rendimiento o calificaciones — les expliqué.

Todas las mañanas (y hoy no fue la excepción) mamá y papá sacaban la conversación sobre su desagrado ante mi trabajo de los lunes, martes y jueves. Ambos decían que no necesitaba trabajar y tenían razón, pero no quería vivir siempre del dinero de mis padres.

Finalmente cogí una pequeña mochila con pertenencias que me podrían ser útiles como, por ejemplo, el móvil, auriculares y una botella de agua. Después, salí por la puerta principal de la casa. Anduve por la calle a paso acelerado mientras esquivaba los charcos de agua y lodo para llegar hasta la parada del bus a dos manzanas de mi vivienda.

Demonio: las leyes del abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora